El caso Roe vs. Wade fue el litigio judicial ocurrido en 1973 en el que La Corte Suprema de los Estados Unidos sentenció ―aludiendo el derecho a la privacidad― que la Constitución de Estados Unidos protege la libertad de una mujer embarazada para elegir abortar sin grandes restricciones gubernamentales.
En la época del fallo, el aborto era legal solamente en cuatro Estados y permitido, bajo estrictas circunstancias, en otros dieciséis. La Corte dictaminó que la constitución está por encima de las normas estatales. Por ende, anuló las prohibiciones a abortar en el resto de los Estados.
La sentencia creó el sistema de trimestres que otorga el derecho de la mujer a abortar en los primeros tres meses de embarazo. Dejando ciertas regulaciones a los Estados a partir del segundo trimestre.
El pasado viernes, 24 de junio del 2022, La Corte Suprema revocó tanto la sentencia Roe versus Wade como la Planned Parenthood versus Casey de 1992. Es una decisión que permitirá a cada Estado decidir si mantiene o prohíbe el aborto.
El fallo señala textualmente: «Es el momento de acatar la Constitución y devolver la cuestión del aborto a los representantes electos de los ciudadanos».
Como era de esperarse, la decisión de La Corte Suprema enfureció al ala más radical de la progresía norteamericana. El propio presidente Joe Biden se expresó en contra. Sus palabras fueron:
La Corte expuso leyes estatales que penalizan el aborto que se remontan al siglo XIX como justificación. La corte literalmente hizo retroceder a Estados Unidos 150 años. Es un día triste para el país. Es la realización de una ideología extrema y un trágico error de La Corte Suprema. La Corte ha hecho lo que nunca antes había hecho, eliminar expresamente un derecho constitucional que es tan fundamental para tantas estadounidenses que ya había sido reconocido. La decisión tendrá consecuencias reales e inmediatas.
Pero las rabietas no fueron exclusivas en Estados Unidos. Del otro lado del Atlántico, Irene Montero, ministra de igualdad del gobierno español, mediante su cuenta de Twitter, expresó su tristeza, y catalogó el 24 de junio como un día triste para las mujeres del mundo.
Por su parte, la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en la misma red social, escribió lo siguiente: «la decisión supone un paso atrás en contra del sentido común, de nuestra libertad, de nosotras mismas»
Independientemente, de los pataleos de la militancia progresista, la pregunta clave es ¿es el aborto un derecho?
La respuesta es simple: no. Una cosa es que la mujer pueda decidir hacerse un tatuaje sobre su cuerpo, o acostarse con quien le apetezca. Pero otra muy distinta es tirar un ser vivo a la basura, que por un designio de la naturaleza se desarrolla en su interior.
El siglo 21 es la época de lo absurdo. Pues la sociedad aplaude, y en muchos casos exige, que una mujer asesine al ser que crece en su vientre, pero llora por las vacas que son «explotadas» en las granjas lecheras.
Y el punto no es juzgar a las mujeres que abortan, la mayoría lo hacen por presiones de los varones, sino en condenar la cultura de la muerte. Mostrarle al mundo que la pobreza es una circunstancia superable. Por eso, el fallo de La Corte es una luz en un mundo de oscuridad, pues donde hay vida siempre habrá esperanza.