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Las finales las ganan quienes las juegan mejor

Estamos viviendo tiempos extraños, tal vez transitamos alguna frontera generacional que yo, espero me entienda amable lector, soy incapaz de identificar. Pero estos tiempos vividos tienen la rareza que no le basta con los hechos, con la contundencia de los hechos; es como si fuera más importante lo que se dice del hecho que el hecho mismo. Peor aún: es más importante si lo que se dice del hecho coincide con lo que yo pienso. ¿Y todo esto, Adan, a qué se debe? Bueno, el Real Madrid Club de Fútbol acaba de ganar su decimocuarta Champions batiendo al Liverpool en París, y de nuevo el análisis fluctúa sobre la meritocracia acumulada en base a lo que cada uno piensa que el equipo debe hacer.

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Los hechos son sagrados: Madrid gana la final

El Real Madrid disputaba en la tarde este sábado 28 de mayo su final número 17, de las cuales solo había perdido 3, siendo la última vez que perdió justamente frente a Liverpool y en París. De su parte, los Reds disputaban su décima final, teniendo 6 Orejonas en Anfield.

París cobijaba un duelo final entre dos contendientes de demasiado peso histórico, y suficientes argumentos futbolísticos plasmados en la cancha: un partido equilibrado de fuerzas que terminó roto por una fantástica asistencia del uruguayo Valverde para que Vinicius Jr. ganara las espaldas del Alexander Arnold para sentenciar el partido, al minuto 59, y darle al Madrid su copa favorita por vez número 14.

Estos son los hechos irrefutables. Lo que se pueda poner después sobre estos hechos, en clave de análisis, no debería alterar la férrea realidad.

Fútbol: juego que gana el que lo juega mejor

No quiero insultar la inteligencia de nadie. Además, considero que de fútbol todos sabemos algo. Pero es necesario ir a las raíces de todo para que nuestro análisis y nuestra comprensión sean, dentro de lo posible, objetivos.

El fútbol es un juego que hay que jugar. Es un juego, como muchos, con la característica notoria de la cooperación y de la oposición. Lo gana el que hace más goles a favor. Repito, no quiero insultar la inteligencia de nadie. Refiero estas características del juego porque parece que ganar no basta para muchos. Se tiene que ganar y hacer lo que yo pienso que se tiene que hacer para que esa victoria sea justificada, además.

Los viejos maestros del fútbol dicen que el mejor manual de táctica y de estrategia es el reglamento de fútbol. En el juego, todo lo que se hace dentro de lo lícito para ganar un partido cabe dentro de lo que se puede jugar. ¿El reglamento me permite defenderme en mi campo, cuidar el cero en mi arco, y buscar en algún contraataque hacer un gol para ganar el partido? ¡Sí! Entonces, si lo hago, significa que puedo jugar de esa manera. Entonces, significa que sé jugar el juego.

Existen reglamentos de competiciones que permiten, incluso, clasificar sin haber ganado un solo partido de una serie de dos por el concepto legal del “mejor clasificado”. Si mi equipo entra a disputar la competencia y se enfrenta a un peor clasificado, amparado en el reglamento, puede plantear un partido para no perderlo: mi equipo y yo habremos sabido jugar el juego.

Lo resumo: saber jugar el juego implica saber hacer todo lo que reglamento ampara.

Jugar bonito es otra cosa. Madrid supo jugar juegos de fútbol.

De las veces que el Ave Fénix emergió rumbo a París

La temporada no arrancó de manera auspiciosa. El Madrid ganaba, sobre todo en La Liga ® (que terminó ganando con holgura), pero no lograba ofrecer espectáculos contundentes. Sin embargo, en la Champions su travesía se inició con una sonora derrota ante el Sheriff Tiraspol de Moldavia nada más y nada menos que en el Santiago Bernabeu.

Como era de esperar, muchos medios de prensa y cuentas de periodistas empezaron a coquetear con el cese de su entrenador, Carlo Ancelotti. Todos, presas conscientes y felices del exitismo. Volvieron a la carga cuando el Merengue encajó un contundente 0 – 4 de manos de su archirrival en propia casa: pintaban un panorama desolador, una verdadera catástrofe.

El equipo, mientras, seguía a pie firme: punteros con mucha ventaja en la competencia local, clasificados a play off en la continental. En octavos de final le cayó el millonario y rutilante PSG que lo superó en grandísimos tramos del partido de París y estuvo a punto de sentenciarlo en Madrid. Eso, a punto. Madrid empezaba su racha de remontadas épicas. Entre cierta impericia de Mbappe y la presencia milagrosa de Cuortois dieron paso al resurgimiento del Ave Fénix siempre fulgurante con un triplete del fantástico Benzemá para ponerse en cuartos de final.

En esa instancia, aguardaba el confundido Chelsea que acusaba el terremoto por la decisión de su ex líder y dueño Roman Abramovich. En Londrés, esa confusión fue aprovechada por los de Ancelotti con una siempre renovada deslumbrante actuación del 9 francés: 1 – 3, y a esperar la vuelta en Madrid.

Para la vuelta, los de Tuchel habían prometido competitividad, y lo pusieron en el Bernabeu. Esta vez, los Blues rayaron la hazaña, pero ahí estaba el Ave Fénix, resurgiendo de los escombros, entre la bruma de una supuesta debacle, firmes, más fuertes, pletóricos de calidad en los pies y en el cerebro de Módric, Benzemá y compañía.

En semis, apareció el morbo del cruce con Guardiola y su atildado City. En la capital industrial británica, una verdadera demostración de estilos bien definidos y un festival de goles se ganaron los aplausos de todo el mundo. Para la revancha en Madrid, el gran equipo de Pep lo tuvo a tiro del remate final hasta que llegó el momento Madrid del partido, y en un pestañeo, eso, un pestañeo, lo dio vuelta de una manera magnífica y lograr así una nueva final para la Casa Blanca. PSG, Chelsea, City. Este fue el camino del Madrid para llegar a la cita final de Paris. ¿Cómo le vas a restar méritos, hermano?

¿Mística? ¡Juego!

La tentación del análisis fácil nos quiere llevar a escenarios dónde las gestas deportivas del campeón fueron misteriosas apariciones de una deidad griega llamada Mística. Sin embargo fue fútbol, siempre fue fútbol, de la más alta calidad.

Defensivamente, el Madrid estableció los cimientos de un equipo muy sólido con Cuortois, Alaba y el sorprendente Eder Militao. El mediocentro defensivo siempre contó con ese aparato de destrucción masiva y precisión quirúrgica en Casemiro; la generación del juego en pies y cerebro de Modric, Kross y Benzemá cuando baja unos metros y se convierte en generador de ataques; las transiciones potentes en las cabalgadas de Valverde y el poder de fuego y talento puro para las finalizaciones con el citado francés y el héroe de la final, Vinni (para los amigos).

Con estas piezas individuales, el temple tranquilo y la sabiduría de Ancelotti supieron disponer de diferentes estrategias para sobrellevar las más complicadas paradas.

En la jornada decisiva, consiguió achicar los espacios para evitar las temibles transiciones de Heavy Metal del Liverpool de Klopp. Sobre todo, después de ponerse en ventaja, no permitió que los Reds tuvieran mucha gente a espaldas de sus volantes y los obligaba a bascular horizontalmente con la pelota sin generar mayores daños.

Como fórmula ofensiva, decidieron atacar con Vinicius puesto entre Trent A. A. y Konaté, ya perfilado para emprender veloces carreras a los espacios. El acecho estaba planteado en ambas bandas laterales, a sabiendas de que tanto Alexander Arnold como Robertson se lanzan con fruición al ataque. El gol llegó justamente en una ausencia de Robertson, Valverde fue una cuña dolorosa en diagonal apuntando al central, al llegar al área el uruguayo metió un pase cruzado entre central y lateral, Alexander Arnold no vigiló su espalda y por detrás apareció como una presencia fantasmagórica Vinicius Jr. para sentenciar la 14.

A partir de ahí, el Liverpool fue valiente y arriesgado por obligación. Forzó empujando desde el fondo y cargando el ataque de delanteros. Ahí emergió la figura del portero belga que tapó, espléndido, varias ocasiones de gol. El Liverpool cayó presa de la desesperación y terminó rendido ante el rey de Europa.

¡Cómo le vas a discutir al Madrid, hermano!

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