Vivimos en una sociedad que desprecia a los mejores. Desde que ingresamos a la escuela cuando somos niños quienes se dedican a estudiar, que buscan ir más allá de lo básico en su formación es acosado por sus pares y desprotegido por las autoridades. El calificativo de “Nerd” y una larga lista de etcéteras, son los que marcan quien es cool y quién no.
Tristemente, ese defecto, no se corrige con la madurez y la sociedad adulta sigue despreciando al que destaca y premia al que no “representa un peligro” para nuestro ego, tanto así, que somos gobernados por los peores y con nuestra complicidad. Si no cree que esto sea cierto haga el ejercicio y piense en su jefe o en las maestras de sus hijos, ellos no son los mejores pero tampoco los peores, son simplemente los que no cuestionan y hacen todo lo que se les pide. ¿No lo ve aún? Piense en la música que escuchaban los abuelos de sus abuelos y en la que escuchan sus hijos. ¿Puede visualizar la idea ahora?
Llevémoslo ahora a los poderes del Estado, ¿Era Mario Abdo la mejor opción para conducir los destinos de la Patria? No, pero era el más parecido a “nosotros”, pillo y peajero. ¿Eran Hugo Ramírez o Carlos Portillo los más preparados para elaborar las leyes que beneficien o castiguen nuestras conductas? A todas luces no, pero son los que muchos quieren ser. Sujetos olvidados de las ideas, preocupados por la estética, con un estilo de vida “cool” aunque no importe como llegaron hasta ahí.
Votamos por políticos que, permítanme ser generoso, hacen de la gestión una cultura, solo gestionan los problemas heredados sin siquiera un mínimo de espíritu crítico que pudiera convertir un problema “gestionable” en uno “solucionable”. Tenemos dirigentes que odian el largo plazo y que nos han llevado, insisto que con nuestra complicidad al menos hasta ahora, al punto donde la mediocridad no es deplorada sino promovida.