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Analisis

¡Qué boludos!

Acostumbrado a tomar como única referencia el universo mental de la izquierda militante y a mirar con miedo y desprecio todo lo demás, el estudiante boliviano se encierra en el provincianismo y pierde la capacidad de aprender

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Días atrás, mientras participaba de un programa radial en mi natal Cochabamba, un oyente llamó a la radio para decirme: «¡Qué personaje más maldito! ¡Qué falta tan grande de empatía!». Ante semejante sentencia, cualquiera pensaría que yo, un humilde profesor de economía, hice un llamado para acabar con algún grupo racial. Pero no. Mi delito fue afirmar que ni la educación ni la salud son derechos, sino servicios de naturaleza privada. Obviamente, el furibundo oyente tenía toda la libertad de refutar mi tesis. Sin embargo, en lugar de contraargumentar, apeló a los sentimientos.

Episodios como el descrito son cada vez más frecuentes. Entonces vale la pregunta ¿Cuál es el origen de esa forma de actuar tan hormonal con aquel que piensa distinto? Las causas son muchas. Empero, mi larga carrera al interior de las aulas universitarias me permite identificar una: el modelo educativo boliviano.

El joven boliviano es sometido durante varias décadas al catecismo de la izquierda, antes clásica, ahora posmoderna. Es como un actor al que se obliga siempre a representar el mismo personaje, incluso fuera del escenario. Con el tiempo, la distinción entre la actuación y la vida real se pierde.

Acostumbrado a tomar como única referencia la bibliografía que compone el universo mental de la izquierda militante, y a mirar con miedo y desprecio todo lo demás, el estudiante no sólo se encierra en un provincianismo que imagina el centro del mundo, sino que realmente pierde la capacidad de aprender. Los años de escuela y universidad lo reducen a un simple repetidor de clichés. Por ejemplo, la redistribución de la riqueza.

De ahí que sus reacciones sean el odio y el asco contra cualquiera que diga cosas contrarias al catecismo que memorizó desde el kínder hasta la universidad. No está convencido de aquello que aprendió en la aulas ―de estarlo, reaccionaria con el cerebro, y no con el estómago―, sino que es incapaz de desprenderse del guion oficial. No puede digerir el haber sido engañado durante tanto tiempo.

El colmo de lo absurdo radica en la autopercepción de rebelde y moderno que tiene nuestro personaje ―en especial cuando insulta a la iglesia o a sus padres. Ya ni siquiera se trata de un problema conceptual, sino de una desconexión total entre la mente y la realidad. Tristemente, una educación que prima la ideologización y el apego a modas discursivas por encima del razonamiento crítico tiene serías consecuencias. Veamos.

En febrero del 2021, La UNESCO publicó los resultados de un estudio que había realizado en Bolivia en 2017. Unos 12.000 alumnos de los nueve departamentos participaron en los exámenes (que tuvieron el aval del ministerio de educación). El peor desempeño obtenido por Bolivia (puesto 14 de 16 naciones) se da en los casos de lectura y ciencias naturales para sexto de primaria. Los alumnos bolivianos obtuvieron menos de tres puntos sobre cuatro. En contrapartida, un leve mejor rendimiento se da en matemáticas. Los alumnos del tercer grado alcanzan el puesto 12 de los 16 países que participan del estudio. Como era de esperarse, el gobierno no hizo pública la investigación. Ya que tira por los suelos su narrativa respecto a los logros en gestión de Evo Morales.

Asimismo, en 2020, la empresa IPSOS ―a pedido de la cámara del libro de Cochabamba― realizó una encuesta acerca del nivel de lectura de los bolivianos. Los datos muestran que un 46% no lee ni un libro al año. Además, un 15% de la cifra leyó de tres a cinco libros, y sólo un 8% tiene el hábito de la lectura desarrollado (más de 10 libros al año).

Se lo voy a poner en perspectiva, aunque el gobierno se tire flores por la gran cantidad de escuelas construidas y el enorme presupuesto destinado a las universidades públicas, más de la mitad de los ciudadanos de este país no tienen idea de historia ni de economía ni de política ni de nada, pero tienen el poder de elegir un gobernante. Mucha razón tenía Facundo Cabral cuando dijo: «Por temprano que te levantes, a donde vayas, ya está lleno de boludos, y son peligrosos, porque al ser mayoría eligen hasta el presidente».

Sin embargo, contrario a lo que muchos opinan, estoy seguro de que no se trata de un error, mucho menos de falta de presupuesto, sino de un plan deliberado para anular la inteligencia. El Estado nos quiere boludos y pobres.

Economista, Docente, Periodista y Consultor Político. Comprometido con la defensa de la vida, la propiedad y la libertad.

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