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Analisis

Gracias por dejarnos salir una hora por día

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«Gracias por dejarnos salir una hora por día» escribía Daphne en su dibujo dedicado al Presidente de Argentina, Alberto Fernández. Con tanta inocencia, e incluso, con ternura, ¿Cuántos otros niños han agradecido a las autoridades por «dejarlos salir» al mundo que hasta hace dos años era el mundo normal donde vivíamos? ¿Cuántos otros niños de 20, 30 y más edad han caído en la consigna de que encerrarse significa un acto de valor?

En el mundo actual pareciera ser que salir a buscar un poco de pan, visitar a los abuelos, festejar un cumpleaños o estudiar fuesen acciones que nos llevan a ser juzgados por la sociedad. Se perdió el valor del encuentro, se perdió la importancia de la visita, del «cara a cara», del estrecharse las manos, se perdió y se sigue perdiendo cada día el valor de socializar.

Creo que todos, o al menos la mayoría, en algún momento nos pusimos a pensar que algunas medidas que se implantaron con esta pandemia llegaron para quedarse y «está bien». Lavarse las manos antes de ingresar a un local, distanciarse de personas, llevar puesto el tapabocas o evitar las aglomeraciones, hoy todo esto suena normal e incluso que debería seguir haciéndose por el resto de nuestras vidas. Pero ¿qué pasó con la libertad de decisión? ¿Qué pasa con las personas que pueden pensar por sí mismas y decidir algo diferente al resto? ¿Serán mal vistas? ¿Serán juzgadas? Por no realizar simples acciones que durante toda nuestra vida fue común no hacerlas.

Llegamos al punto de satanizar un abrazo y luego lloramos por no poder abrazar en vida. Es que el tiempo se acaba y no por una cuestión apocalíptica, sino que el tiempo para nosotros los seres humanos es limitado. ¿Por qué limitarse más? Todo se ha disfrazado bajo el lema de que «Entre todos nos cuidamos» pero ¿Quién cuida a los niños que se quedan sin comer porque sus padres quedaron sin trabajo? ¿Quién cuida a los niños que hoy no están siendo educados correctamente y están aprendiendo ecuaciones a través de una pantalla? ¿Quién cuida de los otros enfermos? ¿Quién lleva la cuenta de los caídos por otras causas? ¿A nadie le importa? Quizá no son una buena portada para algunos medios que, más que informar durante estos tiempos, se dedicaron a infundir pánico y desviar la atención de otros temas.

Es momento de salir, de mirar más a los ojos que mirar al rostro tapado por una mascarilla que juzgamos que no está bien puesta. Nos están dividiendo, están creando cada vez más diferencias entre los que los sostenemos y nos están haciendo cada vez más autómatas. Dejamos de hacer las cosas que nos gustan, dejamos de ver las sonrisas, dejamos de pasar la mano y dejamos de acercarnos al prójimo. Nos están «programando» sutilmente para siempre mirar al frente y no mirar a los costados, para no ver la falta de relacionamiento con los demás, para no ver a los que la pasan mal, para mirar adelante sin mover la cabeza y evitar ver realidades, para que no miremos atrás y veamos todo lo que dejamos y hemos perdido: la libertad.

El acto más valiente hoy es demostrar que seguimos siendo humanos, que no podemos permitir que nos impongan la hora de salida y entrada al mundo, que no nos pueden restringir más libertades. Es momento de que, «revolucionariamente», salgamos a vivir por más de una hora.

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