En los últimos días, el gobierno, apoyado en algunos medios
de comunicación, ha cometido una serie de errores comunicacionales, el primero
de ellos provocó la relajación de la cuarentena y la salida masiva de los
ciudadanos a las calles; el segundo de ellos, fue una serie de mensajes que
rozan lo que se podría calificar como terrorismo mediático.
Siempre que mencionamos la palabra terrorismo, nos vienen a
la mente imágenes de destrucción, bombas y víctimas inocentes pero, si
ahondamos en el término, sabemos que no es estrictamente necesario ver estas
imágenes. Si se trata de provocar el miedo en la sociedad se pueden emplear
técnicas que no son estrictamente violentas.
Los medios de comunicación deberían, en un ejercicio honesto
de la profesión, tener como función social la de brindar información al público
para que este saque sus propias conclusiones y opiniones a través de la
reflexión pero, cuando esto no pasa, surgen en los medios las noticias falsas, los
sesgos informativos, las manipulaciones y los intereses ocultos, que no son más
que diferentes estrategias para que las mentiras parezcan verdades.
Una comparación que se puede hacer a los efectos de graficar
estas acciones, es la de enfrentar a una persona disminuida en sus facultades o
analfabeta frente a un político letrado, con la ventaja que, sobre el político,
se concentran los micrófonos y las cámaras que difunden sus palabras como
verdades reveladas a los cuatro vientos, taladrando y penetrando en el
pensamiento de las personas y por ende, en sus acciones.
Cuando hablamos de terrorismo mediático, hablamos de aquellos mensajes que los gobiernos difunden a través de los medios con el solo objetivo de infundir temor e inquietud en la población, convirtiendo el mensaje en un arma empleada en la guerra psicológica, generando una dualidad en la ciudadanía donde solo hay buenos y malos.
Las noticias más difundidas de los últimos días fueron la adaptación de un horno pirolítico de la SENAD y el reparto de bolsas mortuorias a los diversos organismos que intervienen durante esta pandemia. Pero nada se difundió de compra de respiradores, compra de equipos de protección para el personal de blanco, compra de nuevas camas o adaptación de pabellones en los edificios que distintas organizaciones pusieron a disposición del gobierno, de los médicos del Hospital de Luque que no percibieron aún sus salarios o, de al menos, la aceleración de los procesos para hacer llegar la ayuda a todos aquellos ciudadanos que hace un mes están encerrados en sus casas sin poder generar ingresos y que, en muchos casos, ya están pasando hambre.
Los despidos y las suspensiones aumentan; el programa
ÑANGAREKO va lento, muy lento; independientes y PYMES al borde la quiebra; Decretos
que favorecen a las grandes cadenas de supermercados (también dueñas de muchos
medios) y condenan a una muerte lenta y dolorosa a los pequeños comercios y una
larga lista de Etc.
Desde el gobierno no se están brindando garantías jurídicas
para los trabajadores ni las empresas, y solo se escucha el discurso mesiánico que
genera una falsa sensación de esperanza pero sin ninguna solución para la
población. Hoy, la gente tiene miedo, veamos cuánto dura.