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Analisis

¿Qué es el liberalismo clásico? Desde el mejor de los mundos posibles

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El liberalismo clásico es una antigua tradición filosófica que integra y desarrolla un amplio programa de investigación sobre la naturaleza humana. En su faceta moral considera a cada individuo como portador de una dignidad intrínseca, y se basa en el principio de no agresión. Es cierto que el integrador de esta filosofía política ha sido John Locke (1632-1704) en sus dos obras más relevantes de nivel político, “Ensayo sobre la tolerancia” y “II Ensayo sobre el Gobierno Civil”. En esos escritos Locke ensaya su concepto de libertad y ley, discurre sobre la relevancia de la propiedad privada para la convivencia pacífica y defiende un gobierno estrictamente limitado. Además, en sus cartas sobre la tolerancia demuestra la imperiosa necesidad de separar la vida privada de la vida colectiva, concepto que tiene implicancias enormes para la paz social.

Como filosofía política el liberalismo explora los límites legítimos de la acción humana en convivencia y elabora el concepto de libertad negativa. El fenómeno de la interacción humana requiere de restricciones legítimas: destacan entre ellas la noción de derechos individuales. Un derecho es una restricción que emerge de la dignidad de nuestra naturaleza humana y que pone límites a lo que podemos y no podemos hacernos mutuamente. Así es que el derecho natural impone que nadie puede agredirme sin más, como también me impone a mí el deber de no agredir a nadie. En el liberalismo clásico derechos y deberes son dos caras de la misma moneda. Eso quiere decir que no existen derechos sin deberes.

El derecho al uso y goce del fruto del trabajo propio es denominado derecho de propiedad: una restricción fundamental de la civilización. El liberalismo económico es sencillamente una extensión lógica del liberalismo filosófico y la propiedad privada se erige como límite legítimo a la potencial acción caprichosa de otros sobre mí, sean mis vecinos, el monarca o el estado. Dentro de mi propiedad puede desarrollar mi plan de vida, en mis propios términos, sin que este colisione con los planes de vida de otras personas. La civilización occidental está olvidando a un ritmo alarmante la importancia fundamental que tiene el derecho de propiedad como motor del progreso y como barrera contra los designios de cualquier tipo de tiranía. No es extraño que proyectos globalistas como el del Foro Económico Mundial hoy impulsen políticas y propagandas que digan “No tendrás nada y serás feliz”.

Es así que el liberalismo clásico nace como un programa de investigación sobre la naturaleza humana: sus características, potencialidades, sus limitaciones y los alcances de su conocimiento. Esto es evidente si notamos que el “Ensayo sobre el entendimiento humano” es una obra cumbre sobre la naturaleza humana de Locke. Partir de cómo es el ser humano (no de «cómo debería ser») es la base de su posterior realismo político. El problema político central para la convivencia es el potencial de violencia que puede ejercer cada ser humano, violencia que pone en riesgo la convivencia pacífica y que jaquea los planes de vida de cada uno de los integrantes de la sociedad. Sin embargo, los liberales clásicos observaron también otra disposición humana, tan natural como el potencial de violencia, pero en este caso una que inhibe la agresión, y esta es la propensión a intercambiar y a realizar pactos o acuerdos. Del intercambio surge un espíritu de acción de gracias y hasta la persona que va al almacén le dice “gracias” al almacenero, inclusive luego de pagarle por la mercadería.

Debido al comercio y al estímulo de esa natural disposición a los contratos y al intercambio mediante las debidas instituciones liberales (vida, libertad, propiedad), desde la modernidad mercantil se ha reducido sustancialmente la violencia en todo el mundo como nunca antes. Según los estudios de economistas como Max Rose, de expertos en la violencia como Manuel Eisner o de psicólogos como Steven Pinker vivimos en el periodo de paz prolongada y real más largo de la historia. En parte estos autores coinciden en que además de las constituciones que impusieron límites al poder de los monarcas, cuestión posible solo si había una noción compartida de “derechos”, también el comercio ha sido el gran elemento civilizador de la historia humana.

Es así como el liberalismo filosófico ha influido profundamente en el mundo en que vivimos, hasta ahora el mejor de los mundos posibles, aunque muchos no lo sepan.

Docente Universitario Director de I + D Fundación Issos para la Libertad y el Desarrollo

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