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Analisis

Cuando la ideología se impone al método científico

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Este fin de semana tuve una discusión con la abogada, especializada en DDHH, Alejandra Peralta, cuando en el marco de la trágica muerte de la senadora Zulma Gómez, la doctora recordó al Ministerio Público en twitter que, supuestamente, hay unos protocolos impuestos por la ONU y burócratas trasnacionales de otros pelajes, consistentes en que toda muerte violenta de una mujer debe ser tratada inicialmente como si fuera un feminicidio. Es decir, la hipótesis de partida siempre, y por defecto, tiene que ser que una mujer que haya muerto en alguna circunstancia “violenta” debe ser que fue asesinada por su pareja o algún familiar.

Le quise explicar a la abogada que eso que estaba proponiendo la ONU es una aberración metodológica, es una forma de actuar totalmente opuesta al método científico. Entrar a una situación desconocida con “los anteojos puestos” de una “hipótesis” (ese nombre ya no expresa nada, pues si uno ya entra buscando “X”, ya no está utilizando con una hipótesis, sino que está siendo víctima de su creencia) solo terminará ocasionando la tradicional ceguera, el sesgo cognitivo denominado “selección de pruebas” o “sesgo inductivo”. Por ejemplo, si me aferro a la creencia de que todos los asiáticos son genios en matemáticas es muy probable que pase por alto a todos los asiáticos que sean poetas. El prestigioso psicólogo social Jonathan Haidt ya explica en su célebre libro “La mente de los justos” que la mente humana no funciona “naturalmente” como un científico que busca la verdad, sino que a menudo lo hace como un “abogado” que intenta justificar las creencias del sujeto.  No en vano, ya en el siglo XVII, John Locke, el padre del método científico empírico, dijo: «Una extraña inclinación nos alberga: el negar los hechos evidentes que no armonicen con nuestras hipótesis.»

La ciencia, la política y el derecho abandonaron el método inductivo debido a las calamidades que produjo: la cacería de brujas del sistema inquisitorial, la frenología de Francis Galton o el positivismo de Auguste Comte, que trajo las atrocidades del comunismo, el socialismo y otras plagas sociales.

Karl Popper, a mediados del siglo XX destruyó epistémicamente el inductivismo y el positivismo, entre otras cosas porque estableció, batalla cultural mediante, que son los hechos los que deben guiar las hipótesis y no al revés. Son los hechos los que deben ser tenidos en cuenta para orientar las preguntas y no al revés. Luego, serán los mismos hechos los que se encargarán de “falsar” una hipótesis, nuevamente. La historia posee una larga crónica de casos donde las personas entran con ciertos prejuicios o “hipótesis” a un escenario, y debido a que abrazan ciegamente sus “hipótesis”, solo terminan viendo lo que desde el principio buscaban. La mente humana a menudo nos juega esas “travesuras” cognitivas. Aquí lo grave es que se está implementando, bajada de línea de la ONU mediante, un método que convierte a todo fiscal o equipo de investigación de una muerte en fantoches de sus propios prejuicios.

El ministerio público no debe avenirse a estas metodologías bajadas de organismos trasnacionales, un grupo de burócratas gordos que comen bocaditos entre cuatro paredes y te dicen a diez mil kilómetros qué hipótesis debe guiar tu investigación. Solo los hechos tienen esa prerrogativa, los hechos, las evidencias, los indicios, las constataciones. Hacer lo contrario, ir con un “enfoque de género” a una escena de muerte de una mujer es, cuanto menos una expresión de fanatismo, de ceguera metodológica. No me extrañaría que siendo ese el método se abulten “las estadísticas” a las que quieren arrodillarse los que no tienen el valor de servirse de su propia razón.

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