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Analisis

El francotirador de estatuas del Central Park

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Caminar por el Central Park siempre es un placer, siempre es hermoso y se encuentra lleno de curiosidades, como es el famoso Paseo de los Poetas, o Paseo de los Literatos, en inglés, el Literary Walk. El Paseo Literario, que se encuentra en el extremo sur del centro comercial, entre la calle 65 y la fuente Bethesda, aparecen varias estatuas apostadas a lo largo del camino, figuras literarias tan conocidas como William Shakespeare, Sir Walter Scott, o Robert Burns, entre otros. Poetas y escritores ingleses, blancos todos, salvo alguno fuera de ruta como Duke Ellington, estatua que se erigió como un tributo al jazz, pero que suele pasar desapercibida pues, se encuentra lejos de las rutas turísticas tradicionales. Esculturas todas que nos van escoltando esa ruta tan llena de literatura y buenas letras, abrazada por olmos. A lo mejor la caminata me ayuda a desentrañar esa ecuación para describir la bipolaridad y subsiguiente perplejidad en la que se encuentra el mundo.

Mientras paseo, observo que es la única ruta que hay en línea recta en todo el Central Park, de repente, aparece ante mí la estatua de Christopher Columbus, me parece sorprendente que siga en pie, después de que los Black Live Matters declararán la guerra al «colonialismo imperial» de los hombres blancos, pintarán sus manos de sangre y escribieran con pintura blanca, «El odio no va a tolerarse», en la base de la estatua ubicada en unos de los costados de Central Park, junto a otra pintada en la que se puede leer «Something is coming» («Algo está a punto de pasar»). Y sí, paso algo, llego el Covid, o la Covid, depende si eres globalista o conservador, la Guerra de Ucrania, el despertar de muchas conciencias negras que apoyan a Donald Trump, Lia Thomas, la transgénero que bate récords mundiales a costa de derribar a mujeres de verdad, verdaderas féminas descendientes de Eva, el volcán de la Palma y claro está, Hunter Biden. Es decir que desde el 2017, año del suceso, hasta ahora, sí, han ocurrido cosas. En eso tenían razón los BLM.

En la mitología griega eran las tres Moiras quienes personificaban el destino. Cloto hilaba con su rueca la madeja de cada vida: Láquesis medía su longitud: Átropos la cortaba. Hoy lo hace la estupidez.

Entonces y de manera repentina me vino a la mente, el francotirador canadiense que se alistó voluntario para ir a luchar contra los rusos en la legión extranjera, o mejor dicho, «para matar rusos», aunque hasta hoy y como declara en su web oficial The Torch and Sword (La Antorna y la Espada), aún no ha matado a ningún ruso. Espero que no sea un hobbit, sino mal vamos. Entonces pensé que podría estar apostado entre los árboles, cualquier miembro de las panteras negras, o los BLM (en este caso sería con una bazoca, de esas que ahora se utilizan en las guerras modernas, nombre que viene dado por el parecido con el que un tal Bob Burns, conocido humorista de la radio, uso un instrumento musical que él mismo había ideado y lo llamo Bazzoka). Por cierto, también blanco. Como iba diciendo, Las Panteras Negras son un grupo terrorista que fue creado en los años sesenta y que opera como una típica pandilla con organización transversal en Estados Unidos y Europa, especialmente en Francia. Son violentos, su discurso es supremacista y en contra de la civilización occidental, a la que han golpeado con el derribo de estatuas en todo América y Europa. En la práctica, las Panteras Negras y los Black Lives Matter, son el mismo grupo terrorista y fascista, pero en distintas épocas. Ante tal posibilidad, al menos espero que dejen en pie la obra denominada «Group Bears» (Grupo de Osos), creada por el escultor estadounidense Paul Howard Manship, eso si el escultor es blanco, quien sabe. La escultura representa a un grupo de tres osos situados sobre un pedestal de granito, y fue donada por Samuel N. Friedman. La escultura está dedicada a la memoria de su amada esposa, Pat. Y como ocurre con otras estatuas en el Central Park (Alicia en el país de las maravillas de Hans Christian Andersen…) también Blanco, es habitual ver a los niños jugando sobre ella. Lucrecio sostiene que el primer dios fue el miedo. Rendirle culto no sirve para nada, hay que seguir jugando.

No se si sabías que el artista de los tres osos, se inspiró en los movimientos de un oso del zoológico del Bronx para realizar los bocetos de la escultura. Creo que también sigue en pie. Me extraña con tanto activista en la Casa Blanca, ¡vaya, también es blanca! Wali, va a tener competencia, él aún no ha matado a ningún soldado ruso en Ucrania, como señala en sus partes de guerra, el francotirador negro, tampoco, al menos, no todavía. Pasan las horas y me relajo en un banco, y pienso, parafraseando al ya fallecido Javier Reverte, ¡con qué rapidez se va la vida! ¡Qué poco tiempo estamos aquí, esfumándose los días como nieve golpeada por el sol! Y ahora llega la primavera y los árboles enarbolan su colorido, dando vida a los sentidos, al sexo, a la música, la caricia del sol, la palabra amiga…

Dicen en un periódico georgiano que un buen francotirador tiende a conseguir entre 7 y 10 muertes por día. Pero lo de ‘Wali’ es otra historia. El canadiense puede provocar hasta 40 muertes por día en una campaña productiva. Estos números son los que lo convirtieron en una leyenda entre las fuerzas armadas del mundo. De todos modos, los animo a leer su libro «Misión: Francotirador. La historia de cuatro francotiradores en Afganistán.»

Nos habíamos acostumbrado en occidente, como digo, a ignorar la muerte, a esconderla, a maquillarla… Vestíamos a los muertos con traje y corbata, como si fuesen a la oficina, y ocultábamos su cerúlea palidez con colorete. Hablar de ella era de mala educación. Los velorios se tornan imposibles en los tanatorios. A morir lo llaman en los telediarios perder la vida. Bonita cursilada. ¡Es la muerte, estúpidos!

En el libro IV de sus Confesiones, decía Rousseau: «Me encanta caminar a mi aire y detenerme cuando me place. Lo que necesito es la vida ambulante… De todas las formas de vivir, esa es la que más me gusta».

Eso sí, si mi francotirador onírico me lo permite. Dejo ese naipe del tarot en el aire y que los dioses de Bruselas repartan suerte.

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