Corrían los primeros años de la década del 90, los narcos, luego de haber ejercido dominio total sobre Bolivia durante los 70 y 80, recibían fuertes golpes por parte del Estado. Sin embargo, la lucha contra el flagelo del narcotráfico no sea llevaba a cabo únicamente en el terreno militar, sino también en el plano económico, especialmente, con el Programa de Desarrollo Alternativo (un proyecto que buscaba sacar a los productores de coca del circuito de la cocaína). Empero, los cárteles tenían otros planes y estrategias.
Casi de manera paralela a los hechos arriba mencionados, Fidel Castro y Lula Da Silva fundaban el Foro de Sao Paulo (FSP). Esta nueva organización tenía un único fin: redefinir los objetivos y las actividades de la izquierda, luego de la caída del muro de Berlín y del derrumbe del comunismo en la Unión Soviética. Es decir, conseguir nuevos mecanismos de financiamiento para sostener a la criminal dictadura cubana.
Si bien, los integrantes del Foro de Sao Paulo no creían, tampoco creen ahora, en la democracia ni compartían el amor por la libertad, decidieron, temporalmente, disfrazarse de demócratas (especialmente, después del estrepitoso fracaso del golpe de Estado liderado por Hugo Chávez el 92). Pero todo proceso de toma de poder requiere dinero, ahí es donde ingresan los peces gordos del narcotráfico latinoamericano. Como estos jefes emergentes no querían correr la misma suerte que los capos de los 80, decidieron unirse con Castro y su nueva agrupación delincuencial.
Puesto que los panegiristas del FSP no podrían seguir usando el discurso de la lucha de clases y el socialismo ―el desastre económico de la URSS era algo fresco―, decidieron remplazar a Karl Marx por Antonio Gramsci, Kathryn Pauly Morgan, Herbert Marcuse y, especialmente, Ernesto Laclau. El eje de confrontación ya no se reduciría al clásico pobres contra ricos, sino que buscaría enfrentar a los hombres contra las mujeres, los homosexuales contra los heterosexuales y, como el caso de Bolivia, a los indígenas contra los blancos. Eso serán los orígenes de una Teoría Woke (la moda de la izquierda norteamericana) con sabor cocalero.
Es ese contexto que emerge la figura de Evo Morales. El progresismo transnacional y los cárteles de narcotráfico montaron todo un teatro para romantizar sus atentados contra la institucionalidad democrática boliviana ―lo bautizaron como la resistencia contra la nueva «intervención» yanqui― y convertir al dirigente cocalero en el héroe de los pueblos indígenas del continente.
Desde la llegada al poder de Morales y sus secuaces ―además, la posterior muerte de Hugo Chávez― Bolivia se constituyó en el centro del Socialismo del Siglo 21 y la Republica ha sido sustituida por el Estado Plurinacional (un nombre rimbombante para un narcoestado). Con el agravante que fueron los indígenas de tierras bajas ―Yukis y Yuracares, especialmente― uno de los grupos más perjudicados por la expansión de la frontera cocalera. Veamos.
El 15 de agosto del 2011, cerca de 2.000 indígenas de tierras bajas iniciaron una marcha desde la selva hacia la cordillera. Se oponían a que una carretera —planificada para unir el bastión cocalero de Villa Tunari (Cochabamba) con San Ignacio de Moxos (Beni)— parta en dos su territorio.
El 25 de septiembre del mismo año, al menos 500 efectivos policiales intervinieron la movilización en Chaparina, localidad ubicada a 60 kilómetros de San Borja (Beni). Los marchistas fueron reprimidos con maldad —civiles los golpearon con látigos y los subieron a la fuerza a camionetas.
Así es amable lector, el «primer» gobierno indígena de Bolivia no tuvo ningún reparo en golpear a hombres, mujeres y niños de las etnias de las tierras bajas bolivianas.
Si tuviéramos que clasificar al Movimiento Al Socialismo podríamos usar la etiqueta de Supremacismo narcoindigenista. Primero, porque solamente son los indígenas que se dedican a la siembra de coca ―y no toda la coca, sino la destina al narcotráfico― quienes ejercen el poder total en el país. Y segundo, porque todo su discurso sirvió para que Bolivia sea completamente capturada por los capos de la cocaína Latinoamérica.