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Analisis

El suicidio del periodismo norteamericano

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Hubo una época de titanes. Titanes del periodismo. Sobran nombres, ejemplos… quedan firmas, casos… leyendas. Hombres, mujeres que entregaron y se jugaron todo… literalmente todo, para dar con esa beta de oro informativo que, en muchos casos, logró cambiar la historia. Estos titanes no pensaban en otra cosa que descubrir la verdad. La verdad. ¡Dios!, esa palabra… Verdad, es tan extraña e inusual en estos tiempos, que hace rato se ha ido alejando del norte periodístico mundial, al ser absorbida por estos enormes monstruos —dinosaurios con trajes digitales— en que se han convertido los medios de comunicación tradicionales: entiéndase, los que tienen —o tuvieron— peso real; los que alguna vez fueron estandartes de libertad y —muy pesar de ser empresas privadas— respetaban la gran misión sagrada de contar, narrar, descubrir hechos… o sea eso, la verdad.

Titanes fueron Woodward y Bernstein, reporteros del Washington Post, al meterse de cabeza dentro del sistema sucio y visceral del presidente Richard Nixon. Casi a ciegas, y llevados por el olfato e instinto que posee aquel que decide dedicar su vida a la gran aventura extraña, paranoica y monumental, que es el periodismo, penetraron, excavaron y explotaron algo que hoy se resume simplemente como Watergate. Una historia, una investigación… miles de palabras impresas en papel, que llevaron a la renuncia de un presidente. Vaya logro… y todo por contar, ni más ni menos, la verdad.

Pero esa época se perdió, difuminada entre tonos grises y oscuros; entre mareas de mentiras y la conveniencia de los grandes medios cuya historia… bueno, ya es una simple historia pisoteada por el grupo de magnates que hoy, en estos tiempos extraños y violentos, manejan todo aquello que se publica y, más importante, lo que no.

Hablar de las elecciones actuales… del ¿triunfo de Biden? Y la ¿derrota de Trump?, es un caso que demuestra un hecho triste pero real: el periodismo norteamericano, de mano de los medios tradicionales (los que alguna vez tuvieron el coraje de exponer a corruptos y sabandijas) está aniquilado. Nadie lo asesinó. Fue un suicidio premeditado. Y uno que será recordado para siempre, ya que abre un nuevo portal hacia la negligencia y arroja un escupitajo al oficio del periodista.

¿fraude?

Alguna vez, en medio de una entrevista para la BBC, comparé a Venezuela con un apartamento repleto de maleantes y terroristas… y, que de no ser controlado, terminaría acabando con todo el edificio. Piso por piso. Esto hace rato comenzó. Aunque lo que muchos ignoraban es que llegaría a inyectarse dentro de las venas de la política norteamericana, como un nefasto pinchazo de heroína.

Cuando se hizo público que la empresa Smartmatic (responsable de, seguramente, el desfile de elecciones más fraudulentas de la historia de esta galaxia, las venezolanas) estaba vinculada directamente con el sistema electoral que organizó las elecciones Trump-Biden, simplemente esperé… esperé ese gran reportaje que hilara una historia muy sencilla de atrapar —hasta para el periodista más novato—… y seguí esperando… y ya sabemos que esa gran historia no se publicó ni se publicará.

Black Lives Marxistas

No pretendo dar una clase magistral sobre lo que, al menos en hechos, convierte a estas elecciones en una de las operaciones más fraudulentas y, peor todavía, absurdamente fácil de comprobar. Basta con hacer una simple búsqueda de Black Lives Matter (la organización que apoya no solo al régimen narcoterrorista venezolano y al cubano); su visita a Venezuela durante unas elecciones. Y posteriormente ver una fotocopia de hechos que, durante un tiempo, dieron la impresión de que una estrategia —la misma que los venezolanos hemos sufrido durante más de dos décadas de agonía— los saqueos, la división, la violencia… todo en el preámbulo electoral. Luego, tarjetas de votación dispersas por todo el país… conteo secreto de votos, murtos votando… es una terrible película que los venezolanos conocen pero que, por algún motivo, los medios de comunicación norteamericanos, sencillamente prefirieron dejar a un lado.

Lo que ha pasado en Los Estados Unidos contra un hombre como Trump, es la muestra inequívoca, del grado de peligro que este hombre representa para un sistema político y económico que no admite cambios y que se siente amenazado por todo aquello que pueda ir contra sus intereses. Trump es un renegado. Un outsider. Ergo, un enemigo de la vieja política bipartidista americana.

No se requería a otros Woodward y Bernstein para amarrar una historia en la que se desarrolló una conspiración para sacar del juego al hombre que quiere acabar con “el juego”.

Ahora, el papeleo. Las denuncias. Cortes. Pero… ¿dónde está la gran historia de cómo se realizó algo tan grotesco como evidente? Pues, ciertamente no la leerán, verán o escucharán en los medios de comunicación que ahora solo difunden propaganda.

Recuerdo la frase lapidaria de Richard Nixon al ser entrevistado por el gran David Frost: “Si un presidente lo hace… no es ilegal”. En el caso de las elecciones Trump-Biden… si a un presidente le cometen fraude… resulta que no solo es ilegal… sino que ni siquiera se publicará.

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