Panamá, un país de El Caribe hispánico y continental, con el dólar estadounidense como moneda de circulación nacional e históricamente conocido por ser el paso obligatorio de miles de toneladas diarias de mercancías entre los dos Océanos, es decir, el Pacífico y el Atlántico, ha llegado ya a su tercera semana de protestas masivas, las más significativas en décadas. La pregunta medular es ¿A qué se debe tal acontecimiento?
La clave para entender el origen y magnitud de estas históricas protestas, sin duda, la encontramos justamente en la emergencia del crack financiero engendrado en los tiempos de la pandemia del virus de Wuhan, donde simultáneamente los gobiernos de la mayoría de los países del mundo impusieron severas restricciones a la movilidad, mejor conocidas como las cuarentenas obligatorias, receta de la OMS basada en la estrategia de la China autoritaria para –en teoría- evitar la propagación del virus.
Lo cierto del caso, es que, el virus finalmente terminó propagándose técnicamente por todo el globo terráqueo y lo que fue peor, las poco efectivas cuarentenas sólo llevaron a millones de personas en todo el mundo a la más ignominiosa pobreza y hambre. Masivamente, empresas medianas y sobre todo las pequeñas terminaron simplemente en la quiebra, en ellas, las fantasiosas tesis del “trabajo virtual” no resultó, no sólo por su inaplicabilidad operativa, sino sobre todo, por su imposibilidad de operativización según su actividad económica, es decir, el trabajo virtual aplica en gran medida a empleos burocráticos y/o administrativos.
En el caso de Panamá, no escapó de esta realidad, tras el levantamiento gradual de las restricciones, el país no volvió a ser el mismo, pues, miles no contaban ya con sus empresas o sus empleos. A la sazón, se sumó la inflación con mayor fuerza en combustibles, alimentos y medicinas, un problema al que los panameños no están acostumbrados a lidiar dado que sus operaciones comerciales se rigen fundamentalmente con el dólar estadounidense.
Este fue el escenario que encendió este malestar colectivo a comienzos de julio, donde miles de panameños salieron inicialmente a las calurosas calles de Ciudad de Panamá para protestar contra el elevado precio de la gasolina. Pronto se sumaron, más sectores con más demandas, todas ellas de carácter netamente social: protesta contra el alto precio de los alimentos, medicinas, más los indígenas exigiendo desocupación de colonos de sus “territorios ancestrales”, el gremio de los médicos exigiendo mejora en la dotación hospitalaria como de sueldos; los maestros exigiendo mejoras salariales y hasta sindicatos industriales. En crudo, amplios sectores de la sociedad panameña se levantó para exigirle al gobierno una mejora integral de sus condiciones de vida.
El presidente centrista Laurentino Cortizo, quien arribó al poder el 2019, apenas ha logrado reducir el precio de la gasolina de 3,95 $/galón a 3,25 $/galón, una reducción de poco menos de un dólar por galón. También convocó a negociaciones al gremio de los educadores, con quienes tuvo un primer acuerdo, pero éstos luego lo consideraron insuficiente y siguen en protesta.
En términos generales, el escenario actual de Panamá es técnicamente anárquico, pues, lo que resulta peor, el gobierno unilateralmente rompió el diálogo y no asistió a las últimas citas de las negociaciones. Los manifestantes se han radicalizado, imponiendo paros indefinidos y a escala nacional, pero no todo queda allí, las carreteras están bloqueadas por los manifestantes y la ira va en ascenso con eventuales choques con las autoridades policiales.
Englobando, lo que estamos observando en crudo, es el escenario socio-económico del mundo post-covid, es decir, los tiempos de las consecuencias directas de las cuarentenas y cierres que tuvieron lugar a lo largo de todo el 2020 e incluso en algunos países se prolongaron hasta el 2021.
Finalmente, este mundo post-covid, es un mundo mucho más caro, con menos oportunidades para los pequeños emprendedores, marcado por una inflación generalizada y lo que es peor, el panorama luce menos alentador, primero porque la economía estadounidense ya está en franca situación de recesión –representa el mayor mercado para América Latina y El Caribe- que junto a la invasión de Rusia a Ucrania –guerra que se prolongará- los efectos de ambos fenómenos sobre la economía global apenas se están comenzando a sentir. El desafío de los gobiernos de la región, será preparar a sus administraciones para la fuerte sacudida económica de una macro-crisis global que está a la vuelta de la esquina, caso contrario, nos veremos en el espejo de Sri Lanka.