Días atrás, el Ministro del Interior, Juan Ernesto Villamayor, reconoció que la necesidad de aumentar las inversiones que se destinan a las políticas antiviolencia en el fútbol paraguayo, argumentando que hace falta «sanear el deporte» en el país. En esa dirección, pidió la colaboración, tanto de la Asociación Paraguaya de Fútbol (APF) como de los clubes de la Primera División, para erradicar la violencia de los estadios. «No pretendemos encontrar un culpable, sino una solución», añadió Villamayor.
Bien, la solución tal vez no sea tan compleja, ni tan cara; solo hay que copiar modelos exitosos como pueden ser los llevados adelante en algunos países europeos: endurecimiento de las sanciones, pena de cárcel y prohibición de ingresos a los estadios pero, ¿Sería suficiente? ¿Son los hinchas los únicos factores generadores de violencia en el fútbol? no, definitivamente no. Semana tras semana vemos como los dirigentes del clubes con declaraciones públicas irresponsables generan violencia, como en este caso, donde Daiana Ferreira, Coordinadora de de la Sub Comisión Cerro Cultural, «festeja» con insultos una acción violenta contra un jugador rival, con improperios propios de un barra brava y no de una dirigente, máxime, si dice dedicarse al ámbito cultural dentro de la institución.
La “cultura del aguante”, que pregonan las barras y, por lo que se ve, muchos dirigentes del mundo del fútbol, es una ideología que combina una concepción radical de la lealtad, una manifestación feroz y ostentosa del machismo más brutal y una perspectiva de la rivalidad en términos de amigo o enemigo. Así, con esta clase de dirigentes, difícilmente se logre el cambio cultural necesario para que el deporte rey vuelva a ser un espectáculo digno de disfrutar en familia.
El desafío que tienen por delante como dirigentes, es separar la pasión y la alegría por el deporte de la violencia con la cual unos pocos buscan el beneficio personal, si no pueden hacerlo, den un paso al costado, no alcanza con borrar el Twit.