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El verdadero héroe máximo

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Francisco Solano López Carrillo nació el 24 de julio de 1827 en el barrio entonces delimitado por la parroquia de Santísima Trinidad (actualmente Manora), en Asunción. Hijo de Carlos Antonio López e Ynsfrán y Juana Pabla Carrillo de Viana y Larios, vivió su infancia en los tiempos del Gobierno Don José Gaspar de Francia, a quien conoció personalmente por las relaciones familiares que “Don Carlos” mantenía con el “Supremo Dictador”.

El niño Francisco Solano se educó en la escuela privada del Profesor Juan Pedro Escalada (1787 – 1869), paraguayo nacido en Santa Fe, de cultura y formación alambicada y distinguida, quien enseñaba “trívium y quadrivium” además de francés y rudimentos de salud e higiene. Habiendo concluido su formación básica, el futuro Mariscal tuvo como tutores privados a los sacerdotes españoles Miguel de Albornoz y José Joaquín Palacios, quienes impartían la docencia de nivel superior (para la época) en el Colegio Dominico – Jesuita de Asunción. Francisco Solano tuvo tiempo de pasar por la “Academia Nacional” que fue restaurada por su padre durante la primera etapa de su gobierno y que terminaría convirtiéndose en el Colegio Mayor y Seminario de Asunción, la primera “Facultad” creada durante la era independiente. Además, el joven Solano López recibió la tutoría privada del cura jesuita Bernardo Parés, quien fundó junto a sus compañeros el llamado “Instituto Superior de Matemáticas y Moral”.

Pero la pasión de Francisco Solano López Carrillo fue siempre la vida castrense. Incluso antes de tener la “edad de servicio” (14 años en esa época), según se dice, él ya tomaba parte de los ejercicios militares en las Fuerzas Armadas del Dr. Francia. A finales de 1842, viajó a Buenos Aires junto a su tío Manuel Pedro de la Peña y se entrevistó con el Gral. Juan Manuel de Rosas, Dictador de Buenos Aires quien sintió cariño por ese mozalbete gallardo que, al igual que él mismo, desde muy joven había seguido la carrera militar. Sin embargo (aunque no se conocen hasta hoy, con detalles, lo que habrían negociado Peña y Solano López con Rosas), Buenos Aires rehusó reconocer a la República del Paraguay.

Solano López regresó a Paraguay en 1843 y continuó sus estudios y su perfeccionamiento castrense. A mediados de 1845 ya había obtenido los galones de Oficial y Capitán Comandante del Liceo Militar de Asunción. Ese mismo año, el 7 de diciembre de 1845, el Gobierno de Carlos Antonio López declara la guerra a la administración de Juan Manuel de Rosas. ¿Los motivos? El Dictador Porteño se rehusaba a reconocer la soberanía del Paraguay, al que pretendía poner bajo la égida de Buenos Aires sin autoridad ni sustento alguno para dicho acto. Es más, los títulos y blasones históricos de Asunción indicaban que en realidad, debía ser Paraguay el que tenía que estar como la cabeza de la “Confederación del Río de la Plata” y no la usurpadora Buenos Aires. Pero Don Carlos, siempre justo y ecuánime, no deseaba imponer supremacías sino que simplemente, buscaba el reconocimiento de la República del Paraguay como entidad libre e independiente. Lastimosamente Don Juan Manuel de Rosas no quiso renunciar a su “porteñismo”, perdiéndose la oportunidad de que se forme una verdadera “Confederación” con Paraguay como su verdadera cabeza histórica.

Recordemos que fue el Doctor Francia el primero y el pionero de la idea de la “Confederación de Repúblicas” en el Río de la Plata, proyecto inspirado por las tradiciones Habsburgo del antiguo Imperio Español y que fue ferozmente combatido por los revolucionarios porteños, centralistas y unitarios, de cuño liberal y borbónico.

La Guerra contra Rosas duró desde 1845 hasta 1852. Paraguay luchó su propia campaña y empleó todos los medios de la diplomacia así como la guerra para reafirmar su existencia como República Soberana respecto a la tiranía porteña. Incluso firmó una “Alianza Defensiva” con el Brasil y con el Uruguay para “derrocar al Gobierno de Rosas”. El joven Francisco Solano López, con 18 años, fue ascendido al grado de Coronel y combatió en las fronteras paraguayas contra las fuerzas rosistas, ocupando en 1848 – 1850 los territorios de Misiones. Los López, padre e hijo, fueron artífices de esta victoria militar y diplomática que pocas veces es recordada y de la que se obtuvo como resultado, poco después, el reconocimiento definitivo de la República del Paraguay. ¡Carlos Antonio López es el verdadero “Presidente de la Victoria” y su hijo Francisco Solano López fue su “General Victorioso”!

Pero la lucha por la soberanía y la independencia del Paraguay continuó. Por medio de la diplomacia, el joven General Solano López debió trabajar para que la República del Paraguay fuera reconocida en Europa en 1853 – 1855 (la única excepción notable fue en el Reino de España, en donde se pospuso el acuerdo) y al regresar de su viaje, siguió siendo el principal valedor diplomático de la política de su padre, alejando a las amenazas que seguían cerniéndose sobre el Gobierno de Asunción. Generalmente, los buenos militares también son buenos diplomáticos. Saben que la guerra, como última circunstancia y continuación de la política, es siempre una calamidad. Uno de los maestros del Mariscal López, el brasileño Barón y General de Portocarrero, mientras resaltaba las virtudes personales de su joven pupilo, señalaba que el paraguayo sabía que “la guerra era un azote que debe ser evitado por las naciones” pero que a la vez estas “debían estar siempre listas para defenderse en caso de que ocurran”. O sea que, si vis pacem, parabellum.

Tras la caída de Juan Manuel de Rosas, las ambiciones del Imperio del Brasil y su tradicional aliado, el Imperio Británico, se hicieron insaciables. Paraguay hizo lo mejor que pudo para organizar a las antiguas provincias del Río de la Plata como una “Confederación de Repúblicas” que pudieran resistir a las ambiciones anglo-brasileñas de dividir e imperar. Con el advenimiento del “Partido Blanco” de Uruguay y el “Pacto de San José de Flores” a instancias del Paraguay para la unificación definitiva de la Argentina, todo parecía indicar que natural y espontáneamente, el liderazgo en ese sueño de la “Confederación de Repúblicas del Plata” recaería sobre el Paraguay, árbitro de la paz y príncipe de la unidad platense, con Asunción como Madre de Ciudades, República Primogénita de España y Obispado Primado de la Región.

No obstante, no contaban los López con que el Imperio Británico operaba en las sombras por medio de sus organizaciones discretas y no gubernamentales. Fueron estos quienes permitieron el ascenso de un grupo de personajes nefastos en Buenos Aires, quienes no eran sino un pequeño elenco de oligarcas muy bien financiados, vinculados por sociedades secretas y mafias de capilla hermética, adoctrinados en el liberalismo y el servilismo al mundo anglosajón, encabezados por Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Estos “usurpadores”, herederos de la piratería y el tráfico portuario de los más sórdidos mechinales, no representaban al verdadero sentimiento del pueblo argentino. Ni siquiera al de los mismos bonaerenses, quienes en su corazón, eran más partidarios de la “Federación” a la manera de Rosas o de la “Confederación” según los paraguayos. Es por eso que los llamamos “usurpadores”. El verdadero pueblo argentino, incluso el verdadero “porteño” (no el advenedizo “porteñista”) nunca fue enemigo del Paraguay. Todo lo contrario. Un bonaerense superlativo (y cuya obra, con algunos defectos, en defensa de la noble y justa causa del Mariscal López, sigue siendo imbatible) fue Don Atilio García Mellid, quién alguna vez escribió al respecto:

“Nunca pudo cicatrizarse en los corazones argentinos la herida que abrió la guerra bárbara con que los representantes de la “civilización mitrista” asolaron a la tierra heroica y amada (Paraguay). Algún día tendremos que hacer acto de contrición ante el mausoleo en el que reposan los héroes paraguayos… Mi amor por el Paraguay tiene causas diversas, a las que va unida una pasión argentina, que es primera en mi vocación… Yo también, como Alberdi, llegué a descubrir que defendiendo al Paraguay y atacando a sus enemigos, me reencontraba con lo mejor de mi patriotismo…”.

Como un comentario aparte, la insuperada obra “Proceso a los Falsificadores de la Historia del Paraguay” de Don Atilio García Mellid, bonaerense y paraguayista, debería ser lectura obligatoria en todas las escuelas del país. Y este gran caballero hace tiempo que está esperando que el Gobierno de la República del Paraguay lo honre, por lo menos, con una plaza pública a su nombre.

Así llegamos hasta la “Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay”. Sus antecedentes y motivaciones fueron muy diversas pero hoy en día, con todos los datos y elementos de juicio que se poseen gracias a innumerables investigaciones sobre el tema, solamente un obtuso y un adoctrinado en las farsas propagandísticas del liberalismo internacional puede permitirse que acusen gratuitamente a Francisco Solano López respecto a dicha contienda, la más sangrienta confrontación bélica entre naciones en el continente americano. Es todo lo contrario, cuanto más uno estudia a la “Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay”, más uno se da cuenta que todo lo que hizo el Mariscal Presidente obedeció a una lógica incuestionable. La soberanía, seguridad nacional e intereses geopolíticos y económicos de la República del Paraguay estaban directamente amenazados y solo había dos opciones: capitular o luchar hasta el final. Recordemos que el Imperio del Brasil fue el principal impulsor de dicha contienda bélica, con la connivencia de los liberales de Buenos Aires quiénes derrocaron al gobierno legítimo del Uruguay para imponer a sus personeros y títeres. Inglaterra, por su parte, mientras bloqueaba los negocios y las finanzas paraguayas durante la guerra, proveía de dinero, armas y mercenarios a la “Triple Alianza” contra Paraguay. “¡Curiosa forma de mostrar neutralidad!”, decía Sir Richard Francis Burton, diplomático inglés que fue testigo del enfrentamiento bélico y que no disimulaba ser absolutamente favorable a la Triple Alianza.

No obstante, el mismo Bartolomé Mitre en su discurso al “Comercio” de Buenos Aires el 21 de febrero de 1869, nos reveló un poco de las verdaderas razones de la Guerra contra Paraguay:

“Cuando nuestros soldados vuelvan de su larga y gloriosa campaña… podrá ver el comercio inscriptos en sus banderas los principios que los grandes apóstoles del libre mercado proclamaron para mayor gloria y mayor felicidad de los hombres, porque esos principios también han triunfado”.

¿Dónde está el libre mercado no entran las balas? Pregunten a Mitre sí eso es cierto.

Digamos aquí y ahora lo que debe decirse: la acción que antecedió a la OTAN en la historia de Hispanoamérica, fue la que llevaron a cabo los ejércitos que se movilizaron contra los guaraníes: impulsados por la diplomacia y la financiación británicas, esclavos brasileños y mercenarios europeos puestos bajo las banderas argentina y uruguaya (nunca olvidemos que, salvo contadas excepciones, los batallones de la Argentina eran enviados maniatados y engrillados a combatir contra Paraguay) fueron movilizados para “derrocar a un malvado tirano” que con sus políticas “amenazaba a la paz y la estabilidad de la región”, que era un “enemigo del comercio” y probablemente “tenía armas de destrucción masiva en su sótano” (permítaseme el chiste). ¡Lo de siempre con estos pelafustanes genocidas!

Ya sabemos que a muchos, simple y llanamente, les gusta bajarse los pantalones y ponerse de rodillas. Yo los tengo contabilizados. Son exactamente 108 personas. Créanme. Esos criticarán al Mariscal López, por siempre y para siempre. Se tenía que haber “entregado el marrón” y ya, para que aquí reinen los adoctrinados de la democracia liberal y sus lacayos. ¿Qué más da eso de la soberanía nacional, de los intereses geopolíticos y económicos de la República del Paraguay? ¡Pura cháchara de ilusos según esos 108 legionarios!

Pues lamento decirles que precisamente, esa lucha cruenta, salvaje, brutal por la defensa de la soberanía paraguaya, llevada hasta el límite, hasta el cataclismo más feroz que se haya visto en la historia moderna de América, fue la que despertó las voces del mundo entero que admiró y proclamó el heroico sacrificio de los paraguayos y mientras denunciaba a las horrendas pretensiones de la “Triple Alianza” y sus inicuos tratados, reveladores de sus verdaderas y pérfidas intenciones. Y para colmo de males, a ese hombre salido de los cantos de epopeya, a ese Príamo del Paraguay, a ese indómito Rey Leónidas de los Guaraníes llamado Don Francisco Solano López Carrillo, se le ocurre ser inmensamente sublime e inconmensurable para alcanzar ribetes de magnífica gloria: decide cumplir con todos sus juramentos, luchar en un último “baroud d’honneur” y hacer eso que está más allá de cualquier descripción racional humana, simplemente hay que sentirlo: Morir por la Patria.

Muchos afirman que aman algo. Pero todos sabemos que el amor verdadero solamente está presente cuando alguien está dispuesto a dar la vida por eso que dice amar. Nos lo mostró con su propio ejemplo el Divino Maestro Jesucristo, quien además enseñó en el Evangelio según San Juan: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero sí muere da mucho fruto”.

Se puede decir que la obra del Mariscal López, toda su vida y su propia muerte, son los símbolos de la lucha de la República del Paraguay por su libertad y su soberanía. El fruto de su inmolación ha sido, sin duda alguna, la confirmación de que el Paraguay es y será libre, independiente y soberano por muchos, muchos años y hasta que Dios diga basta (porque solo él y su Iglesia son eternos). El otro fruto, quizás menos tangible pero no menos importante, es la fuerza espiritual inquebrantable del pueblo paraguayo en defensa de sus tradiciones, su identidad y sus ideales de vida. En la Guerra de la Triple Alianza, el Mariscal López peleó por todo eso y a la larga, su causa justa y noble, el sueño por el que se sacrificó, fue el de unas naciones hispanoamericanas unidas en el patriotismo, en las culturas hispano-cristianas de nuestros pueblos, en la lucha por la justicia, por la vida y por la verdadera libertad que solo proviene de las leyes del Divino Hacedor. Cuando los paraguayos, hoy, se enfrentan a ultranza y solos contra el mundo al avance del aborto, la ideología de género, la eutanasia, la degeneración sexual y tantas otras corrupciones aceptadas por la posmodernidad, están tomando, conscientemente o no, la bandera de batalla del Mariscal López, su causa justa contra la nueva “Triple Alianza” que se avecina junto a sus baqueanos 108 legionarios.

Es por esa razón que un alma noble, a pesar de sus errores, como el General Juan Manuel de Rosas, reconoció la justicia de la causa paraguaya defendida por ese joven mozalbete a quien conoció, combatió y finalmente admiró. Así, enterado de la heroica y sublime resistencia de los soldados guaraníes contra la Triple Alianza, el 17 de febrero de 1869 escribió desde su prisión en Inglaterra: “Dispongo que mi albacea entregue a Su Excelencia el Señor Mariscal Presidente de la República Paraguaya y Generalísimo de sus Ejércitos, Don Francisco Solano López, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible sostener esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de la Patria”. Mucha grandeza por parte de dos hombres, unidos por el heroísmo y que lucharon, con virtudes y defectos, contra los enemigos comunes de Hispanoamérica y por la unión de las Repúblicas del Plata. Aunque hay uno que murió por la Patria y jamás capituló, no lo olvidemos…

Cierto es que hay muchos conceptos que no hemos definido en este artículo, como por ejemplo, “soberanía” o “independencia”. Es cosa para otros escritos. Pero sí hay alguien que encarna a lo que llamamos “héroe”, es decir, la persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble, ese es Francisco Solano López Carrillo. Y no hay mejor forma de cerrar este pequeño homenaje al verdadero héroe máximo del Paraguay, el Mártir de Cerro Cora, que falleció con la espada en la mano el 1 de marzo de 1870, con las siguientes palabras del celebérrimo Sir Richard Francis Burton en sus “Cartas desde los Campos de Batalla del Paraguay”:

“No puedo sino admirar la maravillosa energía y la indómita voluntad del Mariscal Presidente López y de su pequeño pero fuerte poder, al que jamás ha de olvidarse ni le escasearán admiradores mientras perdure la Historia… Los paraguayos sin duda lucharon por sus altares y sus pasiones, lucharon por las verdes tumbas de sus señores, su Dios, su Patria, por la reivindicación de su honor pisoteado, la garantía de su existencia amenazada y la estabilidad de sus derechos agraviados”.

Que lo rumien una y mil veces los 108 legionarios.

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