Días atrás un autodenominado “artista” se apersonó hasta las esquinas de “El paraguayo independiente” e “Independencia Nacional”, esquina emblemática de la ciudad de Asunción, que se encuentra adyacente a nuestra hermosa Catedral metropolitana, y aprovechando la nocturnidad, modificó con tinta y pegatinas los letreros que señalizan las arterias mencionadas. Es así que donde antes decía “El paraguayo independiente” ahora dice “El paraguayo impotente” y donde rezaba “Independencia Nacional” ahora se lee “Negligencia nacional”. Lo hizo, dicen, como “forma de protesta”, mientras que algunos periódicos locales iban contando la noticia con estos titulares:
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Como primer análisis, yo reservaría el concepto de “arte” para específicas y elevadas manifestaciones del espíritu humano, relacionadas con la creación y evitaría usarlo para designar la destrucción, en particular la destrucción de patrimonio público. Sin importar qué tan importante sea el mensaje que consideren que envían a la sociedad cuando destruyen patrimonio público, el mensaje indiscutible es el de la destrucción. El arte desde Platón está relacionado con la creación, no con la destrucción.
Una segunda consideración ¿Cómo te animas a denominar arte al vulgar vandalismo de dos letreros teniendo adyacente el majestuoso y bello edificio de la Catedral de Nuestra Señora María de la Asunción? ¡Hay que ser generoso con las palabras, che! Pero qué poca justicia le hace al término arte frente a un monumento arquitectónico y espiritual que es indiscutiblemente artístico ¡Tiempos modernos!
Algo más. Quiero decir que existen varias concepciones de “arte”, con las cuales no comulgo, las que devienen de una tradición posmodernista y marxista, las cuales se articulan en una cosmovisión conflictiva de la realidad. Quiero discutir en esta breve columna al respecto.
¿El arte como espejo o el arte como martillo?
Para Platón la realidad se escindía en dos: mundo sensible y mundo de las ideas. El primero era una copia, a veces burda e imperfecta, del segundo. La naturaleza de las cosas, de la realidad, de los objetos, de los animales y las plantas, se encontraba en un mundo de las ideas, ajeno a este, y del cual este mundo sensible era una sombra. La belleza no era la apariencia de lo bello sino la naturaleza de lo bello: formas, líneas, colores puros, armonía. Es así que para Platón el arte debe ser un espejo donde se refleje la naturaleza íntima de las cosas, su esencia. Siendo así, el arte se convierte en una puerta hacia el mundo de las ideas, el mundo de las esencias, la belleza existe y debe ser captada por el trabajo del artista.
Sin embargo, el posmodernismo, en general, y el marxismo, en particular (como producto ideológico de la posmodernidad) cuestionan seriamente que la belleza exista objetivamente y por lo tanto el concepto del “arte como espejo” cae en la irrelevancia ante conflictivas y alternativas visiones de lo bello y lo estético. Friedrich Nietzsche, el padre de la posmodernidad, aquel que había dicho que “no existen los hechos, solo la interpretación de los hechos” decía respecto a la belleza y al arte:
Para Marx, el abuelo de la posmodernidad, la superestructura cultural/ideológica se sustentaba en la infraestructura económica y material. No existían ideas de belleza que representen con objetividad una realidad externa a la historia, inmutables, que deban ser representadas en el espejo del arte. Solo existen luchas antagónicas por establecer ideas de belleza burguesas o ideas de belleza proletarias; ideas de belleza esclavistas o ideas de belleza feudales, en suma, todo se reduce a una visión relativista y belicista del arte:
No es, por lo tanto, extraño que, siguiendo esta genealogía de las ideas, Bertold Brecht, un intelectual, dramaturgo y poeta alemán, marxista hasta la entraña, haya destacado respecto del arte:
En esta sucesión de ideas agonistas, de carácter marxista, el artista se convierte en un activista que usa su martillo, el arte, para de manera violenta dar forma a una realidad que detesta y que pretende cambiar. El arte no tiene tanto una naturaleza epistémica, de descubrimiento, como una función social de cambio. El marxismo ha inficionado la mente de los artistas y los ha convertido en burdos vándalos y activistas. Como Usted se dará cuenta, a la luz de esta genealogía de las ideas, es comprensible el uso laxo, despreocupado y extenso que periodistas progresistas, de ciertos medios de comunicación, hacen del término “artista” o “arte”.
La función social del arte no es mostrarnos la realidad, dirán, sino cambiarla, transformarla, sin percatarse que parafrasean a Marx. No pretendo que los periodistas y comunicadores sean expertos en genealogía de las ideas, sin embargo, sin pretenderlo y sin saberlo, muchos de estos terminan siendo “esclavos de ideólogos muertos” ignorando para quien trabajan.
La alternativa: el arte como reconciliación y elevación
¿Qué podemos oponer a tan entenebrecida y conflictiva forma de ver el arte y la función del artista?
Podemos celebrar la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción como una expresión del arte que nos lleva a comunicarnos con lo trascendente, con lo absoluto, con lo eterno, en definitiva, con la verdad. Un espejo donde se reflejan ideas absolutas frente a la miseria del relativismo secular.
La primera diócesis del Rio de la Plata, erigida en 1845, nuestra hermosa catedral, nos muestra la bondad absoluta del Altísimo para con sus hijos, y nos transmite valores absolutos de justicia, paz y reconciliación. Frente a ella nos sentimos pequeños pero bienvenidos, como frente a una Madre, y sentimos que hay un camino que nos lleva a la verdad y a la vida. Su diseño arquitectónico nos comunica la idea de lo trascendente, que se eleva por encima de las pequeñas pasiones humanas, incluida las visiones conflictivas de la política secular. El altar mayor de la Catedral está revestido de plata, y nos recuerda que debemos estar dispuestos al sacrificio personal por lo más sagrado y relevante. Sus ornamentos, su composición, sus colores, formas, todo, está orientados a que nuestra experiencia estética, siempre finita, nos ayude a atisbar lo infinito.
¿Cómo llamarle arte a la destrucción del patrimonio de todos frente a una obra maestra de naturaleza religiosa que nos llama a crear, con espíritu de Madre, un mundo mejor, por medio de la concordia, la reconciliación en los altares, la paz a tu hermano y la belleza de su orden, diseño y propósito? Me alegro de que, ante la insignificancia de un episodio de activismo destructivo, de carácter ateo y marxistoide, que osa autodenominarse “arte”, se eleve nuestra distinguida y hermosa Catedral Nuestra Señora de la Asunción. Ese es el espíritu del verdadero arte, crear, no destruir; elevar, no rebajar.
Al respecto quiero cerrar mi artículo con las palabras de Sir Roger Scruton, que decía con respecto al arte: