En su tiempo, escribí algo parecido a esto, sobre el Black Metal y mis antiguas perdiciones. Quizás no fui muy explícito, pero allí adelanté muchas cosas y otras las dejé en el tintero, quizás esperando al tiempo oportuno para concretar la parte final del discurso.
Las redes sociales son útiles, pero en manos de gente joven e inmadura (y en general, de todo el mundo), pueden ser nocivas. Hablaré de mi experiencia personal, de discusiones y escritos que realicé en Orkut y en el antiguo Facebook, más o menos 10 a 15 años atrás tal vez incluso hace dos décadas.
Debo decir que, gracias a Dios, el Orkut desapareció y con él, muchas cosas de pésimo gusto que habré escrito quedaron ahogadas en las arenas del tiempo y de la «deep web». Estoy seguro, sin embargo, que no faltará el aventurero que se pondrá a hurgar en las profundidades de Internet para extraer estos comentarios, por lo demás irrelevantes más allá de su contenido soez.
El Facebook, sin embargo, sigue allí. No termina de morirse. De vez en cuándo (cada vez menos) ingreso para hacer algunas publicaciones en viejos grupos de Historia del Paraguay; aparte de eso, casi ya no lo utilizo.
Es precisamente en el Facebook donde más intensas discusiones mantuve, allá por los años 2009 – 2013 más o menos. La cosa fue aminorando en el 2014 y creo que ya casi nada relevante hubo por allí desde el 2016, año en que encontré al amor de mi vida precisamente en Facebook, que para algo tenía que servir. Ella era una chica de familia judía que se hizo atea; y cuándo nos conocimos, yo estaba en proceso de transformación personal, también fui ateo, pero ya superé esa etapa y me estaba acercando a la Iglesia Católica.
Nunca duden de la metamorfosis que el amor verdadero, que proviene de Jesucristo, puede producir en nuestras vidas. Dejaré esto aquí, diciendo simplemente que hoy estoy casado con esa chica judía (pero atea), tenemos dos hijos, somos ahora católicos gracias a Dios, e intentamos salir adelante con nuestros pecados y defectos.
Pero en el Facebook dije cosas muy inadecuadas, algunas de ellas completamente desagradables.
Fui ateo y liberal, recuerdo que alguna vez dije que Lucifer era el verdadero salvador del mundo que ayudó al ser humano, como en el mito de Prometeo, a romper con las cadenas de la opresión que la religión supuestamente representaba. De hecho que recorrí por todas las más ridículas ideologías imaginables, pero LO ÚNICO QUE NUNCA FUI, ES COMUNISTA, GRACIAS DIOS MÍO; NI EN MI PEOR MOMENTO ME ABANDONASTE.
Llegué a decir y escribir que el cristianismo era la adoración de la debilidad y el espíritu de ovejas de rebaño (repitiendo frases de Friedrich Nietzsche e inclusive de Varg Vikernes, al que admiraba por su música y su patética historia). Afirmé que el único templo cristiano que ilumina es el que arde. Así de caricatura era, en mi «juventú, divino tesoro» que nada de divino tenía. También caí en vicios mundanos como el alcohol, los cigarrillos, drogas legales que embotan la mente y el espíritu… En fin.
Ya ni hablemos de otras religiones. Dije barbaridades respecto a los judíos, hice horribles insultos a los musulmanes (de hecho, mi cuenta original de Facebook fue eliminada por un comentario de bajo fuste y peor calaña que realicé contra Mahoma, al que tildé, en inglés, de «pedophile and goat fucker», que mejor es no traducirlo, aunque se entiende un poco lo que significa).
Utilizando las «licencias artísticas», traduje al español (usando Google Translator, porque no hablo finlandés ni sueco ni noruego) algunas de las más nefastas canciones de Black Metal Escandinavo y las posteé en Facebook; en esas letras no se escatimaban insultos e improperios contra cristianos, judíos y musulmanes. Es mejor no citar el nombre de esas bandas de Black Metal, para no darles publicidad, que es lo que buscan. Lo cierto es que me fascinaba «hacerme el loco», «hacerme el machito» en las redes sociales, y esa era la manera en la que exteriorizaba esa necesidad, probablemente por acumulación de testosterona y no realizar alguna otra actividad más saludable, como salir a hacer algún deporte, para quitarla de encima.
En una ocasión en la que estaba enfermo de Chikungunya y forzosamente puesto a reposar, todo esto 10 a 15 años atrás (ya ni recuerdo exactamente), me las tomé con Josefina Plá, escritora española que se radicó en Paraguay. Como ya dije en varias ocasiones, me ratifico completamente en las críticas que hago a su obra, pero deploro y lamento profundamente los epítetos y palabras soeces que usé contra ella, persona que ya está muerta y no tiene cómo defenderse de mis exabruptos.
Varias veces pedí disculpas (algo que era impensable para mí hace 10 a 15 años atrás, cuando creía que «todo valía» a la hora de debatir) y realmente, me arrepiento de ello. No pienso en el asunto todos los días, pero a veces algunos personajes de notable bajeza, aún mayor cobardía y sin suficientes argumentos para rebatirme en una discusión, siempre traen a colación esos exabruptos que emití contra la indefensa y hace décadas fallecida Josefina Pla.
Pido disculpas, señora, de todo corazón. Hasta prometí escribir algún día un soneto para desagraviarla, y publicarlo en algún libro.
Mis adversarios incluso fabricaron imágenes con textos falsos, o falsamente atribuidos a mi persona (utilizando la tecnología, que hoy todo lo puede) para desprestigiarme. Ponerme a aclarar esto, punto por punto, sería como un rosario de extenso. Reitero aquí que muchos de esos presuntos escritos que me atribuyen, o son alevosas mentiras creadas con programas informáticos, o están quitadas de su contexto auténtico, o son traducciones de canciones de Black Metal Escandinavo que hice en su momento y publiqué en Orkut y Facebook, hace 10 – 20 años atrás.
Lo único que sí diré, es que uno tiene lo que merece. Yo no rehúyo de mi pasado; hice muchas cosas de las que hoy me avergüenzo. Algunos me dirán que soy exagerado, que son simples publicaciones de redes sociales, que «ya está, ya pasó, a otra cosa, eremao pancho». Pero realmente, cada tanto en que estas cosas resurgen, me sirven para mortificación de mi alma, más que merecida mortificación añado. Porque, por más pequeño o insignificante que sea el presunto daño, el impacto que genera en uno mismo es gigante.
Aunque nunca caí en cosas más graves, pero esto solamente fue gracias a Dios y probablemente a las oraciones de mis seres queridos. No dudes, querido lector, que alguien está rezando por vos y esa oración te está salvando de algún mal…
Hoy en día, prácticamente ya no bebo. Con el cigarrillo, tengo una relación de «amor-odio», a veces yo cedo, a veces cede el pucho; sigo escuchando Black Metal Escandinavo, pero menos que antes, y ya no publico letras traducidas de bandas de mierda de ese género; evito lo más que puedo (aunque a veces se me chispotée) utilizar palabras soeces e insultantes para referirme a personas, vivas o muertas; gracias a Dios soy católico, y ya no ataco ni digo barbaridades sobre las diferentes religiones (aunque sí, deseo que todos se conviertan a la única religión verdadera que es la Iglesia Católica y Apostólica Romana de Jesucristo, y tengo mis discusiones intensas, pero respetuosas, con los que piensan otra cosa), y bueno, sigo siendo un pecador… Lucho todos los días contra mis concupiscencias, reconozco mis faltas y pido perdón.
Tuve mi momento de San Agustín de Hipona, mis «Confesiones». ¡Ruega por mí, ilustre servidor de Jesucristo, para que no caiga en las tentaciones y sea un hombre digno para mí familia!
Habiendo dicho todo esto…
Tengan mucho cuidado de aquellos que se dicen impolutos. De aquellos que sólo saben levantar el dedo acusador para señalar los pecados de los demás.
Desconfíen de aquellos quiénes apelan a la descalificación personal, a hurgar en el pasado de los demás, para atacarlas por el mero hecho de hacerles daño, por «sentirse ganador» en las redes sociales, actitud deleznable en la que yo mismo caí tantas veces en el pasado, y me arrepiento.
Duden muchísimo de aquellos quienes pontifican, pero ante el menor cuestionamiento, buscan atacar a la persona sin centrarse en los argumentos. Sospechen de los que son rápidos para apuntar los defectos de los demás, pero lentos para reconocer los propios errores.
«El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra», dijo el Divino Redentor, y salvó la vida de una miserable mujer, que a partir de ese momento buscó «no pecar más», como le ordenó el Maestro.
Sólo Dios podía ser tan magnánimo y tan maravilloso. Debiéramos imitarlo más a menudo.
A tí te ofrezco, Señor Jesús, esta confesión, como penitencia de Cuaresma. Que nunca más me aleje de tí. Que busque siempre hacer el bien a los demás. Que mis discusiones sean para edificar, no para denigrar. Que sea un humilde instrumento para tu Santa Gloria. Amén.