jueves, 02 mayo, 2024

El espíritu de las olas

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Soy galés, borracho y amante de la raza humana, especialmente de las mujeres

Dylan Thomas

Cualquier persona que escucha el nombre Dylan en Asunción piensa en el otrora pub de Fernando de la Mora si es que oyó hablar de él o lo conoció.

Un grupo selecto de ciudadanos lo asociaría con el compositor y cantante de rock estadounidense Bob Dylan, cuyo nombre verdadero es Robert Allen Zimmerman, quien tomó la gracia del poeta galés como pseudónimo.

Corría el año 1980 cuando Juan Ángel Napout me buscó por la disquería “Snob” frente a la Junta en la calle 25 de mayo para ir a ver lo que sería en poco tiempo el “Club Caracol”.

En el trayecto tuvimos una pequeña discusión porque en su coche, Mercedes Benz obviamente, sonaba una canción del susodicho paisano y daba por sentado que me gustaba. Se equivocó y no le gustó, no entendió como no me podía gustar. Hasta ahora no lo trago excepto por su canción “Like a Rolling Stone”, en la cual, desprecia con vehemencia a una tal miss Lonely (señorita Soledad), probablemente ex pareja del cantante: “¿Que se siente andar sin rumbo y sin hogar? Como una total desconocida, bala perdida, una vagabunda”, aunque prefiero la versión de los Rolling Stones musicalmente hablando.

En galés, Dylan quiere decir “hijo de las olas”, puede traducirse como hijo del mar también. 30% de la población galesa lo habla como primer idioma antes que el inglés.

La primera vez que mojé mis piecitos en el mar fue en Piriapolis, Uruguay, no tenía aún dos años. A partir de entonces y desde que tengo uso de memoria, cada vez que visitaba alguna playa me quedaba fascinado mirando las olas. Es una maravilla ver una tras otra surgiendo en el mar y escuchar su explosión al romperse sin que ningún motor las esté generando.

Me importa nada las explicaciones físicas o científicas, sé cuáles son, para mi es la mano de Dios presente de forma permanente en nuestras narices.

Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusas

Romanos 1:20

Para los ateos

¿Qué es lo que hace que las cosas sean, se muevan y sucedan?

Obviando el aspecto místico entonces, el principio es similar, todo lo que se ve en el mundo de la materia primero fue una idea. Algunos dicen que los pensamientos son cosas o se vuelven cosas mejor. De cualquier manera, el origen de ellas es invisible en un principio.

Hoy día muchos de los llamados “expertos” son embusteros asalariados quienes afirman con falsa autoridad que el origen de ciertas cosas está en otras cosas, o sea, mienten. Llaman a lo que no es como si fuese y a lo que es por lo que no es. Ejemplos entre tantos; la patraña del calentamiento global, la falsa pandemia, la bola de la sobrepoblación, el bulo de la escasez del petróleo, el falso valor del dinero, el origen de las enfermedades y un largo etcétera. Me importa un bledo, no acepto mentiras como opiniones y menos aún respeto a quienes las repiten. Por eso insisto que ya no es tiempo de debate si no de combate y en defensa propia a causa de todo este bombardeo permanente de engaños, por todos los medios, elaborados en mesas de diseño por malignos ingenieros sociales al servicio del padre de la mentira.

Tampoco me importa la cantidad de gente que lee este artículo, bien por el que lo hace, la calidad no es compatible con la cantidad y tampoco la falsa modestia, la peor de las soberbias según algunos.

Dijo Gandhi: “Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él”. De igual modo, un artículo no es necesariamente bueno porque todo el mundo lo lee.

Celebro la afirmación del fiscal Jim Garrison en el caso JFK; “Un hombre con la verdad se constituye en mayoría”.

Al final, uno fue el que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie llega al Padre sino por mí”. Jesucristo

Oh expertos del mundo, atrévanse a desafiar esto, prueben que no es cierto o muestren otro salvador en la historia que dijo lo mismo. No en vano escrito está que la salvación viene de los judíos y miren como el mundo los trata. Ahora entiendo el diluvio, y sucederá nuevamente algo similar, sí señor, no tengo dudas, y arrastrará la capa de estiércol que cubre el planeta como aquella vez.

Vanidad, todo es vanidad en este mundo lleno de estúpidos, “Generación idiota” como bien titula su último libro Agustín Laje refiriéndose a esta.

Buscad y hallareis prometió Jesús, busqué y hallé, ni siquiera busqué, lo pensé, no creí que lo encontraría, sin embargo, aquí está.

¿Qué pensé y encontré?

Como describir y definir este fenómeno de la conducta humana que se dio durante la plandemia, actualmente sucede con respecto a Israel y antes con el nazismo en Alemania. La respuesta es, había sido, muy sencilla: la estupidez humana.

En abril de 1943 el pastor luterano, teólogo y disidente antinazi Dietrich Bonhoeffer fue arrestado y encarcelado por la Gestapo. Durante su cautiverio de dos años reflexiona acerca de cómo era posible que el pueblo alemán, tan amante de la cultura, la ciencia y el arte, tan supuestamente civilizado y cultivado, hubiera, no sólo permitido, sino también propiciado y celebrado, que Hitler alcanzara el poder absoluto sobre sus vidas.

Bonhoeffer llegó a la conclusión de que, más allá del contexto económico y social, la causa principal era la estupidez, un enemigo del bien mucho más peligroso que la malicia.

“Uno puede protestar contra el mal y exponerlo, si es preciso, prevenirse mediante el uso de la fuerza. Sin embargo, contra la estupidez estamos indefensos. Contra ella no sirven de nada las protestas, ya que las razones caen en oídos sordos. El estúpido, a diferencia del malicioso, está completamente satisfecho de sí mismo”

Aquí cabe lo dicho por Mark Twain: “Nunca hay suficiente evidencia para el idiota”.

Bonhoeffer no creía que la estupidez se tratase de un defecto intelectual ya que conocía a personas con una inteligencia ágil pero estúpidos y a intelectuales bastante aburridos que no tenían un pelo de tonto. Para él, la estupidez es un defecto humano, de la personalidad, no de sus capacidades. Tampoco es un defecto congénito, sino que cualquiera puede volverse estúpido en determinadas circunstancias. ¡Chan!

¿Cómo?

Permitiendo que la estupidez se apodere de uno, algo que puede suceder con mayor facilidad cuando se es parte de un grupo amplio, como la hinchada de Olimpia, por ejemplo.

Las personas que viven en soledad tienden a manifestar en menor medida el defecto de la estupidez en comparación con aquellos individuos o grupos de personas inclinadas a la sociabilidad según el pastor alemán.

Desde esa perspectiva, y aquí les va, la estupidez no sería tanto un problema psicológico como sociológico. Son las circunstancias externas las que vuelven estúpidos a los humanos que así lo permiten. Y todo aumento significativo de poder en la esfera pública, ya sea político o religioso, infecta de estupidez a una gran parte de la humanidad.

Dietrich Bonhoeffer, héroe y mártir, fue colgado el 9 abril de 1945, apenas un mes antes de la rendición de los putos nazis. Por ello, su compatriota Franz Kafka había dicho: “un idiota es un idiota, dos idiotas son dos idiotas y 10.000 idiotas son un partido político.”

Así como el espíritu de las olas es Dios en acción en mi opinión, gran parte de la humanidad y su conducta inexplicable se debe a la estupidez. Algo que, según Einstein, es permanente en la “raza humana” usando la frase de Dylan.

Cristo curó a los ciegos, a los lisiados, a los paralíticos y a los leprosos. Pero a los idiotas no pudo curarlos

Kalil Gibrán

Shabat shalom

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