domingo, 28 abril, 2024

La palabra de la cruz (13): El Orden Divino Restablecido – El Nuevo Nacimiento

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Jesús de Nazareth, como hombre, hijo de José y María, resucitó al tercer día “conforme a las Escrituras” y así venció a la Muerte y a Satanás. Pero su muerte no fue debido a su pecado, sino a que tomó “nuestros” pecados y por eso murió.

Adán cuando fue formado, conforme hemos ya visto en la entrega N° 2 de esta serie, tenía este orden en su diario vivir: 1) Espíritu, 2) Alma, y, 3) Cuerpo. Lo que gobernaba al hombre era su espíritu, quien regía sobre el alma, y ésta sobre el cuerpo; era un ser espiritual.

Pero luego de haber pecado, ese orden se invirtió quedando su espíritu sometido al alma, y ésta al cuerpo. De ser una persona espiritual, se transformó en una persona carnal, deseando no las cosas espirituales, sino las carnales. Y eso debido a que se volvió un ser pecador y por ende condenado a muerte. Ojo, no es que el hombre por pecar se vuelve un ser pecador, sino que el hombre peca porque ES un ser pecador por naturaleza.

Jesús, al tomar nuestro lugar en la cruz, ser condenado Él en vez de nosotros, y resucitar, abre un camino de que si creemos -por fe- que Él murió en nuestro lugar, y creemos que resucitó de entre los muertos, somos justificados por su muerte, y no se nos puede más condenar por eso porque Él cumplió la condena y sentencia que debía recaer sobre nosotros.

Ahora bien, en ese creer y aceptar este hecho, algo se produce en nosotros que no podemos explicar racionalmente, solo se puede comprender espiritualmente, y fue algo que el Señor dijo a un fariseo (de los que creyeron en Él), y es imperativo que citemos esta reveladora conversación:

Había un hombre de los fariseos llamado Nicodemo, un magistrado de los judíos.

Éste vino a Él de noche, y le dijo: Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no está Dios con Él.

Respondió Jesús, y le dijo: De cierto, de cierto te digo: El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios.

Le dice Nicodemo: ¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?

Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo: El que no nazca de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.

Lo que ha nacido de la carne, carne es; y lo que ha nacido del Espíritu, espíritu es.

No te maravilles de que te haya dicho: Os es necesario nacer de nuevo.

El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.

(Juan 3.1-8)

Este hecho espiritual del ‘nuevo nacimiento’ está mencionado varias veces en el Nuevo Testamento. Y es precisamente lo que ocurre cuando aceptamos y creemos -como ya dijimos- que Jesús murió por nuestros pecados (por nuestra culpa) pero que resucitó al tercer día y hoy está sentado en el cielo a la diestra del Padre, y lo aceptamos como nuestro Salvador.

Y al hacer esto, el orden divino del ser humano queda restablecido en nosotros debido a que se produjo un nuevo nacimiento, no de carne y sangre, sino del Espíritu.

Entonces, luego de haber nosotros admitido que somos pecadores, que merecemos la muerte, pero que Cristo murió por nosotros y que resucitó de entre los muertos, somos justificados, restablecidos en nuestro ser en el orden divino, y nacemos de nuevo. Algo pasa entonces, que como ya mencionamos, es difícil de explicar con palabras, pero el Señor lo puso bien en claro:

El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.  

Algo dentro nuestro cambia. Cosas que eran de importancia de pronto se vuelvas vanas. Nuestra conciencia se sensibiliza y nos hace ver que cosas que creíamos eran normales hacerlas de repente nos resultan feas, malas, sucias. Y con la misma, empezamos a buscar las cosas de Dios, pero no tratando de ser buenos o religiosos, sino que nace en nosotros una necesidad hacia Él que nos atrae.

Es precisamente porque ahora el que empieza a tomar el control de nuestras vidas es el Espíritu Santo que viene a morar en nosotros. Sí, al haber tomado esa decisión de reconocer que el Señor Jesucristo murió por nosotros, y entregarle nuestras vidas, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros y empieza a tener comunión con nuestro espíritu. Eso es “el nuevo nacimiento”.

Allí, en ese acto nuestro directo con Dios, no hay rituales, no hay “obras” que hacer, no hay nada más que esa confesión, la cual uno la puede hacer en cualquier parte, a cualquier hora y en el estado en que se encuentre, así sea la persona más pecadora de la tierra y que haya cometido pecados horrendos. Él nos recibe en el estado en que estamos. A partir de ese momento, dejamos de ser meras criaturas de Dios para transformarnos en Hijos de Dios, establecido en las Escrituras:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella … Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios [el nuevo nacimiento].

(Juan 1:1-13)

Y estas son palabras dicha por el propio Señor Jesucristo con respecto a esto:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

(Juan 3.16-21)

Una simple confesión de corazón, un reconocimiento con fe, es la decisión que un hombre o una mujer puede hacer en su vida.

Que Dios sea con nosotros.

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