domingo, 28 abril, 2024

A 10 años de la Franja y la Ruta de la Seda: promesas incumplidas, corrupción a gran escala y un sólo ganador

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El régimen chino lanzó, de la mano de Xi Jinping, uno de sus planes más ambiciosos para someter con obras y deuda a países en desarrollo. A una década de esa iniciativa, un especialista hace un balance de lo sucedido.

Agustín Barletti es uno de los máximos estudiosos de la expansión de China en todo el mundo. Conoce como pocos las verdaderas intenciones del régimen de Beijing para fijar lo que llama “un nuevo orden mundial”, de la mano de su principal socio, la Rusia de Vladimir Putin. También sabe de su influencia cada vez más marcada en países en vías de desarrollo que recurren a Xi Jinping como una vía alternativa de financiamiento, cayendo en lo que se conoce como “la trampa china”.

El autor de “El Hambre del Dragón”, el exitoso libro que plantea “el plan de China para comerse al mundo”, habló sobre los diez años que cumple el lanzamiento de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por Xi. Es el principal y más ambicioso plan del Partido Comunista Chino (PCC) para conseguir someter -a fuerza de proyectos faraónicos- a países del tercer mundo y dejarlos comprometidos con deudas impagables. Puertos, bases, rutas, autopistas, centrales nucleares… todo vale en el proyecto colonizador de China.

– Se cumplen 10 años de uno de los más ambiciosos proyectos de Xi Jinping, la Iniciativa de la Ruta de la Seda. ¿Qué balance hace?

– Desde hace años, China financia diversos proyectos de infraestructura, principalmente en países en desarrollo y con restringido acceso al crédito internacional. En contrapartida, obtiene cláusulas preferentes que benefician a sus empresas, todas del Estado y sujetas al mandato del Partido Comunista Chino. También consigue un acceso privilegiado a los mercados y los recursos locales, como las materias primas y energía, incluidos los oleoductos, gasoductos y otras colaboraciones en las regiones. La maniobra se inició en África, continuó en Latinoamérica, y se extendió posteriormente a varios países de Europa y Asia a raíz de la crisis económica de 2007.

Un punto de inflexión se dio sin embargo en 2013, cuando Xi Jinping, propuso conectar al 65% de la población y a un tercio del PBI mundial con China mediante la creación de una red de rutas marítimas y enlaces terrestres. A una década de esta decisión, lo que se observa son promesas incumplidas, muchos más beneficios para China que para los países miembro, y corrupción a gran escala por la catarata de millones entregada a mano abierta y sin control.

– ¿Cuál fue el objetivo principal de Xi Jinping con estos megaproyectos?

– En la teoría, Xi intentó desplazar el eje geoestratégico del planeta poniendo a China, en el centro del mundo. Visto desde China, la época durante la cual las potencias europeas dominaron el mundo no fue más que un breve paréntesis antes de que la historia recupere su curso normal, a saber, la centralidad china. Esta visión que prevalece en China constituye una base cultural sólida para el desarrollo de su política expansionista, a imagen y semejanza de la visión eurocéntrica para los imperialismos conquistadores de hace dos siglos. Se trata de proyectar la civilización china como antaño lo hizo la europea. Para Xi Jinping, el siglo XXI será el siglo chino, aunque la realidad actual se estaría encargando de desmentirlo.

– Muchos analistas hablan de “fracaso”. ¿Por qué?

La crisis del COVID, la invasión rusa a Ucrania, las tensiones con Estados Unidos y sobre todo la crisis económica de China, han puesto en jaque a este proyecto emblemático impulsado por Pekín. Y la paradoja es que la manera con la que China encaró la Ruta de la Seda es uno de los causantes de las dificultades financieras que hoy jaquean los cimientos del gigante asiático. Esto es así porque este emprendimiento se basa en conceder a los países miembro un préstamo de emergencia tras otro, sin pedir a sus prestatarios que restablezcan la disciplina de sus políticas económicas. No hay que olvidar que China nunca considera la capacidad de reembolso del país al que le presta, un requisito imprescindible para organismos multilaterales como el FMI. De hecho, el 60% de los países que forman parte de esta iniciativa tienen una calificación crediticia internacional de “basura” o no tienen calificación alguna.

La situación se agrava aún más cuando se observa que Pekín, bajo la excusa de no interferir en las decisiones soberanas de otros países, jamás efectúa seguimiento de las inversiones que realiza. Desembolsos millonarios y sin cuestionamientos fueron socavando este proyecto al punto de generar las condiciones propicias para que naufrague en un futuro cercano.

Según la sociedad de análisis Rhodium Group, solo en 2020 y 2021, los bancos chinos tuvieron que refinanciar cerca de USD 52.000 millones de créditos acordados. Pero como tras la renegociación se cernía la amenaza de un default, comenzó a otorgar en forma sistemática nuevos créditos de rescate. Hasta fines de 2021, Pekín habría acordado ese tipo de préstamos por un valor total de USD 240.000 millones para preservar la liquidez de los deudores y proteger a su propio sistema bancario.

– Si tuviera que hacer un balance, ¿cómo es la situación de los países que adhirieron? ¿Mejor o peor?

A la fecha, lo conclusión que se desprende es que el dinero desembolsado por la República Popular a lo largo de la Franja y la Ruta lo que mayormente trajo fue corrupción. Conforme una encuesta de McKinsey, entre el 60% y el 80% de las empresas chinas en África pagaron sobornos. En los últimos años, las empresas de telecomunicaciones chinas Huawei y ZTE han sido acusadas de corrupción en al menos 15 naciones de África. En 2017, Patrick Ho, representante de la empresa estatal CEFC China Energy Company, fue detenido por funcionarios estadounidenses por haber pagado sobornos a políticos en Chad y Uganda. Los sobornos se habían pagado para beneficiar a la empresa estatal China National Petroleum Corporation. De acuerdo a la Matriz de Riesgo de Soborno de TRACE, muchos países de la BRI se encuentran entre los de mayor riesgo de soborno. Entre los países con los peores historiales de aceptación de cohechos se encuentran destacados miembros del BRI como Camboya, Turkmenistán, Guinea Ecuatorial, Yemen, Sudán del Sur, Somalia, Venezuela y Laos, entre otros. Este “dinero gratis” de la BRI y los sobornos hacen casi imposible que las empresas norteamericanas consigan contratos en los países que forman parte de la iniciativa. De hecho, el 89% de los contratos adjudicados en los proyectos de la BRI van a parar a empresas chinas.

– El anuncio de Italia de bajarse de la Ruta provocó aún más ruido que su adhesión. ¿A qué lo atribuye?

La posición de Giorgia Meloni, la primera ministra de derecha de Italia, en cuanto a China, no es ningún secreto. Poco antes de las elecciones que la impulsaron a encabezar una coalición de derecha, Meloni calificó de “gran error” la entrada de Roma en 2019 en la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Sin embargo, y más allá de las convicciones políticas, lo cierto es que el acuerdo logró triplicar las exportaciones chinas a Italia, pero no tuvo el mismo efecto en sentido contrario. Tampoco China cumplió con el cronograma de obras de infraestructura ni con las inversiones comprometidas.

– ¿Cree que más países seguirán a Italia en su decisión?

No tengo dudas de que habrá múltiples deserciones en el futuro. Sin ir más lejos, tenemos el caso de Argentina. En febrero de 2022, el presidente Alberto Fernández aprobó la incorporación de la Argentina a la Franja y Ruta de la Seda, pero todo quedará supeditado al resultado de las próximas elecciones. De triunfar Javier Milei, por ejemplo, se transitaría un proceso similar al italiano.

– ¿Cómo cree que influyen los actuales números económicos que muestra China en la evolución de los proyectos de la Ruta?

En 2022 China reportó que su economía creció 3%. Si se exceptúa la cifra de 2020, año en el que rebajó al 2,2% su crecimiento debido al impacto inicial de la pandemia, el dato de 2022 resulta el más pobre desde finales de los años 70. En marzo de 2022, Pekín puso como objetivo que el PBI trepara alrededor del 5,5% interanual, que ya hubiera sido el ritmo de avance más lento en décadas pero que los analistas calificaron de ambicioso dado el contexto. Para 2023, la meta es alcanzar un crecimiento del 5%, algo poco probable por lo que se está viendo. Aún si lo lograra, estaría muy lejos del 12% registrado en 2007. No en vano los inversores se muestran dubitativos a la hora de financiar a Pekín. Bancos como Goldman Sachs, JP Morgan y UBS, que habían previsto un año récord para China, modificaron desde entonces a la baja sus previsiones y hoy se cuestionan el valor de invertir en el país. Si a esto se le suma la crisis inmobiliaria y financiera, comercio exterior a la baja, y las altas tasas de desocupación que padece China, queda claro que el régimen deberá posponer o incluso aplazar sus ambiciones políticas, diplomáticas y económicas en los próximos años.

– ¿Llegará a cumplir otros diez años esta iniciativa?

En un país normal, con instituciones republicanas, alternancia en el poder, libertad de expresión y Poder Judicial Independiente, esta iniciativa ya hubiese sido abandonada hace años. Pero como se trata de un régimen autocrático, su duración en el tiempo dependerá del relato épico que proponga el puñado de miembros del Partido Comunista Chino a la sombra de Xi Jinping.

Infobae

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