viernes, 26 abril, 2024

Cipayos de la embajada

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Estados Unidos tiene una vocación hegemónica, imperial, directamente proporcional al grado de sumisión y subalternidad de las naciones, que han heredado el poder señorial de épocas de la conquista. Gracias a la mentalidad cipaya, entreguista y lacayuna de muchos de nuestros dirigentes políticos y gran parte de la ciudanía, por cerca de dos siglos nos han impuesto sus lineamientos.

¿Por qué cipayos?

Se denominaron cipayos los soldados indios puestos al servicio de las metrópolis coloniales y en contra de sus propios pueblos. Cuenta la historia que, bajo la férula del Imperio Británico, entre los siglos XVIII y XIX se conocía como cipayo a un nativo de la India reclutado como soldado al servicio de la corona, aunque también se extendía su uso a los ejércitos coloniales de Francia y Portugal. Específicamente, así se denominaba a los nativos que, obviamente, no tenían más rango que el de recluta o soldado raso.

Según el diccionario español, trata de secuaces a sueldo: personas que, por dinero, siguen la opinión y las ideas de otros, ajenos a su propia naturaleza. Por supuesto, la Real Academia no distingue entre quienes eventualmente toman las armas o venden su conciencia a cualquier precio.

El término se ha hecho extensivo a los gobiernos entreguistas y subordinados a una potencia extranjera. Esta actitud de subalternidad manifiesta, ha sido característica de algunas naciones latinoamericanas desde tiempos de la colonia, y ha llegado a constituir el verdadero comportamiento de los “perfectos idiotas útiles” al servicio de los intereses hegemónicos.

Los yanquis, conocidos por sus intereses de dominio geopolítico, asumen ideológicamente que, sus acciones coloniales y hegemónicas, siempre han estado acompañados por “el amor a la verdad y a la libertad”.

Thomas Jefferson escribía: “Debemos ir pensando que pronto iremos más allá de nuestras fronteras”. Es alrededor de este destino manifiesto o predestinación que se deben comprender las políticas expansionistas, la rapiña y el filibusterismo que identifica las relaciones políticas estadounidenses con respecto a las pequeñas naciones del mundo.

En ausencia de la “amenaza del comunismo internacional”, ha resultado muy oportuna la “lucha contra el narcotráfico” o la incesante y permanente batalla contra un ubicuo “terrorismo”, para justificar esta política tan hegemónica como imperial.

Los Estados Unidos de Norteamérica han desbordado por completo lo conceptos otrora sacralizados, Nación y Patria.

En los países dependientes, los embajadores de las grandes potencias, aún después de haber retrocedido el colonialismo, se siguen considerando a sí mismos como una especie de virreyes y actúan en concordancia. Casi siempre, sin resistencia.

Las intenciones se ocultan en el comportamiento de los dirigentes políticos que de manera cipayuna han cohonestado siempre con el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica en su permanente política de desestabilización de gobiernos legítimamente constituidos. Simultáneamente han apoyado y apoyan las más sangrientas dictaduras militares que siempre han funcionado a su servicio, desconociendo el Estado de Derecho y la soberanía nacional, alentados tan sólo por las ventajas politiqueras y/o comerciales que pueden llegar a obtener, al costo de la pérdida absoluta de la dignidad y la soberanía.

Los dirigentes políticos han terminado por establecer el fingimiento, la simulación intelectual y el relativismo ético en principios fundamentales de su política activa. Caudillos, gamonales y caciques que han sustituido las confrontaciones ideológicas por un cinismo pragmático que les permite participar en las repartijas burocráticas, cobrar cuotas de poder, “comisiones”, cohechos y traficar con los bienes públicos.

Los cipayos de ayer son los de hoy, un poquito más sofisticados.

Los Estados Unidos de Norteamérica surgen como nación civilizada a partir de la guerra de independencia librada contra el colonialismo inglés entre 1775 y 1783. Han transcurrido desde entonces, más de doscientos años de una historia que se corresponde con el desarrollo del modo de producción capitalista; con el incontenible desarrollo de unas fuerzas productivas que han llevado a ese país, mediante procesos continuos de adelantos tecnológicos, planeación laboral, control estatal, violencia selectiva, racismo y una asquerosa ideología genérica de supremacía, a constituirse en la primera potencia económica mundial.

En estos tiempos hemos soportado políticas globales disfrazadas de alianzas para el progreso, la invasión de sectas fundamentalistas auspiciadas por ellos y la famosa teoría de la Seguridad nacional, que apuntan a la conformación de sistemas de Democracia controlada o de democracias “viables”, como les agrada a algunos comunicólogos y politólogos denominar ahora la dependencia.

La original Doctrina Moroe, formulada en 1823, definiría claramente las pretensiones expansionistas de los Estados Unidos y le permitiría mantener alejadas estratégicamente de Latinoamérica a las potencias europeas en el reparto del botín del mundo.

A comienzos del siglo XX, Theodor Roosevelt establecería el Corolario a la Doctrina Monroe en donde se fija que, si una nación demuestra que sabe conducirse con una medida razonable de eficiencia, así como con decencia en asuntos sociales y políticos; si mantiene el orden y paga sus deudas, no tiene por qué temer la interferencia de los Estados Unidos. Una mala conducta crónica o una impotencia que tiene por resultado el general aflojamiento de los lazos de una sociedad civilizada, en América como en otro sitio, puede finalmente requerir la intervención. La adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligarle, no importa con cuanta renuencia a actuar como una potencia policíaca internacional. Y esta nación civilizada, sin mucha renuencia, durante todo el siglo XX se ha visto obligada a ejercer, casi permanentemente, todo tipo de agresiones y felonías contra los pueblos de la América; unas veces para proteger los intereses norteamericanos, otras para restaurar el orden, para “propiciar el progreso”, defender la “democracia” o simplemente para imponer su protectorado y establecer gobernantes cipayos. En todo caso, hemos sido absortos testigos, víctimas del permanente intervencionismo gringo, hasta llegar en la actualidad a esos niveles de orgullosa prepotencia que le confiere la situación unipolar del mundo, tras el fracaso del “socialismo real” y de la pérdida del equilibrio de poder que significaba la existencia de la Unión Soviética.

El ciudadano promedio, manipulado hasta la saciedad por los medios de comunicación puestos al servicio de la embajada y enfrascados en un integrismo puritano bobalicón y torpe, está dispuesto a aceptar las acciones que su gobierno emprenda “en defensa de la verdad y de la libertad”. Para ellos la desestabilización del régimen político paraguayo hace parte de las acciones que deben acometer en su secular lucha contra “el mal”. Han elegido los períodos preelectorales para que se note a quién benefician y a quién buscan quitar del camino “por el bien del Paraguay”.

Todos nuestros cipayos, al unísono, le hacen el juego al poder supremo de los gringos, a la potencia policíaca internacional, comprometida en la tarea de desestabilizar a los gobiernos legítimos, para luego apoderarse de sus riquezas naturales. Cipayos siervos y lacayos que desconociendo todo ese embuste del llamado “Estado de Derecho” y pisando la soberanía y la dignidad nacionales, fomentan solapadas incursiones aventureras de soldados en el país, juegan y alientan una posible presencia de tropas filibusteras gringas en nuestro territorio.

Un claro y reciente ejemplo, es el acuerdo rubricado días atrás, entre Paraguay y EEUU, para sumar militares norteamericanos a la hidrovía. Acordaron la elaboración de un plan maestro para la navegabilidad del río Paraguay con el apoyo técnico del cuerpo de ingenieros militares de los Estados Unidos. Los estudios a realizarse serán diseñados y ejecutados con el apoyo técnico del cuerpo de ingenieros de los Estados Unidos.

El plan de Washington es instalar un destacamento donde estarían alojados los soldados estadounidenses en las inmediaciones de la Hidrovia. Estados Unidos venía ejerciendo presión en el marco de la presidencia pro tempore del Comité Intergubernamental Coordinador (CIC) de los Países de la Cuenca del Plata, el órgano permanente que promueve, coordina y sigue la marcha de las acciones multinacionales encaminadas al mejor aprovechamiento de los recursos de la Cuenca del Plata y al desarrollo armónico y equilibrado de la región, para el logro de los objetivos fijados por el Tratado de la Cuenca del Plata. En paralelo, Estados Unidos ya había intervenido el control de la Hidrovía mediante de triangulación con Taiwán en el envío de escáners y otros dispositivos de seguridad.

En fin, nombro esto porque es necesaria una visión amplia de cada paso que da Estados Unidos para comprender, al menos en parte, las razones y el por qué hacen lo que hacen. Y no es precisamente en beneficio del Paraguay y su pueblo. Nunca vamos a escucharlos decir con sinceridad, cuáles son sus intereses, ¿saben por qué? Porque los intereses de los Estados Unidos son inconfesables.

Las acciones de la embajada, sobre todo las del último año, no han visto reflejados sus efectos, no han tenido eco, por ahora, en el plano electoral, como quedó demostrado en diciembre en las elecciones internas. Han sido noticia en el mundo, reiteradamente, y constituyen un claro desprestigio a la imagen del Paraguay, que internacionalmente se ha visto mejorada en los últimos años, sobre todo por empuje de la economía y sus atractivos.

También es cierto que éstas acciones no han convocado suficientemente, a una recua de “hombres de bien” en nuestro país, que convoque masivamente a defender el orgullo nacional y ponga un freno a quienes en demasía han metido sus narices en nuestro país, en nuestros asuntos, en nuestros problemas. Incluyendo el cáncer de la impunidad que nos tiene agonizando y clamando cura.

Más bien, vemos cada vez más dirigentes políticos que privilegian los intereses de las potencias en lugar de proteger la autonomía local o nacional, y buscan entregarse cipayunamente a la embajada y sus mandatos.

Me resulta imposible compartir este sentimiento social reciente, cuasi colonialista que ha tenido al menos parte de nuestra sociedad, ante las llamativas y cada vez más reiteradas apariciones mediáticas de la embajada en nuestro país. Quiero creer que en el fondo, es un sentimiento y no sometimiento, y simplemente responde a una necesidad apremiante y deseo de justicia que parecen ya no poder esperar. Sentimiento que comparto, de anhelo de justicia, pero en la desesperación por obtenerla, corremos riesgo de vivir subyugados a los intereses foráneos.

EEUU hoy, se erige como la vara mundial de la justicia, pero demuestra en ese ámbito, ser cada día más DEBIL. Y no sólo EE.UU. sino todos los miembros de la OTAN, camaradas en el crimen contra la prosperidad de la humanidad, en el que se basan en la corrupción para cometerlo.

Estamos frente a una potencia que se presenta como amiga de la humanidad a la que en realidad ENFRENTA. O ¿quién puede negar que EEUU se ha convertido en una especie de Fiscal internacional capaz de todo para mantener su hegemonía?

Y en ese camino la ANR es un escollo para los EE.UU y quieren acabar con ella. Con sus luces y sus sombras, es la única barrera. No sólo buscan que caiga, sino su disolución completa. Y aquí cabe la pregunta: entre los paraguayos, ¿sólo los colorados son corruptos? Pues así parece considerarlo la embajada.

Solo un obtuso o quien juega en contra de los intereses paraguayos, no se da cuenta de que la cosa no es más solamente contra Horacio Cartes, sino contra el Partido Colorado. Allí, los intereses de la embajada no han encontrado adeptos, pues buscan amigos débiles, no barreras para sus preceptos.

Tampoco resulta complejo, encontrar a sus vasallos. Son los débiles que hoy festejan, cada declaración o paso, haciendo honor a su condición. ¡Su condición de cipayos! Parece mentira que olvidando nuestra historia, tengamos potenciales líderes de la República aplaudiéndolos y vitoreándolos como si fueran la voz de un mandato divino ante el cuál arrodillarnos. Se han dado por vencidos y han asumido que los problemas del Paraguay no podemos resolverlos los paraguayos. Son la misma elite que antes escuchábamos alzar la voz contra los entreguistas del país, en cuanta ocasión surgiera.

Y entonces, ¿qué somos?

¿Una barrera para intereses foráneos o cipayos de la embajada?

Para ir concluyendo, quiero traer a colación, una entrevista que le hizo el diario español El País al papa Francisco, donde calificaba a quien vende la patria a la potencia extranjera como cipayo. Refiriéndose a los cipayos, Francisco recordó al Paraguay de posguerra: al perder la guerra de la triple alianza y prácticamente quedarse en manos de las mujeres. Decía: «Y la mujer paraguaya siente que tiene que levantar el país, defender la fe, defender su cultura y defender su lengua, y lo logró. La mujer paraguaya no es cipaya, defendió lo suyo. A costa de lo que fuera, pero lo defendió, y repobló el país». Y no faltó en la entrevista, la misma afirmación que hizo en ocasión de su visita a nuestro país, que hasta hoy resuena en nuestros oídos y casi no nos cabe en el pecho: «Para mí la mujer paraguaya es la mujer más gloriosa de América«.

El santo padre también aseguró que «la mujer tiene más sentido de defender la patria porque es madre. Es menos cipaya. Tiene menos peligro de caer en el cipayismo». “La mujer paraguaya no es cipaya, defendió lo suyo”, dijo el Papa.

¡Cuánta verdad! Y qué bien nos viene recordarlo.

Lamentablemente, nos caracterizamos por tener memoria corta, parece que todo se nos olvida; todo pasa y nada pasa.

En tiempos en que nuestras mujeres, luchan por un lugar en la mesa de las decisiones, enhorabuena reivindicar sus virtudes más gloriosas. Nos lo tienen que recordar más a menudo, a ver si honramos esa fama bien ganada, que es la mejor de nuestras famas, la de la mujer paraguaya:

¡NUNCA CIPAYA!

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