Mientras en La Habana, Caracas y Managua se repite el discurso gastado de la “lucha por los pobres” y la “defensa de los humildes”, las cifras revelan una realidad que desgarra cualquier relato romántico del socialismo tropical. Fidel Castro, elevado por la propaganda a la categoría de líder austero, acumuló según Forbes cerca de 900 millones de dólares en propiedades, cuentas bancarias y lujos personales. Hugo Chávez, autoproclamado “soldado del pueblo”, dejó a su familia una herencia estimada entre 500 millones y 2.000 millones de dólares, producto de años de control absoluto sobre la renta petrolera. Daniel Ortega y Rosario Murillo, que se siguen vistiendo de “revolucionarios”, han amasado —según investigaciones periodísticas— más de 2.500 millones de dólares en empresas, fideicomisos y bienes a nombre de testaferros. Y como si fuera poco, a Nicolás Maduro se le han incautado 700 millones de dólares en cuentas y propiedades en el exterior, mientras en Venezuela la gente rebusca comida entre la basura.
Son fortunas obscenas, construidas a la sombra de la represión, el saqueo y el control absoluto del Estado. Detrás de cada millón acumulado, hay estómagos vacíos, hospitales sin insumos, escuelas derrumbadas y migraciones masivas. En Cuba, donde la libreta de racionamiento es el pan de cada día desde hace más de seis décadas, la élite castrista vive en mansiones y viaja en yates privados. En Venezuela, donde la inflación ha pulverizado los salarios y más de siete millones de personas han huido, la cúpula chavista controla cuentas offshore y colecciones de relojes de lujo. En Nicaragua, mientras miles de opositores han sido encarcelados, desterrados o silenciados, la familia presidencial organiza festivales, compra propiedades y expande un emporio empresarial bajo el paraguas del poder político.
No son errores de gestión ni “excesos revolucionarios”: son sistemas diseñados para que unos pocos se enriquezcan obscenamente mientras millones sobreviven en la miseria. El hambre, la angustia y la desesperanza no son efectos colaterales, son la materia prima de estas dictaduras. Ahí está la verdadera cara de quienes prometieron igualdad: igualdad solo en la pobreza… salvo para ellos.