Por Blas Cristaldo. Presidente de Prodinamis
En los meses de mayo y junio recordamos la independencia nacional y la victoriosa campaña bélica contra Bolivia en la guerra del Chaco, respectivamente.
Vienen, necesariamente, a la memoria, la gran cantidad de compatriotas que ofrendaron su sangre y sus vidas en diferentes eventos y épocas, condensados en el simbolismo de las fechas mencionadas.
Este sacrificio se hizo, estoy convencido, con la profunda convicción de que no existe condición más lamentable para el ser humano que la falta de libertad, es decir; la esclavitud.
La libertad, entendida como la capacidad única e inalienable del hombre para construir su proyecto vital en base a lo que su conciencia rectamente le indica, y hacerse responsable de las consecuencias de las decisiones que toma en ese proceso, es lo que distingue a la humanidad del resto de la creación.
Ningún otro ser ha sido creado con esa cualidad, por lo cual es constitutiva del ser humano, y nuestros antepasados así lo entendieron claramente y dieron todo para que nosotros seamos libres en una Patria Libre.
Así pues, la libertad es el más preciado bien dado a los hombres, y deberíamos ser concientes de ello.
Este don, sin embargo, requiere ser promovido y defendido, en todo momento, por que el camino hacia diferentes formas de opresión y tiranía, puede ser, en muchos casos, suave, cortés y delicado.
Hace unas semanas, se instaló en redes sociales, en su intensa brevedad característica, una polémica sobre las pajitas (canudos, popotes, pajuelas,etc.), para sorber líquidos de plástico o cartón, por un video en el que un ciudadano reclamaba que no le gustaban las pajitas de cartón (o ecológicas) y la empleada del local comercial en cuestión le explicaba que en base a una ley y a las políticas de la empresa para cumplir esa ley, le era imposible darle otro tipo de pajita.
De seguro que la ley en cuestión, pretende generar conciencia ecológica por el daño grave que los plásticos generan al medio ambiente, y en base a esto se aprobó.
Puede parecer un tema más o menos irrelevante, pero, a mi criterio, el supuesto impacto ambiental a lograr, compensaba la pérdida de una «muy pequeña» cantidad de libertad individual.
El problema gana otra dimensión, cuando Estas «muy pequeñas» pérdidas de libertad se van acumulando a lo largo de meses y años, por motivos que van desde el «bienestar animal», hasta el «cambio climático», pasando por un arco cada vez más dilatado de «buenos motivos» que se ensancha incansable y sistemáticamente, por lo que luego de 20 o 30 años nos vemos con que cada vez podemos hacer y pensar menos cosas, desde cortar un mango en el patio, hasta mencionar que tal vez, esta historia de los autos eléctricos como «amigables con el medio ambiente» no esté del todo bien contada.
Con relación al tema más específico de los plásticos: la resultante es que se perdió algo de libertad, a cambio de nada, porque no es razonable pensar que cambiando a pajitas de papel o cartón la cosa va a variar, cuando desde el teclado de la computadora, los tableros de autos, las agujas hipodérmicas, las carcazas de celular, la bijouterie y las pelotas de ping pong son de plástico.
Es triste la esclavitud pero más triste es ver ciudadanos que eran libres, creer que siguen siéndolo, porque el peso de cada eslabón de las cadenas que les oprimen se fue incrementando gramo a gramo, y en esto, el wokismo globalista es un consumado maestro.
Los paraguayos no debemos permitir esto.
Honremos y valoremos el sacrificio de nuestros antepasados que prefirieron morir ellos, antes que vernos a nosotros esclavos.