Qatar se convirtió en el principal financista de las universidades a lo largo y ancho del territorio estadounidense, al igual que de centros académicos de Europa, donde cunde el temor a un efecto contagio de las violentas manifestaciones anti-israelíes que han paralizado Estados Unidos en las últimas semanas.
A través de diferentes contribuciones, algunas de carácter opaco, Doha no solo busca ejercer influencia internacional, sino que también mediante organizaciones filiales bajo el paraguas de los Hermanos Musulmanes instaladas en el país norteamericano, se aprovecha del antisemitismo para fragmentar y azuzar contra Israel.
Así lo ha advertido esta semana Charles Asher Small, fundador del Instituto para el Estudio del Antisemitismo Global y Política (ISGAP, por sus siglas en inglés), en un webinario con periodistas organizado por el Jerusalem Press Club.
ISGAP ha desarrollado un proyecto denominado «Redes de Odio» en el que expone la financiación qatarí –por casi un billón de dólares en activos en dos décadas– como forma de ejercer poder blando en aras de influir en los mensajes dentro y fuera de las aulas en los campus universitarios de todo el mundo.
Su director aseguró en ese sentido, que Qatar está «invirtiendo en nuestras mejores universidades en Estados Unidos, Europa, Canadá y alrededor del mundo, comprando los medios de comunicación más influyentes, contratando firmas de relaciones públicas y bufetes de abogados, utilizando este billón de dólares y activos como poder blando para retratar a los qataríes como una fuerza moderada en la región, como amigo del Occidente y de otros pueblos».