Desde inicios de los 90, los cubanos suelen hacer un chascarrillo: «Los cocos y las neveras cubanas tienen algo en común, adentro son pura agua». Esa misma época, el sistema publicitario y marquetero de la dictadura más larga de América convenció a sus esclavos que la miseria y el hambre son las virtudes de un «verdadero» revolucionario.
Pero mientras Fidel Castro arengaba contra aquellos miserables que exigían desayuno, almuerzo y cena, los personajes de la izquierda mundial, entre ellos, Frei Betto y Gabriel García Márquez, viajaban constantemente a Cuba a sostener reuniones con las altas esferas del castrismo.
Obviamente, en esos cónclaves delictivos no podían faltar los vinos importados, el wiski más exclusivo y la más alta cocina. Incluso, quien fuera vocero del vaticano y encargado de organizar la visita de Juan Pablo II a Cuba, Joaquín Navarro Valls recordó como el tirano caribeño lo recibió con finos platillos, vinos españoles de colección y fruta de la más alta calidad, lujos impensables para el 99% de los cubanos.
La década de los 90, fue también para Fidel y su dictadura un periodo de ajustes en sus estrategias. Primero, dejaron de perseguir a los homosexuales y travestis, pues era el momento de venderse al mundo como «tolerantes» e «inclusivos». Segundo, se aceptó la inversión extranjera, siempre y cuando, sea para «beneficio» de la revolución, en palabras simples, dinero para Castro y sus secuaces. Tercero, se toleró, permitió y fomentó la prostitución, puesto que las jineteras, como se conoce en Cuba a las prostitutas, forzaban a los calenturientos turistas a gastar sus dólares en las tiendas para extranjeros, todas eran y son propiedad de la familia Castro.
En cuanto a la política exterior, la tiranía no dejó sus planes de expandirse por toda América, pero encontró una forma más sutil y efectiva que los grupos guerrilleros: Las misiones médicas cubanas.
Evidentemente, no todos los médicos cubanos son agentes subversivos, muchos son, en realidad, rehenes obligados a trabajar para la dictadura, pues deben entregar el 90% de su salario a La Habana. Además, aquellos galenos que tienen hijos y esposa son forzados a dejar a su familia como garantía. Pero eso no exime que muchos si hagan trabajos de adoctrinamiento, como quedó demostrado en Bolivia, Brasil y Ecuador. Al respecto, la periodista Mamela Fiallo, en su artículo titulado: ¿Espías o esclavos?, afirma lo siguiente:
De manera adicional, Castro entendió que debía dejar su condición de parásito de la Unión Soviética y cambiar los rublos por una fuente de financiamiento mucho más rentable: Los narcodólares.
Sin embargo, el golpe de suerte más grande para los planes de Fidel Castro fue la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, pues primero se quedó con el petróleo venezolano y luego con el país entero. Al respecto, Henrique Salas Römer, excandidato presidencial venezolano, en su libro: El futuro tiene su historia, recalca que:
Conociendo el perfil narcisista de Castro, además de su historial de traiciones a sus propios compañeros de armas, incluso al mismo Ernesto Guevara, los datos presentados por Salas Römer, mínimamente, deberían ser tomados con una sana duda, pero jamás con indiferencia. Hoy, a pesar de la miseria de sus habitantes, La Habana sigue siendo un peligro para la democracia y la libertad de Occidente, puesto que desde sus ruinas se dirigen las redes criminales del Socialismo del Siglo XXI.