Un equívoco político fundamental es pensar que democracia equivale a república. El equívoco es de tal magnitud que pocos políticos escapan a la compulsión de declarar “soy un demócrata” pensando así que expresan algo, cuando en realidad solo demuestran su ignorancia. La realidad histórica nos enseña que la democracia es simplemente un sistema de resolución de disputas sobre quién gobierna, mientras que la república es un régimen institucional que involucra virtudes cívicas orientado a decirnos cómo se gobierna. Siendo esto así, los conceptos república y democracia responden a preguntas políticas diferentes. La democracia responde a la pregunta sobre quién debe gobernar y la república sobre cómo se debe gobernar.
Karl Popper, uno de los filósofos políticos más importantes del siglo XX ya explicaba la raíz de este malentendido platónico al señalar que el problema no es el quién, sino el cómo:
Por ello, la arquitectura institucional denominada república, anticipando malos gobernantes, sean quienes estos sean, restringe la acción de los mismos. En el caso democrático, siendo pretenso gobernante “el pueblo” el principio republicano le impone límites dentro de ciertos ámbitos de acción. Decía Pericles, el gran estadista ateniense en su oración fúnebre, el documento republicano más antiguo del mundo:
Quizás pocos lo sepan, pero en la república ateniense, su democracia consistía en que se llegaba a cargos públicos mediante sorteo, por lo cual puede uno preguntar: ¿Qué tan bien diseñado debe estar tu sistema institucional para ser capaz de elegir a sus autoridades por sorteo? Una vez más, la respuesta es más república no significa más democracia, al menos no cómo la entendemos ahora. La respuesta es lo que dice el adagio “los hombres pasan, las instituciones quedan”.
La república, como sistema de gobierno gira entonces sobre tres ejes fundamentales:
- Imperio de la ley: nadie está por encima de la ley.
- División de poderes: el poder político debe ser dividido y tener pesos y contrapesos.
- Activismo cívico: la sociedad civil debe tener formas de expresarse, manifestarse y declarar su voluntad.
¿Dónde tiene lugar la democracia en una república? En el apartado de activismo cívico, un principio mucho más amplio que la democracia, que es un simple sistema de resolución de conflictos. El activismo cívico comprende una serie de virtudes cívicas positivas (de acción) que van más allá de la virtud negativa (de omisión) de allanarse al resultado impuesto por una mayoría.
¿Es que acaso el pueblo gobernaría contra sí mismo? ¿Acaso el pueblo no es sabio, no es bueno, no sabe siempre lo que quiere, no es un dechado de virtudes? No. Sin embargo, el espíritu populista que ha animado las democracias occidentales en los últimos 200 años suele atribuirle todas esas características. Ludwig Von Mises, economista de la Escuela austriaca expresó estas fatuas supersticiones así:
Ética, democracia y república
La democracia y la república actúan bajo principios éticos diferentes y, por lo tanto, aumentar una disminuye la otra. El republicanismo es esencialmente deontológico, es decir, basado en principios generales, que deben aplicarse a los particulares por igual, es el imperio de la ley, la igualdad jurídica. En cambio, la democracia es intrínsecamente utilitarista, es decir, basada en la premisa de que se debe lograr “la mayor felicidad para el mayor conjunto”, lo cual se observa en la compulsión democrática por resolver todo a punta de votos, populachos, turbas o mayorías coyunturales. Es así que es imposible conciliar ambos principios y favorecer uno es disminuir el otro. Si cada vez que una turba se junta pretende cambiar las reglas de juego, se promueve cierta versión de la democracia en detrimento de la república.
Alexis de Tocqueville, el liberal clásico francés, explicaba esta disyuntiva en los siguientes términos:
Y Tocqueville advertía sobre los peligros en los estados que se precien de “democráticos”:
Friedrich Hayek, el Nobel de Economía, resumiría la relación entre república, democracia y tiranía de la siguiente manera:
Conclusión preliminar
He demostrado que democracia y republicanismo son modelos políticos diferentes, que responden a problemas políticos distintos. También se ha argumentado que la democracia y el republicanismo operan bajo sistemas éticos diferentes. Esto no es trivial, pues introduce contradicciones éticas en nuestra convivencia. Es por ello que, a menos que queramos preservar la república, debemos moderar la dosis de “democracia” que soporta esta. Una cosa es elegir mandatarios cada 4 años; otra es el asambleísmo chavista que tiene a la gente en las plazas “decidiendo” o “votando” el color del caballo de Bolívar, o el slogan del gobierno del año. El asambleísmo es la destrucción del resorte democrático bajo la fachada de una democracia a sus anchas. Una cosa es que los paraguayos podamos criticar las leyes; otra es que queramos cambiarlas cuando no nos gustan o no favorecen a grupúsculos que se autodenominan “el pueblo”.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿Cuánta democracia soporta una república? No quiero responder yo, sino un filósofo político socialdemócrata que respeto. Giovanni Sartori responde así: