sábado, 23 noviembre, 2024

La democracia, las peras y el olmo

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Héctor Acuña
Héctor Acuña
Director Editorial de InformatePy

Gran parte del error sobre el que cabalgan las frustraciones respecto del sistema democrático son un conjunto de expectativas poco realistas sobre el mismo, derivadas estas de una serie de malos entendidos sobre el concepto democracia.

La democracia es un sistema de elección que deposita en las personas de una comunidad política la responsabilidad de elegir a sus dirigentes. Es solo eso. Nada más.

La democracia no es un sistema que elige los mejores gobernantes. A lo sumo es un sistema de resolución de conflictos sobre quien va a detentar el poder político. La falsa superstición de que la democracia es capaz de elegir a los mejores y más virtuosos descansa en la noción populista de que el pueblo siempre elige bien porque es sabio, bueno y justo. No. Las personas toman decisiones de mierda y el pueblo, en el caso de que exista esta noción, no es más que la suma de esas personas, por lo tanto, el pueblo puede tomar decisiones de mierda y, por cierto, a menudo lo hace.

La democracia no es la panacea a todos los problemas que aquejan la vida en sociedad y, de hecho, el método democrático de resolución de problemas puede ser bastante ineficiente para abordar la complejidad de asuntos sociales complejos ¿Cómo puede la democracia resolver el problema del crimen organizado? ¿Cómo la democracia podría resolver el problema de la pobreza? ¿Cómo la democracia garantizaría un mínimo de provisión material para los niños en situación de miseria? Estamos exigiendo al método democrático alcances que nunca le fueron dados conforme a su naturaleza.

La democracia no es garantía de división de poderes pues las personas pueden elegir de manera mayoritaria a un solo partido o grupo que las gobierne y eso suele pasar. Cuando las personas eligen masivamente a un solo caudillo o partido a menudo los espacios políticos minoritarios quedan en desventaja debido a la poca cuota de poder que les toca. Comienzan entonces a vociferar sobre supuestas tiranías de las mayorías y sobre el derecho de las minorías a co-gobernar. Ya gobiernan, pero gobiernan en función a la cuota de poder que la gente les dio. Lo siento, es la democracia. Hubieran ganado.

La democracia no es república. A menudo las personas gritan que quieren más democracia cuando en realidad están pidiendo, sin saberlo, más república. El republicanismo se caracteriza por la división de poderes, el imperio de la ley y el activismo cívico. Dentro de esa definición se percatarán que el republicanismo podría incluir a la democracia en el activismo cívico, pero este último debe estar acotado por el imperio de la ley: nadie puede en nombre del activismo cívico atropellar el orden jurídico. Esto nos ayuda a ver que la democracia y república no son lo mismo y que incluso podrían ser diametralmente lo opuesto, siendo la probadamente fracasada dictadura del pueblo (dictadura del proletariado) la prueba más contundente de esto.

Es por eso que cuando veo algún político que se pavonea al decir “soy un demócrata” me doy cuenta que en realidad quiere decir “no sé un carajo de filosofía política, pero lo digo porque suena lindo y quedo cool”. La naturaleza aconseja no pedirle peras al olmo y el sentido común recomienda no esperar de la democracia frutos que deberían venir de lo que Montesquieu denominaba en «Del espíritu de las leyes»:

Virtud cívica, es decir, ´el amor a las leyes y a la patria´

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