Ella, la flor más bella; la honorable senadora «Reina de la Tolerancia y los finos modales». Esa figura tan particular de nuestro circo político nacional. Qué decir de ella es el desafío de la semana; bueno, en realidad el desafío es saber que decir de ella sin terminar denunciado.
Ella, viene de una lejana y misteriosa tierra y, a pesar de ser desconocida para muchos fuera de estos valles, quienes aquí vivimos sabemos perfectamente donde encontrarla. Si no está grabando un video para TikTok, la buscaremos en su trono de la Cámara Alta, esa poltrona desde donde se alza como un faro de la coherencia selectiva y la tolerancia a la inversa.
Con una retórica afilada como un cuchillo, la senadora se yergue como una maestra en el arte de lanzar insultos como confeti en fiesta de quince, pero cuídense si alguien, en su infinita ignorancia, osa devolverle el golpe, la sala se estremece, las paredes tiemblan, y la senadora desata su furia como un volcán en erupción.
Es fascinante observar en cada sesión del Senado, en vivo y en directo, ambas caras del dios Jano; observar cómo, cual ave fénix ofendida, la senadora resurge de sus cenizas para lanzar denuncias y proclamas, clamando por la justicia y la decencia, mientras sus propias diatribas reposan en los anales del cinismo político.
La senadora, defensora incansable de la libertad de expresión cuando se trata de ella misma, tiene la piel tan fina como el papel de arroz cuando alguien osa criticarla. Bajo su imponente fachada de “kuña guapa”, se encuentra una mujer con una sensibilidad extrema que se activa en el preciso momento en que alguien se atreve a cuestionar sus acciones o discursos.
Sus compañeros de la cámara pueden recibir dosis diarias de sarcasmo y desdén, ni ella ni sus adláteres, que caminan a su lado como lo hacían los perros corgis galeses que criaba otra reina un poco más famosa, la senadora no titubea en transformarse en un huracán de indignación ante la más mínima crítica dirigida hacia su persona. El drama se desata, las palabras vuelan y las denuncias se presentan y se cruzan unas con otras como en una poliamorosa fiesta de hipocresía.
Aplaudo su habilidad para lanzar dardos verbales con una sonrisa, senadora; pero recuerde que las reglas, al menos en este juego, las impuso usted. La fina línea entre la crítica y la intolerancia es un juego que todos deberíamos poder jugar.
¡Aplausos para ella, la flor más bella, por ser la embajadora de la indignación selectiva en el Senado!
[…] Por aquí dejo este asunto, porque quiero ocuparme de otro: las actuaciones de la que, brillantemente, llamó un colega, embajadora de la indignación selectiva en el Senado. […]