miércoles, 01 mayo, 2024

Venerado por un día

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En lo que va del gobierno que encabeza el presidente Santiago Peña, -sin temor a equivocarme-, ayer fue el día en que recibió la mayor cantidad de muestras de apoyo, de la ciudadanía, de propios y también de extraños.

El nombre de la criatura: “Operación Veneratio”. Un operativo conjunto entre el Ministerio del Interior y el Ministerio de Justicia, que involucró a tres mil personas entre Policía nacional, Fuerzas Armadas y autoridades del gobierno. El objetivo: comenzar a reorganizar el sistema carcelario nacional.

Según los detalles del operativo, la estrategia puesta en marcha consistió en vaciar y despejar la mitad del penal donde estaban los presos menos peligrosos, para reducir a la otra mitad, donde se encontraba el objetivo: el clan que controla y administra la penitenciaría de Tacumbú hace décadas. La estrategia se apoyó en la “supremacía de poder y capacidad de fuego” de las fuerzas del Estado.

Como parte sustancial del operativo, el gobierno ha declarado haber recuperado el control natural de la penitenciaría de Tacumbú, al mismo tiempo que ha dispuesto el traslado del líder del “clan Rotela” y otros cientos de reclusos para descomprimir y reorganizar el sistema. Es que Tacumbú, desde hace décadas, más que como cárcel funciona como central operativa de bandas delictivas, y el “operativo veneratio” podría ser el comienzo para desarticular dicho esquema. Mas detalles sobre el operativo circulan por todos los medios y yo aquí quiero detenerme un par de cuestiones importantes.

Los medios han referido a que “se entregó Rotela”, “redujeron y capturaron a Rotela”. Está tan baja la vara y son tantos los años y décadas que lleva la sociedad conviviendo con esta realidad, que parece haber perdido la consciencia. La consciencia de que, en realidad, no se trata más que de un operativo que se debió hacer con regularidad desde hace mucho. Pero es que el mismo gobierno al declarar “haber recuperado el control después de décadas” está reconociendo no haberlo tenido. No ha tenido el “control natural” pero, a decir verdad, en todo este tiempo ha compartido el “control” con las estructuras delictivas a cambio de recursos para beneficio individual. Corresponsables de esta central operativa de la delincuencia y, por consiguiente, del daño institucional al Estado y del enorme daño social. Y lo han hecho en libertad, impunemente.

Entiendo que un operativo se festeje como un gran triunfo en un país necesitado de motivos para celebrar, para creer, pero yo no me animo a tanto. Tal vez consciente de que no es más que el cumplimiento parcial, por ahora, de una obligación del Estado. Ni más ni menos. Capturar a un preso dentro de una cárcel es como cazar en un zoológico. Nada de celebraciones. Sacaron al líder del “Clan Rotela” de su bunker principal que era Tacumbú y lo trasladaron a Viñas Cué. Punto final. No representa el fin de algo o la desarticulación de una estructura delictiva. La ley debe seguir adquiriendo peso y caer sobre los delincuentes presos y sobre los cómplices en libertad.

Dicho esto, sí es destacable que después de décadas alguien se haya animado a intervenir el sistema penitenciario. Lo ha comenzado hacer este gobierno con lo que se necesita: patriotismo, compromiso, firmeza, coraje y determinación. Con un operativo, en unas horas, nos ha causado una sensación de seguridad, aunque sea por un momento. Ahora Paraguay necesita que ello sea real y sostenible en el tiempo.

Quiero rescatar una frase de la conferencia del presidente: “Este gobierno está decido a llevar adelante un modelo que convenga a toda nuestra sociedad…”

De eso se trata, porque al final todos queremos lo mismo, todas las personas pretendemos y procuramos más o menos lo mismo, no hay secretos. La oferta va cambiando, pero la demanda, por desgracia, sigue siendo la misma: pan, tierra, trabajo, techo, salud, educación, paz y libertad. Y allí, necesitamos a gritos la única dictadura venerable: la dictadura de la Ley. Hoy se impuso, y dio gusto sentirla.

Pasando raya y si bien hay mucho para analizar, quiero exponer aquí la importancia de la construcción de autoridad, cuyos cimientos están compuestos por la suma de acciones contundentes y hechos irrefutables. Es lo que necesita el presidente Santiago Peña: construir autoridad. Y aquí es importante dedicar un espacio a la autoridad bien entendida y no confundirla con el autoritarismo. Algunos la confunden por error de concepto, otros a propósito para sembrar miedo.

Veamos lo que dice el poeta, novelista y cantante canadiense Leonard Cohen acerca de esta cuestión: “Sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran los gobiernos, los hombres se abrazarían”. Existe una falsa creencia de que autoridad y libertad son enemigas íntimas. Sin embargo, donde la autoridad se construye y expresa como tal, la verdadera libertad tiene terreno fértil. Porque la persona realmente libre conoce de reglas y de límites, los respeta y desarrolla así su capacidad de elegir.

La libertad alcanza su máxima expresión cuando hay claridad, equilibrio, racionalidad y fundamentos en las normas, reglas y leyes que nos limitan. Cuando son establecidas de esa manera provocan respeto hacia quien las instaura o se encarga de hacerlas cumplir. Del respeto nace la autoridad. La autoridad es, entonces, una construcción, no una imposición. Es el resultado de acciones, de conductas, de ejemplos. Un uniforme, un cargo, un rol, un documento son marcas exteriores de autoridad, no la generan por su sola presencia, pero la confirman cuando esta fue realmente construida. Ocurre entre padres e hijos, maestros y alumnos, gobernantes y gobernados e incluso podemos extenderlo a uniformados y civiles.

Complementando lo anterior, hace tiempo leí un artículo del escritor, psicólogo y sociólogo argentino Sergio Sinay, donde aborda el tema con gran claridad y menciona, además, la importancia de la autoridad moral, así como la diferencia entre el respeto y el miedo. En ese sentido, escribió:

En su más remoto origen latino la palabra autoridad alude a aumentar, promover, hacer progresar. Así comenzó a usarse y de ese modo se entendió durante muchos siglos. Era aplicada a quienes por sus acciones, por sus actitudes, por su saber podían ayudar a progresar, a mejorar, a entender, a definir caminos. En esta concepción de la autoridad hay un profundo contenido moral. La autoridad moral no se compra hecha, no se implanta de sopetón, no se consigue con discursos.

Como bien señala el ensayista, pastor y estudioso de hábitos y conductas Stephen R. Covey, autor del clásico “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva” y de “El octavo hábito”, la autoridad moral se cuece a fuego lento y una vez establecida crea una suerte de ecosistema. Covey pone como ejemplo al Mahatma Gandhi, líder espiritual y político a quien se debe el nacimiento de la India como nación. Para conducir a cientos de miles de compatriotas (de diferentes religiones y creencias) a liberarse por medios pacíficos y pacientes del yugo de un imperio poderoso como era entonces el británico, Gandhi debió hacer un largo trabajo interior consigo mismo, liberarse de complejos, de hábitos nocivos, de aspectos ríspidos de su carácter. Debió educarse en el ejercicio de la empatía, de la escucha, de la persistencia fundamentada. Gandhi, en palabras de Covey, construyó una enorme autoridad moral sumando visión, disciplina y pasión gobernadas y articuladas por la conciencia.

La autoridad requiere un doble aprendizaje. Uno es el de construirla desde adentro y nutrirla con conducta, con valores ejercidos en la vida cotidiana. Otro es el de reconocerla y respetarla. El primero de estos aprendizajes ayuda a quienes deben emprender el segundo. La reacción inicial de un ser humano cuando apenas comienza su camino existencial es rebelarse ante la autoridad. Está aferrado a lo que se llama “libertad primera”, aquella que no reconoce obstáculos. En muchas personas, por falta de ejemplos, de experiencias vividas, de vínculos orientadores y nutrientes, por un default de maduración emocional, social y psíquica esa noción disfuncional de libertad se mantiene aún en la adultez. Entonces todo lo que se vincule a autoridad lo traducen como autoritario y se facultan a sí mismos (creando una ley propia e individual) a resistirse y transgredir. Si se multiplica esa actitud por cientos de miles de casos similares, el resultado es una sociedad en la que predomina la anomia y, con ella, se pierden los rumbos y proyectos colectivos.

Sinay, señala también que, así como hay un lazo muy estrecho y consecuente entre autoridad y respeto, existe otro igualmente intrínseco entre autoritarismo y miedo. “El autoritarismo se impone en donde no se construye autoridad. Perdida la brújula y el norte y existiendo riesgos corrientes de todo tipo, la actitud autoritaria se propone remediar en un instante y, por atajos dolorosos, las consecuencias de no haber sembrado ni cosechado. Suele conseguir su objetivo por un corto plazo y jamás deja huellas valiosas. Por el contrario, sus secuelas son devastadoras. Ocurre en la historia de los países, en la crianza de los hijos, en la educación, en el campo laboral y en cualquier ámbito de la convivencia humana.”

La autoridad es, entonces, una construcción, no una imposición. Es el resultado de acciones, de conductas, de ejemplos. La autoridad bien construida enseña. El autoritarismo mutila. Con autoridad se crece, con autoritarismo no. Discursos y posturas demagógicas (tanto en lo privado como en lo público, en lo doméstico como en lo social) suelen juntar a ambas palabras en una misma bolsa convirtiéndolas en sinónimos. No lo son.

Habiendo comprendido estos conceptos, ayer vimos una muestra concreta de autoridad bien entendida. Ayer quedó demostrado, una vez más, que un país entero está listo para recibir y aprobar acciones responsables y positivas con autoridad bien entendida. Es con la acumulación de acciones como la de ayer que un presidente construye confianza, que un presidente se autoriza. La autoridad verdadera y necesaria tiene que ver menos con tenerla y más con autorizarse. Hoy Peña y su gobierno, dieron un paso en esa dirección.

Insisto: hay un público listo para apoyar al presidente Santiago Peña y su gobierno; hay un sector que está presto a brindarle su apoyo, a “venerar” sus acciones, genuinamente. Y no es Honor Colorado. Y lo hará a partir de la acumulación sucesiva de acciones como la de ayer: Ayer el presidente Santiago Peña ha construido autoridad, ha ejercido el poder. Y no ha sido poder prestado.

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