sábado, 04 mayo, 2024

Milei y la hecatombe del kirchnerismo

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El balotaje resultó ser una verdadera pesadilla, se convirtió en una paliza electoral para las fuerzas del campo oficialista en la República Argentina. El candidato Sergio Massa, quien no era precisamente el más «zurdo» del barrio y que inclusive mantenía buenas relaciones personales con el triunfante Javier Milei, puso el cuerpo a una bala que se veía imposible de esquivar.

No fue suficiente con el viejo paradigma de «territorio, tropa y recursos». El movimiento que llamamos «kirchnerismo» llegaba sopapeado por todas las aristas visibles e invisibles: la Argentina hecha pedazos por una economía arruinada, por políticas equivocadas de cabo a rabo, por un grupo de politicastros que estaban demasiado lejos de entender lo que verdaderamente siente y respira el pueblo trabajador. Así se llegó a esta flamante hecatombe, en la que un histriónico personaje quitado de la chistera por los enemigos del régimen «kirchnerista» terminó por arrollarlos a todos.

¿Qué sucedió?

En primer lugar, tenemos a un paradigma gubernativo y administrativo que llegó a su fecha de caducidad en el vecino país. La política de endeudamiento masivo y descontrolado, sin responsabilidad ni planificación alguna, condujo a la gradual desestabilización económica y financiera que hoy parece ser irresoluble. El Estado se convirtió en una mastodóntica máquina de producir gastos absurdos que no generan beneficio en lo más mínimo. Hasta hace unos días me enteré de que en la República Argentina, ¡los presos, es decir, las personas encarceladas por comisión de delitos y crímenes cobran pensión estatal! Cierto, lo hacen en compensación por trabajos realizados, pero con números y niveles que sencillamente, dejan estupefacto al observador imparcial. Esta es una pequeña muestra del mundo alucinante que se vive al cruzar la frontera. ¿Qué otras cosas habría, similares o incluso más descabelladas? Nos faltaría espacio para describirlo. Digamos simplemente que la «caridad y la justicia social» se convirtieron en «clientelismo y progresismo antisocial».

Desde luego que estos despilfarros no se sostienen de manera gratuita. Alguien tiene que pagar y de esta manera, más temprano que tarde, la República Argentina tendría que mendigar a los buitres de la usura internacional para costearse los extraños lujos que pretendía hacer pasar como «derechos adquiridos». Por supuesto que los vampiros de la banca parasitaria se frotaron las manos, se relamieron los labios y pronto cayeron encima del vecino país, ordeñándolo como si fuera la vaca sagrada de los brahmanes, que más leche daba por cuantas más succiones se le estiraba.  ¡Ah, pero si esas son solo leyendas! La realidad, a la postre, se impone y los castillos de naipes se derrumban con un soplido.

Endeudada hasta el cuello, Argentina pedía más y más deuda para salvarse, como el adicto al opio que pide más y más de la adormidera para no morir. Ya no le importaba a nadie saber si era legítimo o ilegítimo seguir contrayendo leoninas usuras para pagar vicios; ya nadie pensaba siquiera si estas deudas impagables eran justas o injustas, válidas o inválidas… La maquinita estatal, administrada bajo un paradigma completamente antinatural, tenía que «inventar derechos» y además, estos «derechos inventados» debían ser «gratuitos». Así se continuó hasta el infarto, hasta el quiebre, hasta quemarlo todo.

De paso, quiero avisarles que, en los últimos 10 años, Paraguay empezó a imitar este destructivo modelo argentino, de la deuda masiva y descontrolada, de la usura especulativa sin ambages ni limitaciones… Donde antes teníamos una política económica y financiera de larga data que evitaba el endeudamiento y buscaba siempre la más estricta responsabilidad fiscal… Ojo con esto…

La República Argentina estaba enferma de muerte, envenenada por sus propios gobernantes que se comportaban, no como «Jefes de Estado» sino como «Gerentes Generales» de una multinacional del endeudamiento y la usura, sociedad anónima. En esto, todo sea dicho en honor a la verdad, tanto «zurdos» como «diestros» hacían e hicieron exactamente lo mismo. Los Kirchner hipotecaron al país, Mauricio Macri hipotecó al país, en ambos casos para beneficio de la banca parasitaria globalista.

A la vista tenemos a la economía de la República Argentina, que alguna vez fue la envidia del mundo y que ahora solo produce lástima, incluso a sus vecinos más pobres y menos desarrollados. Industrias desmanteladas, privatizadas y liquidadas; sector productivo en situación paralítica, moviéndose por pura inercia; comercio que empalidece por la inflación del minuto a minuto… Los únicos que prosperaron con esta tragedia socioeconómica fueron los politicastros y los usureros especuladores. El resto de la población vio perder, en los últimos 20 años, todo lo que consiguió con trabajo y esfuerzo. Esto sin entrar a profundizar en el caos que se ocasionó durante el Gobierno de Carlos Saúl Menem y Domingo Felipe Cavallo, que desembocó en el infame «corralito» que le explotó en la cara a Fernando de la Rúa. ¡Hay que estudiar historia, señoras y señores!

Sin embargo, uno pensaría que los llamados «kirchneristas», conociendo todo esto, buscarían calafatear al buque que estaba escorando. ¡Pero no lo hicieron!

Ocurrió todo lo opuesto. Como si ellos fueran los «María Antonieta» de nuestro tiempo, entre maquillajes, vestidos y travestidos, ante las necesidades acuciantes del pueblo argentino, parecía que sólo sabían responder: «sí no tienen pan, que coman pastel» (tal y como inventó el perverso Voltaire, pero igual sirve la frase). En términos posmodernos, sería: «sí no tienen pan, aborten y háganse cirugías del mal llamado “cambio de sexo”, que el estado les paga todo, hasta las hormonas». ¡El delirio era total! Aquí también debemos añadir que, durante el Gobierno de Mauricio Macri, nada de esto se impidió ni se retrotrajo, al contrario, se lo potenció todavía más porque así lo querían los entes financieros globalistas, a los que obedecen a pies juntillas tanto «zurdos» como «diestros».

El escenario así estaba perfectamente armado. Pero esto no parecía ser suficiente. Quizás los argentinos todavía tuvieran algo de esperanzas en ese movimiento nacional y popular que alguna vez fue el llamado «peronismo». Tal vez, en el último minuto, el sentimiento patriótico podría mucho más que el hambre y la necesidad; el amor al terruño se sobrepondría a los discursos completamente «cipayos» del candidato Javier Milei.

Pero no. Es que a la gente se la puede engañar por algún tiempo, pero nunca por todo el tiempo. Cuando el pueblo escrutó a los dos contendientes en el balotaje, se dio cuenta de dos cosas fundamentales. La primera de ellas, es que Sergio Massa juega un rol protagónico en la embarazosa y terrible situación del país desde hace varios años. Pero la segunda, probablemente más crucial aun, es que detrás de él estaban todos los crápulas que eran y son vistos como la personificación de todos los males que aquejan a la República Argentina.

El llamado «kirchnerismo», una falsificación histórica del movimiento fundado por el General Juan Domingo Perón usurpó, deformó, contaminó, desfiguró e hizo prácticamente irreconocibles a los principios fundacionales del Partido Nacional Justicialista. El «justicialismo» dejó de existir en el año 1974 y los que vinieron después, todos ellos, paso a paso, se encargaron de destruirlo.

Solamente quedaban discursos vacíos, relatos y narrativas que estaban absolutamente apartadas de la realidad, en los que solo prevalecía la mentira. Cristina Fernández de Kirchner, Alberto Fernández, Sergio Massa… Todos ellos se hallaban en el mismo círculo de falsía que convirtió al «peronismo», de varones y mujeres aguerridos y bien plantados, en un travesti hormonado con los órganos viriles cercenados por las ideologías del turbo-capitalismo anglosajón.

Al pueblo se le puede engañar por cierto tiempo, pero no todo el tiempo. Y cuando este se puso a comparar entre el «mentiroso» Sergio Massa y el «auténtico» Javier Milei, eligieron al que es franco y sincero respecto a lo que verdaderamente simboliza. Porque Massa podía embanderarse con la bandera albiceleste, podía hablar de «Patria» en su discurso, podía exclamar bonitos discursos patrioteros en contra de los «cipayos», pero el pueblo no estaba más para versos y naderías. «¿A quién querés joder, anda pa’sha bobo», le respondieron. Es que pertenecía al mundo del «kirchnerismo», esa camarilla de vendepatrias consumados que traicionaban a su nación, pero con la escarapela en el pecho.

Además, el populacho y especialmente la juventud, siempre prefiere a aquello que se presenta a sí mismo como «auténtico». Allí tenemos al Presidente Electo, el liberal Javier Milei. Este hombre afirmaba disfrutar del «sexo tántrico», que mantuvo «tríos» en todo tipo de formas e integrantes; decía que el mafioso Al Capone era «su héroe» y que la «mafia» tiene más códigos que los «políticos»; decía abiertamente que no se opone a la «libertad sexual», ni a la eutanasia, ni al aborto, siempre y cuando «no se haga con los impuestos» (en la campaña política, modificó muchos de estos discursos pero nadie se salva del archivo); afirmaba que, como libertario, estaba a favor del tráfico de bebés y de órganos… ¡Todo un personaje!

¿Y a quién van a elegir los argentinos? ¿Al mentiroso o al auténtico? ¿Al «liberal disimulado» o al «liberal sin disimulos»? Solo un tonto pensaría que alguien iría a preferir un «vino aguado» por encima de un «vino puro». Así se llegó hasta la elección del 19 de noviembre del 2023 y ganó el «liberal auténtico» Javier Milei, por paliza. ¡No daba para otra cosa con todos estos elementos!

La hecatombe del «kirchnerismo» se consumó así. Cumplieron perfectamente con su objetivo: entregar a la Argentina a los usureros y especuladores globalistas mientras falsificaban completamente al verdadero significado del movimiento «peronista» que siempre fue (con sus luces y sombras) nacional, popular, católico e hispanista. Los «kirchneristas» terminaron convirtiendo al «justicialismo» en globalista, minoritarista, globalista y atlantista.

¿Volverá el «peronismo auténtico» para enfrentarse a su viejo enemigo, el «liberalismo auténtico» encarnado ahora por Javier Milei y sus secuaces? ¿Se va a reeditar la lucha de 1946 en el siglo XXI, con el famoso «Braden o Perón»?

En la política, todo es posible. Pero lo fundamental está en reconocer de una buena vez que el «kirchnerismo» no es y nunca fue el «peronismo». Está visto. Esperemos que, más pronto que tarde, los verdaderos seguidores del «nacional-justicialismo» salgan de sus cómodas cuevas, se organicen y vayan a poner en orden la casa porque todo el Río de la Plata está parado en la cornisa, en este mismo momento, con la elección de un personaje que parece todavía peor que el mismo yanqui Spruille Braden. Hay que ponerse «manos a la obra» porque los «kirchneristas» dejaron a la Argentina al borde del abismo, pero llegó un tipo que está dispuesto a dar «un paso al frente». ¡La hecatombe puede ser todavía peor!

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