jueves, 09 mayo, 2024

La palabra de la cruz (9): La Ley y la Salvación. Obediencia y desobediencia

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¿Pudo alguna persona cumplir al obedecer perfectamente la Ley dada por Dios a Moisés para alcanzar la salvación y así ser justificada -por haberla cumplido- para no ser condenada a la perdición eterna?

Las Escrituras dan cuenta del carácter de la Ley: “La Ley de Yahvé es perfecta, convierte el alma…” (Sal. 19.7a). Israel, desde que fue dada la Ley con sus mandamientos, preceptos, y rituales, constantemente falló en cumplirla fielmente, tanto como nación como a nivel individual. Y Dios dio mucho tiempo para que la cumplan. En este caso, la salvación vendría por obras, por cumplir y hacer lo demandado en la Ley conforme está escrito:

Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Yahvé.

(Lev. 18.5 RV)

Esta Ley también estaba condicionada por Dios a que el cumplimiento de la misma daría prosperidad terrenal y poder a Israel, y que su observancia sí o sí haría que Dios cumpla dichas promesas, pues Él mismo se había obligado a ello. La obediencia a la Ley tenía recompensas en preciosas bendiciones terrenales, pero, su desobediencia, tendría repercusiones negativas. Tanto los frutos de la obediencia como de la desobediencia, se encuentran detalladamente listadas en el capítulo 28 del Libro de Deuteronomio.

Israel pudo experimentar en su historia como nación tanto las bendiciones de la obediencia, como las consecuencias de la desobediencia. Ninguna de las cosas listadas en ese capítulo ha quedado sin cumplimiento. Habían llegado a ser una potencia mundial y el reino más rico de la tierra durante el reinado del rey Salomón, pero luego se dividieron en dos reinos, cayendo el reino del Norte -llamado Israel- en gran apostasía. También ocurre lo mismo más adelante con el reino del Sur, Judá. Cuando esto ocurría -que dejaban al Dios Yahvé de lado y se volvían a otros dioses- caían en manos de sus enemigos, y en esa situación Dios enviaba a sus profetas a exhortar al pueblo a que se vuelva a Él, y así serían restaurados. Pero la misma Escritura reza:

Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de Yahvé contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio.

(2 Cr. 36.16)

El reino del Norte termina siendo arrasado por los Asirios y dominado por ellos. El reino del Sur -Judá- por un tiempo se mantuvo fiel a Dios, pero luego cae también en terrible apostasía, siendo invadido y llevado 70 años cautivo a Babilonia por el rey Nabucodonosor, no sin antes arrasar a Jerusalém, saquear, y destruir el Templo. Ya luego, a su regreso, nunca más recuperó su independencia, pues siempre estaba sometido a otras naciones. Aún los reyes que tuvieron eran elegidos o quitados por sus conquistadores y no por el pueblo. Tanto la dinastía sacerdotal como la real, fueron suplantadas por otras personas, rompiéndose así lo ordenado por Moisés y los Profetas de parte de Dios. Los Sumos Sacerdotes debían ser descendientes de Aaron, más fueron suplantados por otros, asimismo el rey de Israel, que debía ser descendiente de David, fue suplantado por otro puesto por los romanos. Pero todo esto sucedió en siglos, habiendo Dios exhortado al pueblo vez tras vez por medio de los profetas.

Para definir este “carácter” de los hebreos, citemos las palabras de Dios dadas al profeta Ezequiel:

Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Yahvé el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos.

(Ez. 2.3-6)

Nadie pudo cumplir la Ley, y el tiempo otorgado para ello a todo Israel se agotó. Dios termina este periodo con Israel enviando un último profeta: Malaquías; luego guarda silencio por espacio de 430 años. Ningún profeta ni mensajero es enviado a los hebreos de parte de Dios en ese tiempo. El fracaso de cumplir con la Ley fue total -la segunda oportunidad dada por Dios a los hombres por medio de una nación santa (separada)- cumpliéndose así lo escrito por el David:

No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno… No hay temor de Dios delante de sus ojos.

(Rom. 3.11-18 – Cfr.: Sal 53:1-3)

Pero, notablemente, Malaquías menciona un hecho curioso al profetizar lo siguiente:

He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Yahvé de los ejércitos.

(Mal. 3.1)

Este “mensajero”, ya fue anunciado por Isaías 350 años antes que Malaquías en una esperanzadora profecía:

Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Yahvé por todos sus pecados. Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Yahvé; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Yahvé, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Yahvé ha hablado.

(Isa. 40.1-5)

Exactamente 430 años después de que Dios haya enviado al profeta Malaquías, y haya guardado silencio desde ese entonces, aparece en el desierto de Judea un hombre enviado por Dios: Juan ben Zacarías, también conocido como JUAN EL BAUTISTA, la VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO.

Y de él hablaremos en nuestra próxima entrega, si Dios lo permite.

Que Dios nos guarde y bendiga a todos.

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