sábado, 18 mayo, 2024

La palabra de la cruz (4): El hombre sin ley – El libre albedrío

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Adán y Eva fueron echados del Edén. Pero ahora tenían algo que no tenían antes de haber pecado, y es que ahora tenían conocimiento del bien y del mal. No eran más puros e inocentes; el pecado ya moraba en ellos; era parte de su ser. Fue así como Dios lo describe: Y dijo Yahvé Dios: «¡El hombre ha venido a ser como uno de nosotros en cuanto a conocer el bien y el mal!» (Gén. 3.22a).

Luego, tuvieron hijos, y la tierra -Pangea según algunas teorías- se fue llenando de a poco. Pero no tenían reglas de convivencia ni leyes, salvo las impuestas por los patriarcas de las comunidades tribales y éstas eran arbitrarias, sin ningún patrón en especial. “Cada uno hacía lo que bien le parecía”.

Dios dejó al hombre a su mera voluntad a ver si cómo se manejaba ahora que sabía el bien y el mal; si iba o no seguir el camino del bien, o procurarlo. Dios no interfirió en nada ni con nadie. Y así pasó mucho tiempo y la Biblia no da mayores detalles de esto, salvo que en el Capítulo 6 de Génesis se registra un hecho bastante controversial para la mente del hombre, no así para los creyentes, y es cuando dice: “que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.” (Gén. 6.2)

En el lenguaje del Antiguo Testamento el término “hijos de Dios” solo aparece en cinco oportunidades y siempre se refiere únicamente a los seres angelicales sin distinguirlos buenos o malos. Nunca se refiere a los hebreos/israelitas como tales, ni a ser humano alguno. Entonces aquí hubo una extraña unión entre seres angelicales -evidentemente los ángeles caídos – y las hijas de los hombres (los humanos). Producto de eso nacieron los denominados “Gigantes” los cuales la Biblia de Jerusalém ya los denomina con su nombre original en hebreo: Nefilim. El diccionario hebreo Strong lo define así: “Nefíl; propiamente, derribador, i.e. patán o tirano: gigante.”

Dice la Palabra: “Los nefilim existían en la tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: éstos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos.” (Gén. 6.4) El Nuevo Testamento confirma esto por medio de la epístola de Judas: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día…” (Judas 1.6) Los ángeles caídos también tienen límites que no pueden pasar; pero estos pasaron. Los ángeles caídos, o demonios, están libres y operan actualmente en la esfera espiritual terrenal, pero estos se encuentran presos en un lugar muy especial. Pero ese no es nuestro tema.

Debido a que la corrupción fue universal, Dios, viendo el actuar de los hombres cuando no tienen reglas, ni orden, ni por así decir, códigos morales, expresó lo siguiente: “Y vio Yahvé que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal, le pesó a Yahvé de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahvé: «Voy a exterminar de sobre la faz del suelo al hombre que he creado -desde el hombre hasta los ganados, los reptiles, y hasta las aves del cielo – porque me pesa haberlos hecho.» (Gén. 6.5-7)

Y fue cuando decretó el diluvio universal. Erradicó, pues, toda vida de sobre la faz de la tierra, salvo a Noe, su esposa, y sus tres hijos con sus esposas, así como parejas de especies de todo ser viviente de sobre la tierra, los cuales entraron en el Arca que Dios mandó a Noe construir. (Gén. 6.9)

Con esto Dios le demostró al hombre que, si se vale por sí mismo, sin ningún tipo de límites, ley, reglas, códigos, etc., “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Por tanto, decretó exterminar todo y volver a empezar, dando una nueva oportunidad al hombre dejando a la simiente de Adán y Eva -Noé y su familia- a empezar de cero.

Pero también Dios permitió, debido al diluvio, un nuevo orden físico-ambiental sobre el planeta, lo cual iba a influir directamente sobre la vida de los humanos, acortando la vida de estos a un promedio no superior a los 120 años (Gén. 6.3). Antes de este evento, no existían las estaciones, pero luego, debido al brusco cambio medioambiental ocasionado por el diluvio, las condiciones cambiaron totalmente (Gén. 8.22). Los geólogos llaman a esta época la “Era Catastrófica”, y es la que provee las explicaciones científicas a tantos eventos raros que tapan la boca a los evolucionistas, como -por dar solo un ejemplo- no pueden argumentar de cómo es que en cimas de montañas tales como los Himalayas, Alpes, Andes, Apalaches, etc., se han encontrado fósiles de animales marinos; peces de todo tamaño y variedad, evidenciando lo que dice la Biblia: “Las aguas crecieron muy por encima de la tierra, de modo que quedaron cubiertas todas las altas montañas que están debajo de todos los cielos. Siete metros más arriba crecieron las aguas, y las montañas quedaron cubiertas.” (Gen. 17.9-20). Y esto por varios meses.

En todo ese relato hasta el capítulo 6 del Génesis, no hay una sola intervención de Dios dando algún tipo de instrucción al hombre, salvo la orden dada a Noé para que construya el Arca. Es que, para poner las cosas en claro, hay una sola cosa en la que Dios se puso límite a Sí mismo, y es que jamás iba a intervenir en la decisión del hombre. Puede -y lo hace- crear todas las circunstancias hasta inimaginables y traer palabra por medio de profetas a una persona (y a ves a toda una nación o a la humanidad entera), para atraerlo hacia Él, pero jamás obliga a una persona a tomar una decisión. Es lo que se llama el Libre Albedrío: “Potestad de obrar por reflexión y elección”, conforme lo define la lengua española.

Y también demostró que la tan mentada “libertad” que busca el hombre al ser completamente independiente haciendo uso de su Libre Albedrío, solo conduce a su destrucción y a la de otros. Era necesario poner reglas morales y de convivencia con sus respectivas consecuencias disciplinarias, cosa que empezaremos a desarrollar en la próxima entrega.

Pasadla bien y que Dios nos guarde y bendiga a todos.

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