lunes, 23 diciembre, 2024

Serán juzgados por la historia

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En la República del Paraguay, lastimosamente, la palabra «legionario» tiene una connotación negativa a pesar de que realmente denota virtudes nobles vinculadas a los guerreros del Imperio Romano.

Todos sabemos que durante la «Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay», existió una infame organización que se remontaba a los tiempos del General Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires, y que había proclamado llevar adelante una «Cruzada Libertadora» contra las presuntas «tiranías» del Dr. Francia y de la Dinastía López. Estos hombres se pusieron a disposición del Gobierno Argentino y dejaron una extensa documentación que demuestra, sin permitir atisbos de duda alguna, que la Guerra contra Paraguay de 1864 – 1870 estaba largamente planeada, muy de antemano (léase la obra «La Asociación Paraguaya en la Guerra de la Triple Alianza» de Juan Bautista Gill Aguinaga) y que el indiscutible Héroe Máximo de nuestra Patria y de la región, el Mariscal López, solamente tenía dos opciones: capitular, abdicar y entregar el poder a estas malévolas fuerzas… O presentarles una apoteósica batalla, en la que se definió el destino de todo el Río de la Plata.

Vencieron las fuerzas del mal y hoy estamos como estamos. No sólo Paraguay, sino también Argentina, Brasil y Uruguay, todos quedamos sometidos, subyugados, manejados por pseudo élites domeñadas por las cadenas del Neocolonialismo Anglosajón; corroídos en lo intelectual por ideologías perversas como el liberalismo, el bolchevismo, el «nacionalismo de campanario» que no pasa de mero discurso romántico y falso; socavados en lo más profundo de nuestras identidades por una guerra propagandística constante contra la Hispanidad y la Iglesia Católica, los dos pilares de la constitución y conformación histórica de las nacionalidades rioplatenses.

Sin embargo, no todos los «legionarios» fueron completamente perversos. Existieron algunos como el General Benigno Ferreira, que al igual que su abuelo Fernando de la Mora, fue abogado, convencido liberal y «porteñista» (entiéndase por esta palabra entrecomillada, persona que apoyaba los principios revolucionarios que surgieron de la ciudad de Buenos Aires, principios que eran contrarios al verdadero ideal patriótico, hispano y católico del Río de la Plata). Este francmasón formó parte de la nefasta «Asociación Paraguaya» pero quedó asqueado al enterarse de los verdaderos objetivos de la Triple Alianza; abandonó las filas de la «Legión» y denunció a través de la prensa a las aberraciones que se proponían los Gobiernos Aliados, que no eran otra cosa sino la completa aniquilación del Paraguay.

«¡Tarde son los lamentos cuando el puñal ya está adentro!», dice un refrán paraguayo que he pulido un poquito con fines de elegancia. Es algo más campechano, en realidad. Pero bueno, Benigno Ferreira al menos puede decir, desde ultratumba, que la historia no lo juzgará como un «traidor a su Patria». Huyó a tiempo y en su caso, no fue por cobardía sino por mero sentido común. Esto sin analizar su actuación política en el país durante la posguerra, que ya es otro asunto.

Lo que nos da entrada al asunto que motiva el presente artículo. El «juicio de la historia», que desde luego, se escribe desde varios ángulos pero en todos los casos, siempre, se da un axioma fundamental e innegable. Los gobernantes, la «clase dirigente» de las naciones es observada a través de un «espejo universal» cuyas claves están bien detalladas en aquello que San Agustín de Hipona refleja en su «De Civitate Dei contra Paganos».

Por supuesto que el «patriotismo», defender los sanos y auténticos intereses de la propia nación luchando por el bien común, es uno de los más altos deberes, tal vez el más alto, que todo gobernante debe atender. Agustín llega a tomar como un valiosísimo ejemplo a un pagano, el General y Cónsul de Roma Marco Atilio Régulo, que a pesar de encontrarse en condiciones de inferioridad en su guerra contra cartagineses y sus aliados espartanos, rehusó capitular y se mantuvo firme en sus posturas patrióticas. Terminó capturado y muerto, en circunstancias aún desconocidas, tras la Batalla del Bagradas. Se atribuye a Marco Atilio Régulo la frase «prefiero morir por mi Patria (o por Roma) antes que verla humillada por sus enemigos».

Sabemos lo que pasará siglos después, tras largas «Guerras Púnicas». Se resume en el famoso colofón de todos los discursos de Catón el Viejo: «Ceterum censeo Carthaginem esse delendam» (opino, además, que Cartago debe ser destruida). Y así fue, para mayor dolor del dizque pensador español Antonio Escohotado, recientemente fallecido pero con el que tengo unos rapapolvos pendientes.

Claro que San Agustín estaba muy lejos de ser un belicoso halcón de la guerra. La consideraba justificada dadas ciertas condiciones muy específicas. Sin embargo, no es objetivo de este artículo versar sobre muy cristiana doctrina de la «Guerra Justa» pero sí hablar del llamado «juicio de la historia», que existe, que es real y que tarde o temprano cae sobre todos los gobernantes, principales o secundarios, religiosos o seglares, de las naciones en el orbe.

Para no entrar en complicaciones, digamos simplemente que la Historia Universal jamás observará con «buenos ojos» a aquellos mandatarios que han puesto en riesgo la soberanía de sus naciones, que han sido endebles, sumisos y cobardes a la hora de defender aquello que con justicia pertenece a su pueblo, a la Patria que representan. Nunca, en ningún tiempo y lugar del mundo, se ha encontrado «justificaciones» para aquellos que se unen al enemigo de su propio país, sea por el motivo que fuera. Hasta Benigno Ferreira tuvo suficiente sentido común para entenderlo y rehusó a formar parte de la «Legión Paraguaya», abandonándola cuando estalló la Guerra de la Triple Alianza.

No debería ser necesario explicarlo, pero el «patriotismo», incluso sí afirma ser dirigido en contra de una «mafia», riñe completa y absolutamente con ponerse bajo la égida y al servicio de potencias foráneas. A pesar de ello, como estamos en la era del Twitter y del Tiktok, parece que debemos decirlo con toda la claridad que sea posible. «Nadie puede ser héroe luchando contra su propia Patria», afirmaba el francés Víctor Hugo, con el que tengo diferencias pero en esta le doy la razón. O en lunfardo, sería algo así: «no se puede ser patriota y al mismo tiempo, trabajar para los intereses de la Embajada de los Estados Unidos».

¡Dios mío y la madre que los parió, es de Perogrullo! ¿Cómo no pueden entenderlo?

En honor a la claridad, digamos las cosas como son, para que nadie interprete lo que quiera interpretar dada la situación tan polarizada en que vivimos.

Serán juzgados por la historia aquellos que han puesto a la República del Paraguay en una deleznable situación de vasallaje respecto al Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Pues los yanquis pueden tener sus intereses y sus políticas internas, nadie se opone a ello; pero sí es de miserables que varios justifiquen cualquier cosa, incluso el sometimiento del Paraguay a los estadounidenses, solamente por finalidades electorales.

Serán juzgados por la historia esos dirigentes políticos, esa clase gobernante de un país que tantos ejemplos de eximio patriotismo ha dado, que han sido tan cobardes, taimados y apocados a la hora de pronunciarse en contra de estos intentos de neocolonialismo por parte de una potencia enemiga.

Serán juzgados por la historia todos aquellos que decidieron hacerse «embajadores», no de la nación paraguaya sino de las ideologías y los intereses foráneos, contrarios a las tradiciones y costumbres de nuestro país.

Serán juzgados por la historia todos los líderes de la «oposición», quienes cambiaron la lealtad espontánea que todo hombre bien parido debe dar al propio Gobierno de su país, que puede tener aciertos o desaciertos pero son nuestros legítimos representantes, para trasladarla a la sede de la Embajada de los EEUU y a sus mandatarios en Washington D.C.

Será juzgada por la historia la Asociación Nacional Republicana, pues al momento en que escribo estas líneas, ningún solo pronunciamiento oficial han realizado en contra de esta alevosa intervención en asuntos internos de nuestra nación que realizan los estadounidenses, en complicidad con connotados miembros de la oposición, quienes están actuando con abierta traición a la Patria en servicio de los intereses de una potencia extranjera, demostrando una pasmosa y lastimera cobardía.

Serán juzgados por la historia todos los dirigentes de nuestro país, que están dispuestos a entregar nuestra Hidrovía a los yanquis, sin que esto sea en lo más mínimo consultado ante el pueblo paraguayo y sus legítimos representantes, sin que esto sea discutido y debatido ampliamente para que todos puedan determinar cuáles son los verdaderos intereses de la República del Paraguay.

También serán juzgados por la historia los dirigentes de la Iglesia Católica, esto es, sus Obispos, por no levantar la voz en contra de esta invasión neocolonial, representada clarísimamente por el Embajador de los EEUU, que con su vida personal y la política que lleva adelante el gobierno de su país (y lo han afirmado abiertamente), han declarado la guerra a todo aquello que enseña Nuestro Señor Jesucristo a través de su Santa Iglesia y que la República del Paraguay, con sus luces y sombras, con sus virtudes y defectos, todavía defiende como la Verdad Revelada. ¿Será que nuestros propios Obispos tienen fe y temen, no digamos al «juicio de la historia» sino al mismo Divino Creador y Tremendo Juez?

En fin, que serán juzgados por la historia todos aquellos que han puesto a nuestro país como mera «moneda de cambio» con egoístas y sectarios fines para que sea dominado, manejado y corroído por el neocolonialismo anglosajón y todas sus perversiones en el pico de su decadencia imperial.

No lo duden. Quizás hoy no lo veremos en libros de texto, pero tal vez en 100 o 200 años, cuando los historiadores serios y meticulosos (que tengan los valores expresados por San Agustín en su «Ciudad de Dios») se pongan a inspeccionar las hechuras de los paraguayos de estos tiempos, nuestros bisnietos y tataranietos tendrán esas obras en sus manos y se harán la lapidaria pregunta: «¿será que mis ancestros defendieron a la Patria de sus enemigos foráneos, o se aliaron a ellos para sus egoístas y macabros fines?» «Será que nuestros Obispos, defensores de la fe del pueblo, se pronunciaron contra el neocolonialismo de la ideología de género promovido por los países anglosajones (como entonces enseñaba el Papa Francisco) o prefirieron caer bien a la alquilada prensa anti paraguaya?».

Pero también podría pasar algo mucho peor. Tal vez alguien quite los restos simbólicos del Mariscal López del Panteón de los Héroes y ponga dentro los de Marc Ostfield, para muchos el nuevo «libertador del Paraguay», envuelto en dos banderas: la yanqui y la de los «108 géneros» del neocolonialismo anglosajón. ¡Ah, Dios mío, llévame al purgatorio antes y que yo no viva para ver tanta infamia, que ya es suficiente con la que tenemos hoy!

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