jueves, 28 marzo, 2024

El comunismo de Mao y su gran salto atrás

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Corremos el riesgo de volver a la era preindustrial de trabajo penoso e inanición intermitente si los planificadores del Gran Reinicio se salen con la suya

Este capítulo se refiere burlonamente al notorio Gran Salto Adelante (1958-1961) como el Gran Salto Atrás. Pero el Gran Salto Adelante de China no es el objeto último de mi desprecio. Ese desprecio está reservado para el proyecto contemporáneo llevado a cabo por personas que, si supieran algo de historia o se preocuparan por sus resultados, nunca propondrían esta campaña traicionera y potencialmente devastadora para el mundo llamada el Gran Reinicio, a menos que sus intenciones sean malvadas y no meramente equivocadas.

Entretanto, no soy el primero en pensar en este apelativo en relación con el Gran Salto de Mao. Esa distinción puede corresponder a un crítico soviético de las estrategias quijotescas de Mao. En un artículo titulado «El gran salto atrás», un tal A. Khan’kovskiy trató el Gran Salto Adelante como una desviación importante del «exitoso» sistema socialista soviético que había seguido a «la Gran Revolución Socialista de Octubre».

Según el escritor soviético Khan’kovskiy, los soviéticos habían emprendido su gloriosa revolución en condiciones desfavorables. Habían establecido un Estado socialista contra «el frente unido de las potencias imperialistas». Mientras tanto, los soviéticos se lanzaban y se mantenían a flote gracias a la financiación y la tecnología occidentales, especialmente de los EEUU.

A pesar de estas dificultades, los soviéticos marcaron la pauta y ofrecieron a los chinos un modelo a seguir. En el caso de China, «el gigantesco poder del Estado soviético estaba de su parte». Los chinos se beneficiaron del apoyo soviético, ya que los soviéticos trataron a los chinos como un padre cariñoso trataría a su hijo. Enviaron mano de obra, inteligencia, suministros materiales y dinero:

Nuestro país prestó a China ayuda económica y política: durante muchos años, todo un ejército de especialistas soviéticos —más de 10.000 personas— trabajó en China. Ayudaron a construir fábricas, plantas de construcción de automóviles, tractores y maquinaria, centrales eléctricas, emisoras de radio, minas, puentes (el famoso puente sobre el río Yangtse), autopistas…

Incluso los políticos americanos habían reconocido la generosidad de la Unión Soviética. Según Khan’kovskiy, una comisión conjunta del Congreso de EEUU escribió en un tratado de dos volúmenes sobre la economía china: «’La historia no conoce un ejemplo similar en el que un país [la Unión Soviética] ofreciera en bandeja todo un sistema industrial’».

Con ayuda y financiación soviéticas, los chinos empezaron a recorrer el camino del destino feliz. En los primeros años desde el establecimiento de la República Popular China, la producción económica china había aumentado por varios factores. De 1949 a 1957, como señaló la comisión del Congreso de EEUU, el índice de producción industrial de la República Popular China aumentó más de un 400 %. China iba camino de convertirse en otro Estado socialista «de éxito». Para China, «[existían] todas las posibilidades de avanzar hacia el comunismo, siguiendo el camino verdadero y probado trazado por la Gran Revolución de Octubre».

Los comienzos de Mao

Además de la ayuda de la Unión Soviética a la China comunista, Mao se benefició personal y políticamente de la ayuda de Europa Occidental y Oriental. Mao había sido apoyado en su temprana carrera comunista por la Universidad de Yale en China.  Como dijo Jonathan Spence, profesor de historia china:

En 1919, Mao, de 26 años, estaba en Changsa, cursando sus estudios medios. Visitó Pekín y allí se inició en la teoría comunista en el Grupo de Estudios Marxistas de Li Ta-chao. Ahora, si quería hacerse una reputación en los círculos socialistas, tenía que encontrar un foro donde propagar sus opiniones. . . En este momento crucial, el sindicato de estudiantes de Yale-in-China invitó a Mao a asumir la dirección de su revista.

El Yale Daily News señaló que Mao aceptó la oferta. Con Mao al timón, el periódico se reorientaría para incluir la crítica social de temas contemporáneos y trabajar hacia una «reorientación del pensamiento».

Tras estudiar teoría marxista en Pekín, Mao se trasladó a Shanghai, donde conoció a Ch’en Tu-hsiu, que más tarde se convertiría en el líder del Partido Comunista. Ch’en dio instrucciones a Mao para que formara una rama zonal del partido en Pekín, pero Mao se encontró con que carecía de fondos. Yale-in-China intervino de nuevo. Spence señaló que «Yale-in-China accedió a alquilarle tres habitaciones, que Mao bautizó como su ‘librería cultural». El negocio se disparó cuando Mao registró «grandes ventas» con títulos en chino como «Una introducción a El capital de Marx», «Un estudio de la nueva Rusia» y «El sistema soviético en China». Mao estableció sucursales de su librería y con los beneficios pudo crear varios cuerpos de jóvenes socialistas y financiar el Partido Comunista. Debido a su éxito, Mao fue elegido como uno de los delegados al Primer Congreso del Partido Comunista Chino en Shanghai en 1921. «De ahí a convertirse en uno de los fundadores del movimiento comunista en su país sólo hubo un pequeño paso»…

El salto a la locura de Mao

Khan’kovskiy sugirió que el voluntarismo de Mao pronto pudo con él. En 1956 se celebró el VIII Congreso del Partido Comunista Chino. El Congreso aprobó las propuestas para el segundo Plan Quinquenal para 1958-1962. «No se hablaba de ‘saltos’ aventureros ni de ‘comunas’».  Pero los maoístas desecharon este plan original cuando Mao decidió acelerar radicalmente el desarrollo. «Los maoístas simplemente lo tiraron por la borda, sustituyendo un programa más o menos eficiente por frases altisonantes de ‘grandes saltos’ y ‘banderas rojas’».

En mayo de 1958 se convocó una segunda sesión del VIII Congreso del Partido Comunista Chino. En esta convención, Mao presentó su nuevo esquema revolucionario. La consigna chillona que todos los secuaces de Mao pronto empezaron a aprender de memoria era: «¡Tensando todas nuestras fuerzas, esforzándonos hacia adelante, construyamos el socialismo sobre el principio de más, más rápido, mejor y más económicamente!» Mao pretendía «que China alcanzara los niveles de producción alcanzados por los países capitalistas en el curso de 100 a 200 años, en 10-20 o incluso menos años».

El Gran Salto Adelante fue un intento de aumentar drásticamente el rendimiento de las cosechas y de industrializar el campo: hacer que las comunidades locales fueran autosuficientes al tiempo que aumentaba el rendimiento agrícola e industrial para el Estado. Para lograr estos objetivos, los campesinos fueron reorganizados en comunas masivas de miles e incluso decenas de miles de personas, donde todos los recursos eran compartidos comunitariamente, incluidos los alimentos. Se abolió la propiedad privada de la tierra y el libre comercio, así como el derecho a abandonar la colectividad. Para que las mujeres pudieran dedicarse a la agricultura, se crearon comedores comunales. Con las mujeres trabajando en las granjas comunales, muchos hombres quedaron también disponibles para la producción «industrial» a pequeña escala. Se ordenó a las comunas que produjeran acero en hornos caseros de traspatio. Se llevó a cabo una campaña masiva de recogida de herramientas metálicas para transformar todo en acero. Khan’kovskiy describió burlonamente este esfuerzo:

Los maoístas pretendían alcanzar a Gran Bretaña creando miles y miles de altos hornos enanos. Ya se ha descrito cómo en todas partes, en ciudades y pueblos, en plazas, calles y desiertos, en todas partes se iba a fundir mineral.

En el frente agrícola, para justificar la siembra excesiva de la tierra, «Mao había proclamado su creencia de que ‘en compañía el grano crece rápido; las semillas son más felices cuando crecen juntas’ —intentando imponer la solidaridad de clase a la naturaleza». Las semillas se sembraban a una densidad entre cinco y diez veces superior a la normal, con el resultado previsible de que muchas plantas jóvenes se ahogaban y morían. Los chinos adoptaron los métodos agrícolas del «agrobiólogo» soviético Trofim Lysenko, un neolamarckiano que rechazaba la genética mendeliana y defendía la herencia lamarckiana de las características adquiridas. Los resultados fueron desastrosos:

El trigo y el maíz nunca crecen bien juntos en los mismos campos, y la sustitución del cultivo tradicional de cebada por trigo en los campos altos y fríos del Tíbet fue sencillamente catastrófica. Se cometieron otros errores en la campaña nacional. La exterminación de los gorriones que se comían el grano provocó un aumento masivo del número de parásitos. Una gran cantidad de equipamiento hidráulico que se había construido apresurada y descuidadamente resultó ser inútil o incluso peligroso debido al aumento de la erosión y al riesgo de inundaciones con la primera marea alta. Además, el coste de su construcción en vidas humanas había sido enorme: más de 10.000 de los 60.000 trabajadores habían muerto en una obra de Henan.

Los campesinos se agotaron en todo menos en la agricultura, pues fueron reclutados para proyectos de ingeniería y producción de acero a pequeña escala, cuyos productos carecían prácticamente de valor. En palabras de Khan’kovskiy, Mao había convertido a «millones de experimentados cultivadores de cereales en metalúrgicos aficionados». La falta de adecuación entre la aptitud y las tareas asignadas representó una pérdida devastadora en la producción.

El libro negro del comunismo, denostado por los marxistas occidentales, describía sardónicamente los esfuerzos generales de la siguiente manera:

En este sueño feliz que debía poner al alcance de la mano el comunismo real, la acumulación de capital y el rápido aumento del nivel de vida debían ir de la mano. Todo lo que había que hacer era alcanzar los sencillos objetivos fijados por el Partido.

Cuando disminuyó el rendimiento de las cosechas y aumentó el número de muertos, el régimen maoísta inició una campaña de negación, doble discurso, tortura y asesinatos en masa. El secretario del distrito de Xinyang escribió: «El problema no es que falten alimentos. Hay cantidades suficientes de grano, pero el 90 % de los habitantes sufren dificultades ideológicas».  ¿Te suena?

Hay mucho más en esta historia. Baste decir que el Gran Salto Adelante precipitó la peor hambruna de la historia. Las muertes atribuibles a la hambruna de 1958-1961 ascendieron a entre 20 y 43 millones, incluidos los niños que fueron asesinados, hervidos y convertidos en fertilizante.

El Gran Salto Atrás definitivo

Antes de señalar la principal similitud entre el Gran Salto Adelante de China y el Gran Reseteo, hay que admitir algunas diferencias notables. Pero incluso estas diferencias no pesan a favor del Gran Reseteo. Mientras que el Gran Salto Adelante fue un intento equivocado de aumentar drásticamente el rendimiento de las cosechas e industrializar el campo, el Gran Reseteo pretende deliberadamente la desindustrialización y afectará a una reducción de la producción agrícola. El Gran Salto Adelante estableció la Comuna Popular e impuso la «propiedad» colectiva de la tierra y otros recursos. Las políticas iniciadas por el Gran Reseteo conducirán a la consolidación de las tierras agrícolas en manos de menos propietarios, aquellos con capital suficiente para emprender la agricultura bajo regulaciones y políticas asfixiantes para cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de la Agenda 2030.

Mientras que durante la primera fase del Gran Salto Adelante, comer carne se celebraba como un acto revolucionario, bajo el Gran Reseteo, comer carne se considera reaccionario e insostenible, mientras que comer insectos y carnes sintéticas se promueve y celebra como algo respetuoso con el medio ambiente. El objetivo putativo del Gran Salto Adelante era aumentar el producto interior bruto para igualar o superar el de las naciones desarrolladas, especialmente Gran Bretaña, y elevar el nivel de vida de los campesinos y de la población en general. El Gran Reseteo, por el contrario, representa el decrecimiento deliberado y la reducción del nivel de vida de las clases media y baja del mundo desarrollado, así como el aplastamiento del crecimiento en el mundo en desarrollo. Mientras que el Gran Salto Adelante se implementó para acelerar la llegada del comunismo total, el Gran Reseteo establece el socialismo corporativo, el fascismo económico y el neofeudalismo. (Véase la Parte I). A pesar de las innovaciones tecnológicas de la Cuarta Revolución Industrial (analizadas en la Parte IV), el Gran Reseteo es un proyecto de descivilización.

Sin embargo, el Gran Salto Adelante y el Gran Reseteo comparten una característica esencial: la imposición arbitraria de una ideología colectivista acientífica sobre toda la actividad humana y la naturaleza. Durante el Gran Salto Adelante, el lysenkoísmo fue adoptado en la Unión Soviética por razones ideológicas, a pesar de sus desastrosos efectos. Durante el Gran Reinicio, el catastrofismo climático ha sido adoptado por motivos igualmente ideológicos y acientíficos. La «ciencia» que se nos dice que debemos seguir es una farsa. Contra los hechos de la ciencia y los beneficios de la tecnología, se nos dice que el CO es contaminación, que la «sostenibilidad» requiere imponer un enorme impuesto a la humanidad por la respiración de las plantas, y que los métodos agrícolas de la Revolución Verde original, que han aumentado los rendimientos en muchos factores, deben ser eliminados y sustituidos por una nueva Revolución Verde ecologista. Se nos dice que la producción industrial debe llevarse a cabo utilizando insumos que no sean combustibles fósiles. Estas exigencias son tan delirantes como cualquier otra defendida por Mao.

La neutralidad de carbono para 2050 es una exigencia insanablemente imposible. Nuestra civilización industrial y la población que sustenta dependen de los avances logrados en la extracción y el uso de combustibles fósiles. Incluso Vaclav Smil, un creyente en el cambio climático, que es una fuente por lo demás creíble, está de acuerdo:

Para los que ignoran los imperativos energéticos y materiales de nuestro mundo, los que prefieren los mantras de soluciones verdes a entender cómo hemos llegado a este punto, la receta es fácil: basta con descarbonizarse, pasar de la combustión de carbono fósil a la conversión de flujos inagotables de energías renovables. El verdadero problema es que somos una civilización basada en los combustibles fósiles, cuyos avances técnicos y científicos, calidad de vida y prosperidad dependen de la combustión de enormes cantidades de carbono fósil, y no podemos simplemente abandonar este factor determinante de nuestra fortuna en unas pocas décadas, por no hablar de años.

La descarbonización completa de la economía mundial para 2050 sólo es concebible ahora a costa de un impensable retroceso económico mundial, o como resultado de transformaciones extraordinariamente rápidas basadas en avances técnicos casi milagrosos.

En resumen, corremos el riesgo de volver a la era preindustrial de trabajo penoso e inanición intermitente si los planificadores del Gran Reseteo se salen con la suya. No deben salirse con la suya.

[Este artículo es un extracto del capítulo 13 de The Great Reset and the Struggle for Liberty: Unraveling the Global Agenda, que se publicará el 10 de enero de 2023].

El Liberal

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