El 17 de octubre del año 2003, Bolivia perdía el primer ―que a la postre sería el último― gobierno democrático del nuevo milenio. Un país que en los años 80 había recuperado la democracia y controlado la hiperinflación, ahora pasaba a ser una colonia del Socialismo del siglo 21. El castrochavismo secuestraba nuestra patria. Ese día se iniciaba la ruta de la oscuridad nacional.
Pero el derrocamiento del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada solamente fue la consagración de un plan que había empezado una década atrás. Conspiración que, además, contó con apoyo de ONGS norteamericanas, guerrilleros de las FARC, asesores argentinos, inteligencia cubana, cárteles del narcotráfico y traidores a Bolivia, Carlos Mesa es el principal. Veamos alguna sucesión de hechos.
Evo Morales empezó su carrera como dirigente de los productores de coca del Chapare cochabambino en los últimos años de la década de los 80. En los inicios de su vida sindical, su único discurso era: «Dejen que sembremos coca. La coca es nuestra fuente de ingreso». Pero fue en los comienzos de la última década del siglo 20 que las ONGS, Coca 90, por ejemplo, reclutaron al cocalero. El objetivo era convertir a Evo en el abanderado de las nuevas narrativas de la izquierda regional.
Pablo Stefanoni, periodista argentino muy cercano al castrochavismo, y el propio Morales reconocen la importancia que tuvieron las organizaciones de la izquierda argentina en romantizar la lucha contra el narcotráfico. Fueron éstas quienes rediseñaron en clave marxista el discurso de Evo. Ya no era la defensa de una fuente de ingreso, sino la resistencia contra una nueva forma de «colonialismo» norteamericano. Ya no se trataba de reivindicaciones de los productores de coca, sino de la defensa de los pueblos «indígenas». Ya no era el presidente de Las Federaciones de Productores de Coca del Trópico de Cochabamba, sino el líder de los «humildes».
Bajo esa careta ganó espacios y simpatías de la prensa boliviana e internacional. Los periodistas locales fueron los primeros en criticar las intervenciones de las unidades antinarcóticos de La Policía Boliviana y en defender a Morales cuando fue detenido por su accionar terrorista. También se encargaron de llenar los periódicos, radios y emisoras de TV con el discurso contra el «neoliberalismo».
Pero el golpe más bajo a la democracia boliviana fue pasar por alto las matanzas que protagonizaron Morales y sus secuaces. Para no cansarlo, le cito dos.
En octubre del 2000 se produjeron fuertes protestas de cocaleros. El teniente de Policía David Andrade, de 26 años, su esposa Graciela Alfaro, de 19, además de los sargentos Gabriel Chambi y Silvano Arroyo, murieron después de haber sido secuestrados por los cultivadores de coca.
Los uniformados estaban encargados de la erradicación de cultivos, ello generó la reacción de los cocaleros, que luego los torturaron y mataron, según reconocieron los acusados.
El teniente Andrade, antes de perder la vida producto de los golpes de machete y garrotes, fue testigo de la violación y tortura de su esposa.
En enero de 2002, Evo Morales organizó un cerco al mercado de la coca en Sacaba. En esas violentas jornadas, el teniente Marcelo Trujillo, el subteniente Saúl Coronado Gastelú y el policía Antonio Gutiérrez fueron cruelmente asesinados mientras eran evacuados en una ambulancia desde Sacaba a Cochabamba. Varios testigos, entre ellos el cocalero Félix García Cáceres, acusaron a Morales como autor intelectual del linchamiento a los oficiales del orden. Con esas pruebas, varios parlamentarios pidieron el desafuero de Evo, logró ser expulsado del Congreso por un corto tiempo. Empero estos casos jamás llegaron a proceso. Se retiraron las acusaciones a cambio de la paz en el Chapare.
Pese a todo lo anterior, la prensa siempre buscó mostrar a las fuerzas del orden como las represivas, racistas y fascistas. Minimizaron las acciones criminales de la dirigencia cocalera. Incluso festejaron el derrocamiento de Sánchez de Lozada, y gritaban con orgullo tener amistad con los subversivos. Si todo lo anterior lo hicieron por cómplices o por idiotas útiles es algo que queda en su fuero íntimo.
En casi dos décadas de estar secuestrada por una pandilla, Bolivia dejó de ser una potencia gasífera. Los recursos como el litio están en manos de Rusia, China e Irán. Las cárceles rebalsan de presos políticos. El régimen ha hipotecado la jubilación de los bolivianos. En lo único que resaltamos, aparte de narcotráfico, es en exportar ingeniería subversiva a los países vecinos.
¡Pobre país!