Fútbol y ciclos
El fútbol es una oportunidad excelente para comprender el carácter cíclico de todo lo humano. Un equipo “nace” (lo que se puede decir tal) al amparo de las ideas del entrenador novel que se hace cargo de él; se desarrolla de acuerdo a sus propias características, potencias y limitaciones, de acuerdo también al contexto siempre influyente (país, cultura, tipo de competencia, condiciones socioeconómicas, etc.); y llega al punto más elevado de ese desarrollo que coincide con la media de resultados que puede llegar a obtener.
Si ese proceso se hizo con la bendición de los buenos recursos (plantel, condiciones para entrenar, dirigentes maduros, afición acorde, etc.) y con las ideas correctas, justas (para ese equipo) de parte del entrenador de cómo tiene que jugar y cómo tiene que entrenar para que se juegue, los resultados pueden ser más positivos que negativos.
Los ciclos necesitan de TIEMPO para ir cumpliéndose. Bajo el influjo de la prensa especializada y, por qué no decirlo, de la cintura política interna en los clubes, muchas veces perder 3 partidos significa la sentencia del “fin de ciclo” cuando en verdad eso no ha sido tal.
Para ser justos, nadie puede tener un criterio objetivo de fin de ciclo. Salvo esos casos evidentes de ruptura relacional o cuando el entrenador sabe, asume internamente que el proceso ya no camina para adelante.
Tiempo de maceración
Lo que acontece en un partido del fútbol, la más de las veces, obedece a respuestas dadas por jugadores que las tienen marcadas a fuego el plano de la inconsciencia o pre consciencia.
Lo menos usual es una toma de decisión original, inédita. Son muy pocos los capaces de romper los esquemas procesados en horas de entrenamiento y ofrecer una respuesta original en un momento del juego. No lo digo yo, lo dice la ciencia, y pueden consultarlo.
Las decisiones que ejecutan los jugadores implican horas y horas de entrenamiento. Tiempo.
Todos los equipos necesitan tiempo para asimilar las ideas del entrenador. Eso no se da de la noche a la mañana, como muchos pretenden hacernos creer. Sobre todo en el fútbol paraguayo se da mucho de esos cambios de CT en medio del viaje, y porque acomoda 2 o 3 piezas, se quiere vender como que ese entrenador ha dado en la tecla. Gana (entrenador que debuta, gana, dicen…) 2 partidos y luego la estructura se suele desmoronar de vuelta si es que no se hizo algo más. Solamente que aquellos que hicieron vítores en las 2 victorias, se quedan calladitos en las derrotas.
Aguardan, agazapados, y si siguen los malos resultados vuelven al tiroteo despiadado.
Tiempo para macerar, para hacer parte de la propia savia. Eso necesitan los equipos. Eso no se consigue con 1 semana de trabajo, ni con 2 o con 3. TIEMPO. Cada entrenador es su PROPIA IDEA, su PROPIA MANERA DE ENTENDER EL JUEGO. No es un cambio mágico pasar de jugar al achique para adelante o replegar intensamente en el propio campo. No se da de la noche a la mañana jugar desde el portero, combinando pases, para ir en bloque. Eso necesita trabajo, entendimiento, convencimiento.
Los otros imponderables del juego
Los rivales también juegan. Los propios jugadores nuestros también viven una vida humana, sujeta a la generalidad de las reglas del humano acontecer: pierden seres queridos, pasan crisis matrimoniales, tienen relaciones conflictivas con los hijos, tienen miedo, ansiedad por el futuro.
Los jugadores también se preguntan: ¿y qué pasa si no doy la talla?
Los jugadores tampoco suelen estar al día en sus salarios.
Los jugadores, sobre todo los jóvenes, suelen quedar solos en lujosos departamentos, expuestos a “amistades indeseadas” que los llevan por caminos oscuros.
Como consecuencia, los jugadores tampoco suelen rendir a la altura.
Pero también están los rivales, que juegan, que nos estudian, que tienen sus propias armas.
También están las condiciones del club: campos de entrenamiento, concentración, salarios y premios.
También, ahí afuera, está la voraz prensa especializada pero no en juego, a la espera de devorarte la cabeza.
Todos estamos embaucados por una falsa urgencia de ganar. Solo gana uno.