Kattya González se ha sumado a la nueva moda de ciertos sectores políticos: atacar a la República de China (Taiwán). Su argumento, más que débil, es falaz. Resulta preocupante que desde la dirigencia nacional se promueva el distanciamiento de un aliado histórico y confiable, para acercarse a la República Popular China, un régimen comunista que ha demostrado ser un violador sistemático de los derechos humanos y un socio comercial poco confiable.
La China que Kattya prefiere no es la democrática, ni la respetuosa del derecho internacional; es la China comunista, la que censura, la que persigue disidentes y encarcela a minorías étnicas y religiosas. Es la misma China que ha incumplido acuerdos, manipulado a sus socios y comprometido soberanías en distintos países de Sudamérica.
Basta mirar los ejemplos:
- En Ecuador, el financiamiento chino para represas hidroeléctricas terminó en escándalos de corrupción y obras con graves fallas estructurales, como el caso de Coca Codo Sinclair, que generó pérdidas millonarias.
- En Venezuela, los préstamos chinos a cambio de petróleo consolidaron una dependencia económica asfixiante, sin mejoras reales en la infraestructura ni en el bienestar del pueblo.
- En Bolivia, los proyectos mineros con empresas chinas fueron denunciados por daños ambientales y explotación laboral, especialmente en el sector del litio.
- Y en Argentina, las obras adjudicadas a capitales chinos, como las represas de Santa Cruz o el acuerdo por la base espacial en Neuquén, plantean serias dudas sobre la soberanía y la transparencia de los compromisos asumidos.
En contrapartida, Taiwán ha demostrado durante casi siete décadas ser un aliado leal, solidario y coherente. Su cooperación con Paraguay no se limita a lo diplomático: ha financiado proyectos emblemáticos como el Gran Hospital de Asunción (62 millones de dólares), el túnel de Tres Bocas, los programas Che Roga Porã (200 millones de dólares en viviendas sociales) y el Parque Tecnológico Taiwán-Paraguay, que incorpora vehículos autónomos, sistemas de energía inteligente e internet 5G.
Taiwán también ha invertido en educación y tecnología, con la Universidad Politécnica Taiwán-Paraguay, donde estudian jóvenes de todo el país en carreras de ingeniería, con programas compartidos con la TaiwanTech. Más de 820 paraguayos ya cursaron estudios en la isla, y cada año se amplían los cupos de becas.
En materia de cooperación técnica, Taiwán ha desarrollado sistemas informáticos hospitalarios en más de 1.100 hospitales públicos, reduciendo tiempos de espera y mejorando el control de insumos médicos. En seguridad, donó 600 motos para el Grupo Lince y cuatro helicópteros UH-1H. En el plano comercial, es el principal comprador de carne porcina paraguaya y el segundo de carne vacuna, sin aplicar aranceles.
Mientras China impone dependencia y condicionamientos, Taiwán apuesta por el desarrollo sostenible, el valor agregado y la cooperación real. Su presencia en Paraguay no responde a un interés de control, sino a una visión de amistad y respeto mutuo.
Resulta entonces lamentable que una dirigente paraguaya prefiera rendirse ante los encantos del autoritarismo chino y desprecie la relación con una nación que siempre ha cumplido su palabra. Porque más allá de la retórica ideológica, hay una diferencia esencial: China compra lealtades; Taiwán cultiva alianzas.




