Los grandes medios internacionales se apresuraron, una vez más, a titular con entusiasmo que “Hamás acepta el plan de paz de Trump”. Una afirmación que, al analizarla en profundidad, se desmorona como un castillo de naipes. Ayer advertíamos sobre esta “aceptación” parcial y estratégica de la organización terrorista, Hamás solo dijo “sí” a algunos puntos, mayormente, menores, dejando fuera los aspectos medulares de cualquier acuerdo serio —el desarme, la gobernanza, los derechos civiles y la seguridad regional—, es decir, todo lo que verdaderamente podría acercar a la región a la paz.
La ligereza con que muchos medios replicaron esa versión no es inocente. Por un lado, muestra su irresponsabilidad al priorizar titulares fáciles por sobre el análisis riguroso. Por el otro, prepara el terreno para repetir un libreto ya conocido: desplazar toda la carga de la violencia futura sobre Israel, mientras son ocultados o relativizados los actos terroristas que originan el conflicto.
Así como ocurrió tras la masacre del 7 de octubre, cuando en lugar de condenar con firmeza la barbarie terrorista, la mayoría de los grandes medios se concentraron en cuestionar las operaciones de rescate y defensa de Israel, ahora vuelven a poner el foco en el país agredido, ignorando el principio más básico: Hamás atacó primero; Israel respondió. Es la tercera ley de Newton aplicada a la geopolítica: “A toda acción corresponde una reacción igual y opuesta”.
La verdad es que Hamás nunca quiso la paz, ni la quiere hoy. Su carta fundacional lo dice sin rodeos. En su Artículo 11 establece que:
“La tierra de Palestina es un Waqf islámico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. No se puede renunciar a ella ni a una parte de ella, ni cederla ni abandonarla.”
Y en el Artículo 13 remata:
“No hay solución para la cuestión palestina excepto a través de la yihad. Las iniciativas, propuestas y conferencias internacionales son una pérdida de tiempo y un ejercicio fútil.”
No se trata de interpretaciones ni matices: Hamás niega la existencia del Estado de Israel y apuesta únicamente a la guerra santa como vía de “liberación”. Este es el marco ideológico inamovible con el que hay que leer cualquier gesto táctico de la organización.
Por eso, la aceptación parcial del plan de paz de Trump no es un cambio de rumbo sino que es una jugada para ganar tiempo, mejorar su imagen internacional y reposicionarse políticamente. Mientras tanto, la guerra continuará y los mismos medios que hoy aplauden este supuesto “gesto de paz” mañana volverán a señalar a Israel cuando ejerza su legítimo derecho a defenderse.
La aceptación pública por parte de Hamás de “elementos” del plan no equivale, por ahora, a una solución estructural. La liberación de rehenes y acuerdos tácticos aliviarán presiones inmediatas y tienen valor humanitario, pero sin desarme verificable y sin un marco institucional sólido y aceptado por amplios actores palestinos y regionales, la paz integral seguirá siendo improbable. El escenario más probable a corto y mediano plazo es el de una gestión de crisis que incluirá intercambios humanitarios y pausas temporales, pero sin resolver las causas profundas que alimentan la violencia.
Hamás no es un interlocutor de paz. Es una organización terrorista cuyo objetivo declarado es la desaparición de Israel. Y como decía Domingo Faustino Sarmiento: “Las ideas no se matan”. Las de Hamás, lamentablemente, siguen vivas y activas, y es deber de la prensa y de la comunidad internacional no caer en el juego de sus maniobras retóricas.