Mientras el mundo asiste con preocupación a una nueva escalada en Medio Oriente, vale la pena recordar una verdad fundamental: Israel no busca la guerra, pero no se arrodilla ante quienes quieren borrarlo del mapa. El reciente operativo contra las instalaciones nucleares iraníes no fue un acto de agresión gratuita, sino un ejercicio legítimo de autodefensa preventiva ante una amenaza existencial. Un acto de responsabilidad ante un régimen que financia el terrorismo, reprime a su pueblo y sueña con destruir a Occidente.
Irán, a través de su líder supremo, el ayatolá Alí Jameneí, no solo ha jurado vengarse de Israel. Lo más grave, y lo que debería encender todas las alarmas en América Latina, es que ha prometido atacar también a los aliados de Israel. ¿Qué significa esto en la práctica? Que países como Paraguay, que han mantenido una postura firme y digna de apoyo al pueblo israelí, podrían verse en la mira del terrorismo internacional.
Israel es el único país del Medio Oriente con una democracia consolidada, libertad de prensa, derechos para mujeres, minorías y diversidad religiosa. Su existencia misma molesta a regímenes totalitarios como el de Irán, que ven en la libertad un peligro, no un valor.
Desde hace años, Teherán sostiene milicias terroristas como Hezbollah, opera redes de inteligencia y lavado de dinero en América Latina y se infiltra con discursos antisistema, vendiendo una falsa narrativa de resistencia. Pero lo que realmente representa es fanatismo, oscurantismo y destrucción.
Frente a esa amenaza, Israel ha actuado con precisión quirúrgica. En lugar de una guerra abierta, utilizó inteligencia y tecnología para golpear con eficacia y mínima afectación civil. Mientras Irán lanza cientos de misiles al azar, Israel actúa con responsabilidad.
Jameneí amenaza a los aliados de Israel
El líder supremo iraní no se anduvo con rodeos: «Todo aquel que apoye a Israel será considerado un objetivo legítimo», dijo con tono apocalíptico. No es la primera vez que lanza amenazas, pero sí la más directa y amplia.
Aquí es donde entra Paraguay. Paraguay fue uno de los pocos países en el mundo que tuvo el valor de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Fue el primero en designar a Hezbollah como grupo terrorista en la región. En el corazón del Cono Sur, ha demostrado que la dignidad no depende del tamaño geográfico, sino del carácter nacional.
Esta postura ha generado incomodidad en sectores que simpatizan con los enemigos de Occidente. Pero la amenaza de Jameneí convierte esa incomodidad en un riesgo real: Paraguay podría estar en la lista negra del régimen iraní. No porque haya hecho algo mal, sino porque ha hecho lo correcto.
Defender a Israel no es solo un acto de solidaridad política. Es defender los valores judeocristianos que sostienen nuestra civilización: la libertad, la vida, la verdad. Cuando Irán amenaza con borrar a Israel, lo que quiere borrar es ese legado. Y cuando advierte que atacará a sus aliados, nos está diciendo que el campo de batalla es global.
Paraguay debe mantenerse firme. Y el resto de América Latina debe entender que lo que hoy ocurre en Tel Aviv o en Teherán no es ajeno a Asunción, Bogotá o Buenos Aires.
Con Israel. Con la verdad. Con la libertad.