Por Minerva Machado.
Por estos días, en Ciudad del Este se vivió una escena que se repite cada tanto en nuestra política: una caravana “por la democracia” fue organizada en respaldo al intendente Miguel Prieto, luego de que surgiera un pedido de intervención a su administración. El evento fue presentado como una defensa del pueblo contra un atropello institucional. Pero, ¿qué pasa cuando el llamado a defender la democracia es, en realidad, un escudo para no transparentar la gestión?
En redes sociales, Prieto habló de un “pueblo cansado”, en un discurso cargado de épica y emocionalidad. Y es cierto: hay un cansancio legítimo en la gente. Pero también hay una estrategia política clara. Cuando hay sospechas sobre el uso de fondos públicos, lo natural en una república sería abrir las puertas, permitir auditorías y responder con documentación. Sin embargo, en lugar de mostrar los papeles, se elige mostrar a la gente.
Este recurso no es nuevo. En América Latina, varios líderes han usado el respaldo popular como una muralla frente a la justicia o al Congreso. Evo Morales, en Bolivia, llegó a movilizar a sus bases para cercar ciudades y presionar al Parlamento. Andrés Manuel López Obrador, en México, ha convertido sus concentraciones masivas en un blindaje frente a cualquier crítica. Y el patrón se repite: quien tiene fuerza en la calle intenta evitar los contrapesos de la ley.
¿Significa esto que la gente no puede manifestarse? Por supuesto que no. Pero hay una gran diferencia entre una movilización genuina y una convocada para evitar rendir cuentas. La democracia no se reduce al voto ni a las caravanas. También exige instituciones que funcionen, jueces que investiguen, congresos que controlen, contralorías que auditen.
Cuando un líder apela al pueblo para bloquear a esas instituciones, lo que está haciendo no es defender la democracia, sino debilitarla. Y eso es peligroso. Porque mañana, el mismo argumento puede ser usado por otro, de otro color político, y nos vamos quedando sin reglas claras para todos.
Si Miguel Prieto no tiene nada que ocultar, lo mejor que puede hacer es abrir los libros, no las calles. Porque las mayorías son importantes, pero en una república, la verdad también cuenta.