La República Democrática del Congo (RDC) se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo, especialmente para mujeres y cristianos, debido a la violencia extrema desatada por grupos armados y redes terroristas vinculadas al ISIS. El mes pasado, combatientes de las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), afiliadas al grupo yihadista, perpetraron una masacre en una iglesia, donde decapitaron a 70 cristianos en un intento de consolidar su control sobre el este del país.
La violencia no solo se limita a ataques terroristas. La brutalidad sexual es una realidad devastadora: en solo dos semanas de febrero, se denunciaron 895 violaciones. En octubre, la toma de la ciudad de Goma por parte de los rebeldes del M23 derivó en una escalada de atrocidades, incluyendo la violación en masa de 150 prisioneras, muchas de las cuales fueron quemadas vivas por sus captores. Actualmente, la milicia del M23 controla gran parte de Goma, provocando el desplazamiento forzado de miles de civiles en medio de los combates con las fuerzas gubernamentales.
Además, los hospitales han pasado a ser blancos de los grupos armados, que secuestran pacientes y destruyen infraestructura médica, agravando la crisis humanitaria y obligando a cientos de miles a huir en busca de seguridad.
A la tragedia humanitaria se suma la explotación minera. La RDC es rica en cobalto, un mineral esencial para la fabricación de baterías, pero su extracción tiene un coste humano alarmante: niños de apenas cuatro años son obligados a trabajar en las minas bajo condiciones inhumanas. A pesar de las denuncias internacionales, China controla el 80% de las minas de cobalto, beneficiándose de un sistema de trabajo forzado que mantiene en la sombra a miles de menores y trabajadores explotados.
La crisis en el Congo no se reduce a la disputa por los minerales. El terrorismo, los conflictos étnicos y la corrupción han convertido al país en una zona de guerra, donde las grandes potencias y los grupos armados explotan el caos para consolidar su poder.