Desde que Donald Trump se hizo presente en la política mundial desafió las reglas tradicionales del juego entre las naciones. Su postura respecto de la OTAN, su marcado escepticismo hacia las alianzas multilaterales y su pragmatismo económico fueron la constante a lo largo de su carrera. La actual situación en Ucrania y su retórica frente a Rusia refuerzan la idea de que, más allá de cualquier ideología o simpatía personal, las decisiones de Trump están guiadas por un cálculo económico y de reposicionamiento global de Estados Unidos.
Respecto de la OTAN, el punto central de su discurso fue siempre la desproporcionada carga financiera que asume Estados Unidos en relación al resto de los miembros de la alianza. Y esta crítica no es nueva, durante su primera campaña presidencial, Trump criticó con dureza a los países europeos por no contribuir de forma suficiente a su propia defensa. Incluso, en 2018 amenazó abiertamente con retirar a su país de la alianza si Europa no aumentaba su gasto militar, y así lo hicieron, aunque ahora resta saber si fue porque los convenció Trump o la realidad geopolítica los obligó a reaccionar.
Ya con la guerra en Ucrania sobre la mesa, Europa redefinió sus prioridades de seguridad. El temor a una expansión rusa hizo que países como Alemania y Francia incrementen su gasto militar, algo impensado hace solo una década atrás.
A pesar de esta acción por parte de las potencias europeas, Trump, adoptó una postura que muchos califican de irracional: promover un alto al fuego con términos “inaceptables” para Ucrania, acción que muchos interpretaron como un guiño para Rusia; aunque debió verse como una clara estrategia de presión para forzar a Europa a asumir el costo del conflicto y reducir la carga sobre EE.UU. esto, solo al inicio, porque si Europa invierte más en defensa y destina recursos a la guerra en Ucrania, inevitablemente sufrirá un desgaste económico.
La socialdemocracia que domina Europa, basada en un fuerte gasto público y una red de protección social, sin dudas se verá tensionada ante la necesidad de reasignar fondos a la seguridad y el armamento, debilitando el modelo europeo, generando inestabilidad económica y haciendo a Europa menos atractiva para las inversiones. Entonces, si Europa se enfoca en la guerra, EE.UU. se posiciona como el destino más seguro para el capital internacional.
Trump parece dispuesto a aplicar globalmente la táctica que ya utilizó con México y Canadá. La presión surtió efecto y obligó a esos países a endurecer su política en la frontera. En el caso de Europa, la estrategia es similar: forzar a los aliados a asumir su propia carga, debilitándolos en el proceso, mientras EE.UU. se fortalece económicamente. Es innegable que la política exterior de Donald Trump sigue un patrón: minimizar los costos de EE.UU. en conflictos globales y para maximizar su ventaja económica.
Lo que algunos ven como irracionalidad, es, en realidad, una jugada geopolítica orientada a reforzar la hegemonía económica de EE.UU. en un mundo en constante cambio.