Una de las primeras decisiones de Donald Trump al asumir su mandato fue retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París. Esta acción desató una ola de críticas a nivel internacional, incluida la de China, que calificó el movimiento como un «gravísimo error». Sin embargo, esta declaración resulta irónica, dado que China es el mayor emisor de CO2 del mundo.
En el mundo occidental, vivimos en una caja de resonancia mediática donde la narrativa dominante impone que quien no crea en el «Apocalipsis Climático» es inmediatamente estigmatizado. Pero, detrás de este discurso, se libra una lucha descarnada por la hegemonía y los recursos. Las democracias, vulnerables a la manipulación de masas, pueden ser presionadas para adoptar decisiones contrarias a sus propios intereses. ¿Y los disidentes? Son etiquetados como «negacionistas», «ultraderechistas» o peor.
Occidente: restricciones y sacrificios
La agenda verde ha llevado a Europa y Estados Unidos a implementar regulaciones estrictas que, si bien buscan reducir las emisiones, han sacrificado sectores estratégicos como la energía nuclear y el gas natural. Este ajuste ha tenido un alto costo: menor competitividad industrial, pobreza energética y un debilitamiento de su soberanía económica. Mientras tanto, China se posiciona como el gran ganador.
China: el mayor beneficiado
China domina las cadenas de suministro necesarias para las energías renovables:
- Fabrica el 70% de los paneles solares y el 50% de las turbinas eólicas del mundo.
- Controla más del 80% de las tierras raras esenciales para estas tecnologías.
- Exporta productos «verdes» mientras sigue utilizando carbón barato para su producción.
Mientras Occidente frena sus emisiones con enormes costos sociales e industriales, China incrementa las suyas y consolida su hegemonía económica global.
El lado oscuro de las renovables
El discurso oficial oculta que las energías renovables no son tan «verdes» como parecen:
- Cada turbina eólica requiere toneladas de acero y hormigón.
- Los paneles solares dependen de minerales cuya extracción implica trabajo infantil en África.
- El impacto ambiental incluye la destrucción de ecosistemas marinos, como se vio en la Costa Este de Estados Unidos en 2023, donde las plantaciones de molinos de viento causaron varamientos masivos de ballenas.
Alemania: un caso de estudio
El plan «Energiewende» de Alemania, que invirtió 500.000 millones de euros en energías renovables mientras cerraba sus plantas nucleares, terminó aumentando sus emisiones al depender del carbón. Este cambio benefició a China, que vendió paneles solares mientras continuaba utilizando combustibles fósiles baratos.
Los coches eléctricos, presentados como la solución ecológica, también tienen un lado oscuro. Requieren litio, cobalto y otros minerales cuya extracción destruye comunidades en África y Sudamérica. Nuevamente, China controla casi toda la cadena de suministro.
En lugar de seguir las pautas de una agenda que beneficia a unos pocos y perpetúa la pobreza energética, es hora de considerar opciones más viables:
La decisión de Trump tiene un enfoque realista
La salida de Estados Unidos del Acuerdo de París respondió a razones pragmáticas:
- Proteger su industria de las restricciones que favorecen a China.
- Defender empleos en energías tradicionales.
- Evitar un acuerdo ineficaz que no obliga a los principales contaminantes, como China e India, a realizar cambios significativos.
Trump entendió que la soberanía y la competitividad económica de Estados Unidos estaban en juego. En un mundo donde la narrativa climática está dominada por intereses ocultos, su decisión marcó un contraste con los líderes occidentales que han sucumbido a una agenda que beneficia a China mientras sacrifica a sus propios ciudadanos.