Por Ramón A. Gómez.
En las ciencias sociales y en la economía, se acogió un término específico para nombrar al ser humano capaz de tomar decisiones y plantearse acciones para conseguir sus fines: homo economicus, que en pocas palabras es el ser humano que tiene la capacidad, de acuerdo a su voluntad y de forma racional, de actuar en el sentido de sus deseos. Este homo economicus se convierte así en un homo agens, o «agente activo», concepto que pone énfasis en la capacidad del individuo para actuar, tomar decisiones y ejercer su voluntad de manera autónoma.
Muchas veces, los estudiosos de la acción humana, o la praxeología en palabras de Mises, materia que nos atañe en este artículo, han tratado de explicar cuáles son los resultados de las resoluciones que se obtienen cuando el individuo ejerce una acción. A diferencia de la psicología, que comparte los mismos términos, la economía no se dispone a entender los motivos conscientes o inconscientes que llevan a cada individuo a actuar de tal o cual forma; se propone comprender y registrar la acción en sí misma, para ver a qué efectos conlleva en la vida de dicho individuo y en su interacción con las demás personas. Aunque los modernos le hayan cambiado el nombre, esto es lo que entendemos como el objeto de estudio de la materia Economía política.
Entre la interacción humana, podemos destacar el comercio, una de las acciones que ha sido estudiada por economistas desde el origen de la escritura. El comercio puede entenderse como la acción deliberada de intercambio en donde Ego (yo) y Alter (otro) buscan conseguir un fin. Cuando Ego entrega algo (tiempo, trabajo, dinero, cosas, etc.) que considera de menor valor para sí a Alter y Alter entrega algo de mayor valor a cambio y viceversa, para satisfacer así sus profundos deseos. He aquí el origen del término egoísta como lo concibieron los clásicos, tan asociado al homo economicus, que en otras palabras quiere decir un individuo que busca satisfacer un deseo propio, mediante la satisfacción del deseo ajeno.
«La acción humana es una conducta consciente, movilizada voluntad transformada en actuación, que pretende alcanzar precisos fines y objetivos; es una reacción consciente del ego ante los estímulos y las circunstancias del ambiente; es una reflexiva acomodación a aquella disposición del universo que está influyendo en la vida del sujeto».
Mises, L. von. (1949). La acción humana (L. & Leviatán, Eds.; Cap. I, Acción deliberada y acción animal, p. 67).
Es importante comprender la idea del comportamiento racional cuando hablamos del homo economicus. A diferencia de los constructivistas, conductualistas, historicistas, materialistas y/o ingenieros sociales, que creen que las acciones humanas pueden dirigirse, centralizarse y alinearse de manera colectiva mediante sofisticados y complicados programas de castigos y recompensas coercitivos, encasillando al hombre en lo que en cuanto a lógica definiríamos como un sujeto del pathos, ergo, en otras palabras, un ser atávico, colectivo, o sencillamente un animal, los buenos economistas se basan en la idea de que los individuos son perfectamente racionales y siempre toman decisiones que maximizan su beneficio personal. Esto implica que tienen acceso a toda la información necesaria y pueden procesarla sin errores, errores que siempre cometen tanto académicos como el estado al querer controlar a los seres humanos, justamente al carecer, por imposibilidad material, de la información necesaria para dirigir la vida de los demás.
«La ciencia, como más arriba se hacía notar, no ha logrado averiguar las relaciones existentes entre el cuerpo y la mente. Ningún partidario del ideario panfísico puede pretender que su filosofía se haya podido jamás aplicar a las relaciones interhumanas o a las ciencias sociales. A pesar de ello, no hay duda de que el principio según el cual el ego trata a sus semejantes como si fueran seres pensantes y actuantes al igual que él ha evidenciado su utilidad tanto en la vida corriente como en la investigación científica. Nadie es capaz de negar que tal principio se cumple».
Mises, L. von. (1949). La acción humana (L. & Leviatán, Eds.; Cap. I, El alter ego, p. 85).
En conceptos de Popper, los grandes académicos, ingenieros sociales y sociólogos, caen en la soberbia de la infalibilidad de la inducción probabilística, siendo que esta es espuria ante la búsqueda de la verdad objetiva, o sencillamente, las probabilidades no son suficientes para predecir la acción humana, cometiendo así burdos errores de aspecto epistemológico o científico.
«Es algo admitido que la ciencia, como cualquier otra empresa humana, padece nuestra falibilidad. Aun cuando hagamos todo lo posible para descubrir nuestros errores, nuestros resultados no pueden ser ciertos, y pueden no ser ni siquiera verdaderos».
Popper, K. (1990). Un mundo de propensiones (Cap. I, Un mundo de propensiones, p. 12). Editorial digital oronet.
Con todo esto, vemos que el ser humano, a pesar de que moleste a muchos, no puede ser considerado un simple animal. Sus acciones, aunque respondan a estímulos, son conscientes y deliberadas, afectando tanto a él mismo como a otros y a su ambiente. Las ciencias sociales pueden estudiar y reconocer estos efectos y causales, pero no deben adquirir la soberbia ni la intención de dirigir la vida del homo economicus. La verdadera comprensión radica en respetar la autonomía y la capacidad racional de cada individuo para tomar sus propias decisiones.