Una larga sucesión de observaciones ha recogido en el significado de refranes y adagios populares verdades derivadas de la sabiduría popular. Comparto con ustedes algunas que creo que pueden ayudar a iniciar este artículo:
“Padre comerciante, hijo caballero, nieto pordiosero”
Proverbio español
“Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles. Los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles”
Michael Hopf
“Cría a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío”
Confucio
Una parte del mensaje que encierran estas sentencias populares es que a menudo los logros de una generación son echados a perder por la siguiente, y esto en parte debido a que los principios correctos sobre los cuales se crea un patrimonio no son los mismos principios para mantenerlo. Es muy difícil transferir ese conocimiento a la generación siguiente debido a que las circunstancias que forzaron la aplicación de esos principios dejaron de existir debido a efectos no intencionados de la abundancia. No es conforme a nuestros sentimientos morales exigirle a un padre que vivió penurias y sacrificios para amasar un capital con el cual beneficiar a sus hijos que los crie con un poco de hambre y un poco de frío.
Por lo tanto, no es extraño que los apellidos de la Lista Forbes vayan cambiando a medida que pasan los años y que todos los que estaban entre los primeros 10 ultra-ricos en la lista Forbes 1987 hoy no figuren ni entre los 100 ni siquiera entre los 500. Además de las dificultades materiales intrínsecas que posee un capital para su crecimiento sostenido, la descendencia de los ultramillonarios del año 87 estropeó la riqueza que sus padres establecieron sobre particularísimos cimientos de escasez, frugalidad, ahorro y sacrificio, sentido de pertenencia y trascendencia. Un proverbio anglosajón lo refleja de la siguiente manera: from shirtsleeves to shirtsleeves in three generations. Significa literalmente que “en tres generaciones estaremos nuevamente en mangas de camisa”, es decir, que volverán a utilizar ropa de obreros para trabajar con las manos.
Decía Edmund Burke, en Reflexiones sobre la Revolución en Francia que el integrador del conservadurismo político moderno que la sociedad no es un contrato, sino “una asociación no solo entre los vivos, sino también entre los vivos, los muertos y los que están por nacer”. En contrapartida, para el filósofo liberal clásico, John Locke, los únicos dos derechos naturales de los hombres son a la libertad y a la herencia, es decir, los seres humanos tienen un derecho natural de heredar de sus padres condiciones materiales sobre las cuales establecer su prosperidad futura. Es fácil traspasar testamentariamente bienes materiales de una generación a otra comparado con la enorme dificultad de transmitir bienes inmateriales. La herencia se compone de bienes materiales, propiedades, inmuebles, dinero, empresas. Los bienes inmateriales, sin embargo, representan las ideas correctas, los valores y los principios sobre los cuales se crearon los bienes materiales: es el legado.
La historia nos enseña así que para establecer una buena sociedad no basta con traspasar los bienes materiales, la herencia, de una generación a otra; y esto porque las condiciones para el crecimiento futuro de esos bienes se encuentran en las ideas, valores y principios, el legado inmaterial, que abrazaron nuestros ancestros. Creer que se puede incrementar la herencia sin abrazar el legado es sembrar los cimientos de la destrucción del patrimonio recibido. No hay herencia sin legado, y es una fatua pretensión de niñatos mimados en cuna de oro aspirar a gozar de la herencia y repudiar el legado desmeritando el trabajo de varias décadas de sus padres en favor de ellos. A la larga, el repudio del legado inmaterial terminará por destruir la herencia material, dejando a su paso la pérdida de la riqueza creada una generación antes.
Al respecto, Edmund Burke articula todo lo que he compartido con ustedes de la siguiente manera:
“Uno de los primeros y más fundamentales principios sobre los cuales se consagran los Estados y las leyes es que, por temor a que los propietarios y los usufructuarios, faltos de respeto por aquello que han recibido de sus antepasados y por lo que es debido a la posteridad, actúen como si fueran los amos absolutos: no deben pensar que está entre sus derechos impedir que se transmita la herencia, ni dilapidarla destruyendo a su capricho todo el entramado original de su sociedad; pues si actúan así, correrán el riesgo de dejar a quienes vengan después una ruina, en vez de un lugar habitable, y enseñarán a sus sucesores a respetar sus obras en tan escasa medida como ellos han respetado las instituciones de sus ancestros (…) Ninguna generación podría establecer un eslabón con otras. Los seres humanos no serían más que moscas de un verano”.
E. Burke, Reflexiones sobre la revolución en Francia, p. 169
La inquina comunista sobre la herencia, al declarar en el Manifiesto de 1848, que toda herencia debe ser confiscada (El punto 3 del Manifiesto Comunista de 1848 declara: Abolición del derecho de herencia), es consecuencia de su particular odio por la familia conservadora y burguesa, así como una derivada lógica de su presbicia materialista. Para Marx, las ideas eran simplemente un subproducto de la materia. En contrapartida, el mainstream liberal suele exaltar el aspecto material de la herencia como institución económica indispensable para el progreso, y tienen razón.
Sin embargo, tanto liberales como comunistas, subrayando el aspecto económico, no reparan en que el legado inmaterial es más importante que la transferencia material, y que en última instancia el establecimiento y el engrandecimiento de un patrimonio está directamente relacionado con ordenar nuestras actuaciones individuales bajo las ideas y motivaciones correctas.
Sin los principios de la abnegación, el autosacrificio y la trascendencia; sin un sentido familiar del “nosotros”, una identidad afectiva y las ganas de expresar amor mediante el acto de dar; en definitiva, sin unidad familiar entendida como una extensa cadena en donde nuestros antepasados y nuestros hijos y nietos por nacer poseen derechos que deben ser respetados por nosotros los vivos, la herencia será dilapidada, y a la disolución valórica seguirá raudamente una ruina económica tan miserable que seremos como moscas de un verano.