Vivimos tiempos extraños: los sentimientos se privilegian y los hechos se desacreditan. Sin importar lo establecidos que se encuentren en la realidad (los hechos) han dejado de ser puntos de referencia sólidos sobre de los cuales fundemos nuestras opiniones, alrededor de los cuales elaboremos nuestras hipótesis o respecto de los que dirimamos nuestras diferencias. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, decía Marx, el abuelo de la posmodernidad. “No existen los hechos; solo la interpretación de los hechos”, agregaba, Friedrich Nietzsche, el padre de la posmodernidad.
Vivimos hoy en una emocracia global. Emocracia del emokratos, las emociones al poder. Las emociones, por supuesto, pueden ser buenas compañeras en la vida personal, pero son un amo cruel y en la política o administración de justicia, son el peor tirano. Adam Smith advertía:
En ese sentido existe una corriente hegemónica de ideas, una derivada del platonismo, que reconoce derechos políticos a ciertos grupos de personas basados solamente en su peculiar forma de sentir y sentirse. “Si X se siente Y, debe ser Y; por lo tanto, extendamos la legislación y confirámosle tales o cuales derechos pertenecientes a Y” _ es la lógica, si pudiera llamarse así a tal audacia que atenta contra los más elementales principios de identidad y de no contradicción de la lógica aristotélica.
- Principio de identidad: toda entidad es idéntica a sí misma.
- Principio de no contradicción: una entidad no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.
Es pintoresco y trágico que, en casas de estudios universales, universidades, los estudiantes y profesores se nieguen a definir hechos con tal de no herir sus creencias y expectativas personales predilectas. Incontables testimonios documentales hay en los que académicos, estudiantes y otras personas huyen de la posibilidad de definir qué es una mujer o qué es un hombre con el objetivo de evitar la disonancia cognitiva que les causaría asir la realidad y confrontarla con sus ideas favoritas.
Si los sentimientos mandan, emocracia, significará que no tenemos derecho a discutir o disputar los sentimientos de un hombre que se declara mujer por el simple hecho de que así lo dice él ¿Por qué? ¿Por qué debemos aceptar que un hombre que se siente mujer reclame derechos que pertenecen a las mujeres? ¿Qué derechos pueden derivarse de una simple autopercepción? ¿No son acaso los sentimientos estados veleidosos, fluctuantes y mutables como para hacerlos fundamento del derecho? ¿No debería ser el fundamento del derecho algo sólido?
- ¿Qué es un hombre? se preguntarán los relativistas. Sencillo, es un homo sapiens adulto macho.
- ¿Qué es una mujer? se preguntarán los estudiosos del género: una mujer es una hembra adulta de la especie homo sapiens.
Los antiguos lo dijeron a su manera, pero nos legaron profunda sabiduría en el orden espontáneo del lenguaje. Varón, de la misma raíz latina que virtus que significa fuerza. Mujer, del latín mullis, que significa blando o suave ¿No es extraordinaria la sabiduría de los antiguos acumulada en el lenguaje que nos legaron? Su compromiso con la realidad los llevó a describir de la forma más general y objetiva posible a los sexos, de ahí que nada puede ser más evidente que, al comparar a hombres y mujeres, aquellos sean fuertes con relación a ellas; y ellas, blandas o suaves, con relación a ellos.
Alguno disentirá alegando que son definiciones muy básicas. Quizás tenga razón, sin embargo, le invito a hacer el ejercicio de definir los conceptos de hombre y mujer. Estoy casi seguro que hará pose para zafar y repetirá el perogrullo que leyó en alguna frase de Pinterest: definir es limitar. Pues sí, estúpido, así funcionan las definiciones.
Todo esto me recuerda que una vez le preguntaron a Ayn Rand, la filósofa soviética residente en EEUU y madre del objetivismo, cuáles eran sus definiciones de hombre y mujer. Ella contestó: «El hombre es la fuerza; la mujer, la admiración de la fuerza».
Por supuesto que en este asunto hay que encontrar un compromiso entre nominalismo y esencialismo, pero hablaremos de eso en otro momento. Por ahora baste decir que los hombres que se siente mujeres no lo son, que los sentimientos no fundan derecho, y que es fundamental que disputemos el ámbito de las palabras pues este se ha convertido en un campo de batalla cultural.
Para recordar recordemos que Mark Twain escribió “El diario de Adán y Eva” en 1867. Allí, casi al finalizar el libro, la dulce Eva escribía en su diario: