Leyendo perplejo el caso del joven adolescente de 16 años que asesinó a cuchillazos, en plena clase, a su maestra y directora, me encuentro con múltiples opiniones y diversos juicios de valor que principalmente van hacia el sector educativo, hacia la enseñanza pública, mientras que otros tantos, apuntan a la sociedad y al ámbito familiar.
Mientras tanto, en el mundo paralelo, la autoridad máxima de nuestro Ministerio de Educación, planteando la posibilidad de implementar mochilas transparentes. Según éste ilustre señor, que nos tiene acostumbrados a sus brillanteces, una medida que pudiera haber evitado sucesos lamentables como el ocurrido, pue se habrían visualizado los cuchillos… Algo así.
A lo mejor su siguiente sugerencia será transparentar la ropa, no sé, digo, porque no es la mochila el único lugar donde esconder algo así. En fin.
La cuestión es que este asunto me ha puesto en la necesidad de hacer una reflexión personal que he creído conveniente compartir, y que vale decir, no tiene otro sentido que ese. Ni académico, ni instructivo, sino meramente reflexivo.
Resulta una escena escalofriante y con un dato aún más espeluznante, al menos para mí: según el relato del adolescente, su objetivo inicial era una compañera. Quizás eso sea circunstancial o no, mañana, a futuro, podría ser su gerente del trabajo, o inclusive su esposa. No lo se.
Habiendo sido adolescente y siendo ahora padre de futuros adolescentes, qué importante es el acompañamiento con lineamientos claros, firmes, en esa etapa de la vida tan fundamental como determinante.
La cosa no se si está en casa pero empieza por casa
No me refiero al caso particular, no sería tan atrevido e irresponsable en opinar.
Me resulta tan elemental como imperativo remarcar la importancia de la formación temprana para canalizar y socializar las emociones. Desde muy pequeño me enseñaron, como niño, a manejar el desagrado, el disgusto y la frustración para elaborar mis propias salidas o estrategias de inteligencia emocional. Fue clave el apoyo de los adultos de mi entorno y lo es el de cada niño.
Hoy, como padre, soy consciente que nos resulta incómodo, que es difícil para los padres, para los abuelos, para los tíos, para el entorno íntimo, dejar que nuestros niños se frustren y no siempre consigan lo que desean. Pero aun pudiendo saciar y cumplir sus caprichos, hay que hacerlo, pues la espera y la frustración no hacen daño, se pueden superar y forman parte de la vida, de la vida real. Esa que te muestra por las buenas o por las malas, que no todo está al alcance de la mano, que no es soplar y hacer botella.
Saber esperar, no se aprende así nomás, no se enseña así nomás, pero vale la pena. Es lo que aprendí, es como me educaron, FUNCIONA, RESULTA Y ES IMPORTANTE.
Llevar puestas mochilas no resueltas como bombas de tiempo en la espalda que un día detonan por algún motivo, es algo que no podemos permitir, que podemos y debemos evitar.