El reciente caso del estudiante varón que, autopercibido como mujer, exigió defender su trabajo final vestido con uniforme femenino, volvió a poner sobre la mesa una discusión que el progresismo pretende clausurar: ¿debe prevalecer la identidad autopercibida o la identidad legal?
La respuesta es simple para quien todavía entiende que la ley no es un capricho individual, sino el marco que sostiene el orden social. La identidad legal no es un sentimiento: es una realidad objetiva, reconocida por el Estado y necesaria para garantizar derechos, deberes y responsabilidades. Si se reemplaza esa base por la autopercepción, el derecho se disuelve en la anarquía emocional.
El colegio actuó correctamente al exigir el cumplimiento de sus normas. No se trató de discriminación, sino de respeto a la institucionalidad. Las reglas no se pliegan a la voluntad subjetiva de cada alumno, por más que una minoría ruidosa insista en lo contrario.
Sin embargo, como era de esperarse, surgieron voces que buscan torcer la realidad para adaptarla a la ideología de turno. Entre ellas, la de la Dra. Alejandra Peralta Merlo, quien, ante la falta de sustento en el marco jurídico paraguayo, recurre —como siempre— a citar leyes extranjeras y principios ajenos al sentir y la cultura de nuestro pueblo. Paraguay no necesita copiar normativas foráneas para entender lo que el sentido común ya dicta: el respeto a la ley comienza por reconocer la verdad de las cosas.
La identidad no se decreta, ni se impone por presión mediática. Se construye sobre la verdad, no sobre la percepción. Y en una sociedad que todavía cree en la verdad, el derecho no puede subordinarse a la ficción de lo que uno “dice ser”.




