La izquierda, que se presenta como garante de la tolerancia, el respeto y los derechos humanos, ha mostrado en los hechos lo contrario: un uso sistemático de la violencia como herramienta política. Lejos de ser casos aislados, los atentados y asesinatos de líderes políticos de derecha en la última década conforman un patrón global que desnuda la verdadera naturaleza de este sector ideológico cuando se enfrenta a la disidencia.
En Colombia, la muerte del senador Miguel Uribe Turbay, tras más de dos meses de agonía luego de sufrir un atentado en Bogotá, estremeció al país. Uribe era una de las figuras de la derecha joven y emergente, un símbolo de renovación política que incomodaba a la izquierda radical. Su asesinato no fue un hecho fortuito: es la continuidad de décadas de violencia guerrillera y de intolerancia política hacia quienes representan valores conservadores, democráticos y republicanos.
En Estados Unidos, la violencia política también mostró su rostro. El expresidente Donald Trump sobrevivió recientemente a un intento de magnicidio; en 2017, un militante de izquierda abrió fuego contra congresistas republicanos durante un partido de béisbol en Virginia, hiriendo gravemente al diputado Steve Scalise.
En Brasil, el expresidente Jair Bolsonaro fue víctima en 2018 de un brutal atentado en plena campaña electoral, cuando un simpatizante de izquierda lo apuñaló en medio de la multitud. El ataque casi le costó la vida y dejó secuelas físicas permanentes, además de marcar un antes y un después en la política brasileña.
En Japón, el asesinato del ex primer ministro Shinzo Abe en 2022 sorprendió al mundo entero. Abe, líder conservador y una de las figuras políticas más influyentes de Asia, fue atacado a plena luz del día en un país donde la violencia política prácticamente no existía. El crimen, con tintes ideológicos, reveló que ni siquiera las democracias más consolidadas están a salvo.
En Ecuador, varios candidatos y dirigentes políticos han sido asesinados en los últimos años. El magnicidio de Fernando Villavicencio en 2023 —opositor frontal al correísmo— mostró cómo la violencia política se convierte en el recurso de quienes no toleran la pluralidad democrática.
Y ahora, como el capítulo más reciente de esta escalada, Charlie Kirk, influyente activista conservador en Estados Unidos y cofundador de Turning Point USA, fue asesinado a tiros durante un evento en el Utah Valley University el 10 de septiembre de 2025. El disparo que lo alcanzó en el cuello ocurrió mientras respondía una pregunta en un debate público; testigos reportan que el autor disparó desde un edificio cercano, unos 180 metros del escenario.
Todos estos casos, unidos por un mismo hilo conductor, demuestran que la izquierda, que predica pluralismo y diálogo, en la práctica no tolera el disenso. No respeta la democracia, la diversidad de ideas ni las reglas del juego. Cuando pierde las elecciones o el debate, recurre a la violencia, a la persecución y, en demasiadas ocasiones, al asesinato.
La hipocresía es inocultable: se llenan la boca hablando de derechos humanos, pero silencian a tiros al que piensa distinto; pretenden defender la libertad de expresión, pero solo si es la suya; los demás son considerados amenazas a erradicar.
La muerte de Miguel Uribe Turbay, el intento sobre Steve Scalise, Bolsonaro apuñalado, Abe asesinado, Villavicencio ultimado, y ahora Charlie Kirk, no son accidentes históricos: son un manifiesto de lo que sucede cuando una ideología que llama a la tolerancia se siente amenazada. Se desenmascara su rostro intolerante, protector de la violencia, destructor de la civilidad.
“La cultura del asesinato se está extendiendo en la izquierda. El 48 % de los liberales afirma que estaría al menos parcialmente justificado asesinar a Elon Musk. El 55 % dijo lo mismo de Donald Trump. En California, los activistas están bautizando propuestas electorales en honor a Luigi Mangione. La izquierda está sumida en un frenesí violento. Cualquier revés, ya sea perder unas elecciones o un juicio, justifica una respuesta de máxima violencia. Esta es la consecuencia natural de la cultura de protesta de la izquierda, que tolera la violencia y el caos durante años. La cobardía de los fiscales locales y las autoridades escolares ha convertido a la izquierda en una bomba de relojería”.
Charlie Kirk
Hoy más que nunca es necesario abrir los ojos. El verdadero peligro para las democracias no está en quienes defienden la familia, la libertad y la soberanía nacional, sino en aquellos que, desde la retórica progresista, han convertido la violencia política en un arma legítima para alcanzar o mantenerse en el poder.