Las elecciones parlamentarias y regionales celebradas en Venezuela el pasado 25 de mayo de 2025, lejos de representar un avance democrático, confirmaron una vez más la crisis institucional que atraviesa el país. Con una participación ciudadana escasa y una ofensiva represiva contra dirigentes opositores, activistas y periodistas, el proceso fue calificado por diversos sectores como un fracaso político y un simulacro electoral promovido por el régimen tiránico de Nicolás Maduro.
Días antes de los comicios, el gobierno venezolano desató una ola de detenciones arbitrarias, con al menos 70 arrestos de referentes de la oposición bajo acusaciones infundadas de conspiración. Esta escalada represiva fue interpretada por observadores internacionales como una estrategia destinada a sembrar el miedo, desmovilizar a la ciudadanía y neutralizar cualquier intento de resistencia democrática.
La jornada electoral transcurrió en un clima de apatía y desconfianza generalizada. Diversos reportes desde Caracas y otras ciudades reflejaron centros de votación vacíos, donde en muchos casos la presencia militar superaba a la de los votantes. A pesar del discurso triunfalista del oficialismo, la realidad fue irrefutable: la mayoría de los venezolanos optó por no participar en unas elecciones que consideraron amañadas, carentes de garantías y transparencia.
La división dentro de la oposición también contribuyó a la baja participación. Mientras sectores como el liderado por María Corina Machado llamaron al boicot, otros dirigentes apostaron por participar, fragmentando el ya debilitado frente opositor. Sin embargo, ni la presencia parcial de candidatos disidentes logró despertar el interés de una población profundamente desencantada y sometida a años de crisis económica, política y social.
La comunidad internacional reaccionó con preocupación ante el desarrollo del proceso. Diversos gobiernos y organismos multilaterales denunciaron las condiciones irregulares en que se llevaron a cabo los comicios, señalando la falta de libertades civiles, la censura a la prensa y el uso sistemático de la justicia como herramienta de persecución política.
En conclusión, las elecciones del 25 de mayo evidenciaron una vez más el aislamiento del régimen y el rechazo creciente de la sociedad venezolana a un modelo autoritario que reprime, divide y coarta los derechos fundamentales. Lejos de fortalecer la democracia, el proceso dejó al descubierto la fragilidad del sistema y la necesidad urgente de una transición real que devuelva la soberanía al pueblo venezolano.