En apenas dos minutos de entrevista, el senador Gustavo Leite logró poner sobre la mesa un debate que, hasta ahora, parecía evitarse con esmero dentro del oficialismo: la urgente necesidad de una definición política e ideológica clara en el Paraguay. La charla con el periodista Enrique Vargas Peña fue suficiente para desnudar una grieta interna que atraviesa al movimiento Honor Colorado y, por extensión, al Partido Colorado en su conjunto.
Porque más allá de las palabras medidas y las estrategias electoralistas, lo que hoy está en juego es el rumbo geopolítico y cultural del país. Y en ese tablero, muchos referentes de Honor Colorado aparecen desorientados, tibios o directamente ajenos a lo que está ocurriendo a nivel global. La falta de una comprensión sólida del fenómeno globalista —esa red de intereses internacionales que bajo el disfraz de “cooperación” busca imponer una agenda foránea— es tan evidente como preocupante.
Leite se destaca como una rara excepción: un dirigente que ha entendido el desafío y ha marcado posición con claridad. Sin embargo, otros dentro de su mismo movimiento no solo evitan el tema, sino que —en los hechos— comulgan con las mismas ideas y estructuras que dicen combatir. Esos gestos de ambigüedad o acomodamiento son incompatibles con los tiempos que corren.
La realidad es que la política paraguaya está frente a una encrucijada histórica. Las llamadas “ayudas” internacionales en educación, salud, medioambiente o cuestiones de género no son inocentes. Son parte de un proyecto de colonización ideológica que busca imponer valores ajenos a nuestra cultura y soberanía. Quien no entienda esto, no está preparado para liderar el país en los años venideros.
Y allí está la clave del 2028 —y de las elecciones que seguirán—: la ciudadanía paraguaya está cada vez más alerta, más crítica, más consciente. Busca referentes políticos que se planten con firmeza ante los organismos internacionales, que rechacen la agenda impuesta desde afuera, y que pongan a Paraguay, su gente y su cultura primero. Modelos como Viktor Orbán, Donald Trump o Nayib Bukele no son invocados por capricho: representan una forma de ejercer el poder con conocimiento, coraje y claridad ideológica.
Por ahora, ninguno de los actores políticos que se perfilan como posibles candidatos —ni siquiera dentro de Honor Colorado— parece estar a la altura de ese desafío. No basta con discursos nacionalistas vacíos, ni con gestos de ocasión. Se requiere formación, coherencia, equipo y valentía.
Si no se da esa definición ideológica profunda, si no hay un alineamiento real en todos los frentes del movimiento con los valores que supuestamente defiende, el destino político será, una vez más, la llanura. Porque el pueblo puede perdonar errores, pero no la cobardía ni la traición disfrazada de pragmatismo.
Es insulso el tema